El día está soleado y el viento sopla suave. Un camino de piedras lleva a una construcción circular en el medio de un jardín. Las telas y los atrapasueños que decoran el lugar se mueven lentamente. Un grupo de personas está sentado en círculo y guarda silencio. La mayoría no se conoce entre sí. Un hombre con camisa de bambula blanca arremangada, pelos y barbas grises, guía el encuentro. Pregunta quién se anima a romper el hielo. Una mujer rubia vestida impecable se ofrece para ser la primera y elige a un hombre: él va a representarla en el centro de la ronda. Así inicia la primera constelación familiar en Mi otra yo, una serie turca de Netflix que fue un éxito en Latinoamérica y este 11 de junio estrena su segunda temporada. Pero, ¿qué son las constelaciones familiares?, ¿qué buscan las personas que se acercan a estas prácticas?, ¿existen riesgos?
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Cristales, energías y nuevas derechas
La pandemia de Covid-19 y el aislamiento sanitario “obligó a tener que mirarse a uno mismo”, reflexiona Florencia Figueredo, magíster en Antropología Social por FLACSO, con estudios en espiritualidades new age, en diálogo con Página|12. En paralelo al aumento de las consultas por tratamientos psicológicos tradicionales, proliferó –sobre todo en redes sociales– la oferta de espacios que prometen respuestas rápidas a todo tipo de crisis existenciales. Esa búsqueda, que encuentra lugar en las terapias alternativas, emergió con más fuerza y nuevos actores en los últimos años.
Desde la perspectiva de la antropología social, las constelaciones familiares se inscriben en el conjunto de prácticas espirituales denominadas new age. La espiritualidad enfocada en el individuo “viene de un largo tiempo”, subraya Figueredo, pero lo que es nuevo es que aparecen “facilitadores” sin formación en psicología o con menos educación y herramientas profesionales relativas a la salud mental. Durante sus investigaciones, la antropóloga y becaria del Conicet por la Universidad Nacional de San Martín (Unsam) encontró hasta nutricionistas que, por curiosidad, se volcaron al universo de las constelaciones. “En esta ola pospandemia hay otro tipo de profesional o no profesional que se está dedicando a ser facilitador”, plantea.
La falta de autoadscripción o autodefinición es una de las características principales de esta vertiente, lo que buscan quienes participan de esta práctica, justamente, es no ser definidos. “Lo que más escuchamos en nuestras investigaciones es ‘yo no soy nada, no pertenezco a ningún lugar’”, repone Figueredo.
Es de jamaica, pero sabe a tamarindo: de qué están hechas las constelaciones familiares
Las constelaciones familiares son una práctica que se realiza en grupo o de manera individual, en modalidad presencial o virtual. Participar de un encuentro en cualquiera de sus modalidades cuesta entre 9 mil y 30 mil pesos, según el “facilitador”. El consultante lleva a la sesión un conflicto y busca encontrar la raíz de ese malestar mediante una indagación en su propio árbol genealógico. Para hacerlo, va a poner en el “campo” –es decir, el espacio físico en donde se desarrolla la constelación– representantes del tema en cuestión. Luego, los “facilitadores” o guías realizan una serie de preguntas sobre la vida del consultante y a partir del intercambio se suman nuevos actores al campo. A veces la práctica puede incluir objetos, como mamushkas, o incluso música. La promesa es que se va a develar algo oculto.
El relato tiene que ser muy breve, tiene que tener más relación con el síntoma que con los hechos”
En el marco teórico de las constelaciones familiares coexisten teorías de la psicología sistémica, pero no se autodefinen como una terapia. A simple vista puede asemejarse al psicodrama, sin embargo, quienes guían estas prácticas las diferencian enfáticamente del teatro, el psicoanálisis y la espiritualidad new age.
La situación de la constelación, el momento propiamente dicho, es similar a una especie de ritual, terapia grupal o taller. “Es un trabajo grupal”, explica Fernando Armani (62), “facilitador de técnicas en constelaciones familiares”, coordinador de Artes Escénicas en la Universidad Nacional de General Sarmiento y astrólogo. Al respecto, aclara que, por su formación teatral y por preferencia, no ofrece la modalidad individual ni virtual. También cuenta que actualmente no vive de las constelaciones, pero que si quisiera podría.
Las personas se ordenan en círculo y alguno de los consultantes toma la iniciativa. “El relato tiene que ser muy breve, tiene que tener más relación con el síntoma que con los hechos”, cuenta Armani. Cuando el consultante elige a una persona del grupo para representar lo que llevó a la constelación “hay que dejar que el campo hable”, agrega. Allí, comienza una experiencia que definió como “casi mágica”. Las personas que participan de la constelación “empiezan a percibir cosas que no son propias y que sí son propias de las personas a las que representan”, define el “facilitador”.
Desde su consultorio de San Miguel, Armani asegura que las constelaciones están en un “interlugar”, entre lo que “mal llamamos” la espiritualidad y la salud mental. Está fervientemente en contra de que relacionen a las constelaciones con la ola new age, odia la serie Mi otra Yo y siempre alerta a sus consultantes que la práctica no reemplaza ni a la medicina ni al psicoanálisis. Sabe que no todos los facilitadores piensan igual que él.
“La constelación amplía la mirada, te muestra lo que es necesario que vos veas y te lleva a hacer un movimiento energético”, grafica Karen Stiberman, facilitadora de constelaciones familiares que en sus redes sociales se presenta también como chamanista, ofrece servicios de medicina de las plantas y responde a dudas frecuentes de sus seguidores. Karen conoció las constelaciones familiares una década atrás, porque su suegra las practicaba. Después, leyó un libro de Bert Hellinger y ahí sintió el “primer llamado”.
Cómo llegaron las constelaciones familiares a la Argentina
El padre de las constelaciones familiares es Bert Hellinger (1926-2019), un teólogo y exsacerdote católico alemán que se inscribe filosóficamente en la teoría espiritualista. Hellinger está desacreditado en el mundo de la academia, como todas las teorías a las que echó mano para construir el marco teórico de las constelaciones, principalmente porque muchos creen que su campo de estudio no responde a los estándares del método científico. También es cuestionado por sus declaraciones respecto del nazismo y la homosexualidad.
Las constelaciones surgen luego de una experiencia que tuvo en contacto con la población zulú africana, en la que observó un método de resolución de conflictos que sentó las bases para lo que son las constelaciones hoy. Otra de las ramas de estudios que Hellinger toma es la idea de “campo mórfico”, un concepto del investigador británico de parapsicología Rupert Sheldrake, también cuestionado por la academia por la falta de rigor científico.
La espiritualidad de la nueva era surgió en la década del ‘60 en Estados Unidos y tuvo su impacto 20 años más tarde en América Latina, según ha explicado María Julia Carozzi, doctora en Antropología por la Universidad de California, en su libro La autonomía como religión: la nueva era (1999). Se trata de una serie de prácticas relacionadas a lo espiritual con fuerte foco en el individuo, en la sanación de uno mismo, y son propias de las clases medias y medias altas de los grandes centros urbanos.
Nicolás Viotti y Pablo Semán también aportaron a la reconstrucción de cómo llegó esta corriente al cono sur en su investigación El paraíso está dentro de nosotros: La espiritualidad de la Nueva Era, ayer y hoy (2015). Aseguran que este desembarco ocurrió luego de los procesos de golpes de Estado y dictaduras militares en América Latina porque, con el advenimiento de las democracias, las sociedades empezaron a pensar que la respuesta a los grandes conflictos sociales no pasa por las grandes ideologías, sino por el cambio individual.
No te lo puedo explicar, porque no vas a entender
El hombre que fue elegido para representar a la mujer constelada camina hasta el centro del círculo. De repente, y sin motivo aparente, él manifiesta experimentar una sensación de ahogo. El primer hecho inexplicable ocurre: ella no sabe nadar y le da miedo el mar.
“Yo soy una persona desconfiada. Voy, pero digo ‘esto es una chantada’”, reconoce Ana S (47), docente porteña y dos veces consultante de constelaciones familiares. “Un poco me pongo en evaluadora, no es que me entrego ciegamente a todo lo que me digan, me cuesta”, continúa y aclara que a pesar de su escepticismo, la práctica le funcionó “todas las veces”. Finalizada la sesión, la recomendación de su guía fue no contar lo que había vivido.
Ana se enteró de las constelaciones por una persona de su círculo cercano. Un amigo que no le iba a sugerir cosas raras, él también las había practicado. “Me lo súper recomendaron, gente en la que yo confío, que me dijo ‘tenés que ir con tal persona, es una grosa’”, recuerda.
La primera vez que “consteló”, hace más de 10 años, llevó como tema la conformación familiar que tenía en ese momento. En 2023 repitió la experiencia, pero trató una problemática distinta. Prefirió no contarla. Esa sesión fue individual, una charla mano a mano con la “facilitadora”. De aquel día recuerda un detalle que le pareció muy singular: “En un momento me voy al baño y cuando me miro al espejo tenía como 10 años menos. Me había rejuvenecido. Fue muy loco”.
“No le puedo poner una lógica de ‘esto pasa por’, me parece que es energético, porque hice mil años de terapia y no me pasó. Al día siguiente mi cara ya tenía 10 años más otra vez”, completa Ana. Al contrario de lo que piensa Armani, esa sensación de resultados garantizados es una noción compartida en el circuito de las constelaciones: “Nosotros decimos que una constelación vale por 8 años de terapia”, bromea Karen Stiberman.
La suerte es loca: a qué se exponen las personas que constelan
Para la antropología social, el problema no es la “herramienta” en sí. No se trata de que todos los consteladores sean buenos ni malos, sino que todo el circuito de las constelaciones se da en los márgenes de la regulación.
“Esto sucede porque hay ausencia, primero, de efectividad en las herramientas que hoy se ofrecen desde las instituciones con prestigio, y, segundo, un espacio que se deja libre porque cualquiera lo puede hacer, porque no está regulado”, advierte Figueredo.
La dificultad que tienen las instituciones oficiales para dialogar con la espiritualidad new age y la discusión sobre lo que es considerado conocimiento es un debate complejo, señala, porque es una construcción cultural en la que hay intereses de por medio, está basado en normas y preceptos que también son políticos.
El 14, 15 y 16 de octubre de 2023 ocurrió en Bariloche el 36º Encuentro Plurinacional de Mujeres y Disidencias. Allí, durante la segunda jornada de uno de los talleres sobre religiosidad y espiritualidades, las mujeres presentes repasaron los temas que habían quedado pendientes del día anterior y todas acordaron debatir acerca de las constelaciones y registros akáshicos, una pseudoterapia de tradición hinduista. Una amplia mayoría de las mujeres presentes tenía para contar una experiencia con las constelaciones y todas aseguraban que las ayudó a superar situaciones, en general de violencia de género o tragedias familiares.
“Son elementos teóricos sobre los que la gente luego construye prácticas. Acá, desde lo new age, hay un tema de valorizar lo femenino, de valorizar los principios de pueblos originarios nativos o no, que a veces la ciencia occidental, que es muy masculinizada, no se ha puesto a estudiarla”, planteó la antropóloga social.
Cabe también la pregunta respecto del rol del “facilitador”, si se trata de una persona que “sana”, ¿podría convertirse en un riesgo para las personas que asisten, semejante a las sectas? La respuesta de Figueredo es concluyente: no existe ese riesgo porque el interés de los consultantes está puesto en la “herramienta” y no en el “facilitador”. “Estos grupos tienen que ver con el individualismo, no van a seguir a otro. No tiene esos elementos del líder carismático porque el que hoy constela con Juancito, mañana constela con María”, repone la también licenciada en Ciencias de la Educación, al tiempo que señala que esta característica de “circular por el circuito” es muy propia de la filosofía de la nueva era.
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