La perplejidad, la parálisis y el temor empiezan a dejar paso al despertar del debate público (y las peleas) dentro de las fuerzas políticas a las que el triunfo de Javier Milei puso a la defensiva, tras dejarles al desnudo su crisis de liderazgo, de representación y hasta de identidad.
El cambio de clima político y social es evidente. No sus efectos. Sobre todo, para determinar a quién favorece. La primavera acaba de empezar no solo en el almanaque y en el termómetro, a pesar (o a causa) de que el invierno sigue demasiado presente en la economía.
La gran pregunta dominante es si la convulsa realidad de la oposición, que en estos días fue subrayada por el match de fondo del kirchnerismo, entre cristicamporistas y kicillofistas, es un buen síntoma para el Gobierno, como muchos interpretan. O, si en cambio, enciende una luz de alarma a la que la Casa Rosada y sus analistas predilectos pueden estar desatendiendo.
La primera respuesta certera es que esa alteración de la dinámica y de las actitudes en el fragmentado campo de la oposición se produce al mismo tiempo que se advierte (no solo en las encuestas) una incipiente fisura en el hasta hace poco hegemónico humor social, favorable al oficialismo libertario.
Por ahora, el Gobierno tiene un buen motivo para desestimar la preocupación o para no darle mayor entidad. La modificación que se está dando en las dimensiones social y política no es (por ahora) convergente. El aumento del número de quienes cuestionan al Presidente y a su gestión no pasan a engrosar el volumen de simpatizantes de otras fuerzas o dirigentes políticos.
El rechazo a lo que había y el vacío de ofertas atractivas para la gran mayoría de la sociedad que existe fuera del oficialismo sigue siendo el gran ordenador político. En beneficio de Javier Milei.
Más aún, la discusión política podría en esta etapa ampliar la brecha entre esos caminos paralelos por los que transita la mayor parte de la ciudadanía, por un lado, y la muy heterogénea dirigencia política opositora, por el otro. La gente quiere soluciones, no dirigentes que se peleen, podría ser la frase que sintetice la opinión dominante de la ciudadanía.
Sin embargo, el aumento de la fatiga o la insatisfacción social así como el hostigamiento mileísta a todo a aquel que no se le someta y sus crecientes maniobras de cooptación de dirigentes opositores empiezan a tener derivaciones menos lineales y a estimular el desperezamiento de los espacios arrasados por la ola libertaria.
El instinto de preservación, la prolongación de la incertidumbre en casi todos los planos y la cercanía con el comienzo del año electoral operan como incentivos para reaccionar en el entramado no oficialista. A contrapelo de la física, la ebullición no vuelve gaseosa a la política, sino que la hace un poco más líquida de lo que era, en busca de alguna solidez y consistencia. Nada que ahora pueda llegar a plasmarse, sin antes pasar por un proceso de reconfiguración profunda, cuyo final parece imposible de avizorar todavía.
El peronismo, en primer lugar; el radicalismo, luego, y el macrismo, finalmente, están atravesados por esos incentivos revisionistas con distinta intensidad.
Las preguntas respecto de la identidad de cada uno, la calidad de su oferta política-electoral y la viabilidad de su espacio son interrogantes vitales que no pueden dejar de hacerse ni de disparar debates (o enfrentamientos).
El Gobierno, que no termina de encaminarse (como pretende hacer ver) ni de fracasar (como imaginaba la oposición más dura) no les ha resuelto esos cuestionamientos. Ni para bien ni para mal.
Por eso, buena parte de los dirigentes opositores con expectativas de futuro y con experiencia de fracasos se han puesto en movimiento en busca de algún destino. Algunos lo hacen de manera subterránea. Otros a la luz del día (y con amplificadores).
Kirchneristas y radicales están en la vanguardia ruidosa de ese debate. El macrismo, más sigilosamente, no se queda al margen.
Asordinada por su padre fundador y acosada por la neomileísta Patricia Bullrich, la dirigencia de Pro que no fue sumada al Gobierno, pero se ve obligada a apoyarlo (por convicción, por conveniencia o por obediencia) empieza a verse atravesada por los replanteos. Los últimos días fueron revulsivos.
En el peronismo, el recobrado protagonismo público de Cristina Kirchner está generando un movimiento de placas tectónicas, que llega hasta la superficie del kirchnerismo.
“La jefa” obtura como un tapón o monopoliza el debate y elude toda autocrítica, al mismo tiempo que, a través de su hijo Máximo, intenta adueñarse de la construcción a futuro. Pero cada vez genera más reacción y filtraciones.
Así, todo parece indicar que, a diferencia de la máxima de Perón, los peronistas, incluido el otrora monolítico kirchnerismo, no se están reproduciendo sino que gritan solo porque se están peleando. Al menos, por ahora.
“Para poder volver a ser una alternativa de poder tenemos que revisar muchas cosas. Y, sobre todo, hacernos cargo de haber sido los grandes responsables de la llegada de Milei por el fracaso del gobierno, porque lo ayudamos a armar sus listas, le financiamos la campaña y le cuidamos la boleta en las PASO. Cristina y los suyos no pueden hacerse los desentendidos y pretender seguir siendo los dueños del peronismo”, dice con crudeza un veterano dirigente que fue parte de los cuatro gobiernos kirchneristas.
“Tenemos que ser mejores para volver”, es el estribillo de la nueva canción que entona Axel Kicillof e irrita al cristicamporismo, liderado por el hijo Máximo, como quedó expuesto el viernes pasado en el acto de su espacio. Allí, el diputado salió a desafiar tanto al gobernador, con el que disputa la herencia de la madre Cristina, como a los intendentes que no quieren seguir sometidos a los dictados del Instituto Patria y, mucho menos, al expansionismo voraz de La Cámpora.
El avance del proyecto de ley de “ficha limpia”, que podría impedir para siempre una candidatura de Cristina Kirchner, de confirmarse en segunda instancia la condena en la causa Vialidad, acelera la reconfiguración y, especialmente, el avance de la agrupación que lidera Máximo Kirchner ante el riesgo de que el futuro se anticipe y el paraguas maternal pierda más eficacia.
“Axel [Kicillof] dice que no se va a pelear con Cristina y que se va a alinear con lo que ella disponga, pero si ella no lo apoya y sigue bancando el avance de Máximo y los suyos, se va a complicar”, dice un experimentado armador del peronismo bonaerense. Cada vez que repite esa promesa, el espejo le devuelve al gobernador la imagen de Alberto Fernández y su ignominioso fracaso. También la de Horacio Rodríguez Larreta, que se veía predestinado a suceder a su jefe. No son buenos antecedentes,
El resto del peronismo, mientras tanto, hace su juego. Los gobernadores se dividen entre los colaboracionistas con el Gobierno, encabezados por el tucumano Osvaldo Jaldo y el catamarqueño Raúl Jalil, y los opositores sin fisuras, que comparten ruta con Kicillof, pero sin cederle los derechos de representación.
En ese último conglomerado aparece el eterno Gildo Insfrán, cuyo portavoz José Mayans, después de decir que quien impuso la candidatura de Alberto Fernández debería ir al psiquiátrico, ahora sostiene que Cristina Kirchner “tiene que ser la conducción del peronismo porque es la persona que más consideración tiene”.
Los que dominan el dialecto político del peronismo formoseño advierten que no hay contradicción en sus dichos, sino que se trata de una argucia para tratar de obligarla a ser jefa de todos y no del camporismo, con el objetivo de neutralizar su avance y abrir el juego. Demasiadas sutilezas frente a alguien que no reconoce más juez que a ella misma y cuya performance para elegir candidatos está en rojo.
Mientras tanto, el ala restante del panperonismo, liderada por el silencioso Sergio Massa, espera que se aclare un poco más el panorama, mientras opera en las sombras y cuida su capital distribuido en varios fondos de inversión.
De cualquier manera, el hecho relevante es que el peronismo, a su manera, empezó a discutir la renovación. No le será fácil recuperar el potencial electoral. El vínculo emocional con los sectores populares, que lo ha sostenido a lo largo de 70 años, está agrietado, pero no ha sido reemplazado.
Por ahora, la emocionalidad que motoriza Milei se sostiene mayoritariamente en el segmento social que históricamente votó a peronistas más por sentimientos negativos que por la fe en un nuevo líder.
En ese angosto desfiladero puede terminar por definirse el futuro mapa político nacional. Por ahora, el protagonismo cristinista sigue favoreciendo a Milei.
El partido radical
El radicalismo, por su parte, atraviesa un terremoto disparado por fuerzas contrapuestas.
Por un lado, opera el anzuelo mileísta, con la carnada de Patricia Bullrich. A su candidatura habían adherido en las pasadas elecciones los dirigentes y legisladores de territorios en los que sus votantes están más dominados por un antiperonismo cerril que por el apego al credo partidario, por lo que no los espanta el liberalismo conservador de Milei. Son ellos los que, como el provocador diputado tucumano Mariano Campero, alimentan la ilusión mileísta y disparan la reacción interna partidaria.
Por otra parte, el muy cuestionado liderazgo partidario de Martín Lousteau, signado por un antioficialismo militante, tiene una deriva en la interna de la provincia de Buenos Aires que agita más las aguas.
Allí Lousteau, junto con el también antimileísta Facundo Manes, pretenden enfrentar la conducción del senador Maximiliano Abad, que hace gala de ubicuidad para transitar por la avenida de la oposición colaborativa, pero que podría verse obligado a adoptar posiciones más nítidas.
A esto se suman las necesidades de lo gobernadores radicales. Un caldo de cultivo ideal para la proliferación del virus del internismo, pero al que la agresividad y la velocidad del avance oficialista le podría estar creando anticuerpos.
El presupuesto de déficit cero, algunos proyectos de ley por tratarse en el corto plazo, así como el armado electoral del oficialismo en sus respectivas provincias podrían alterar la relación cooperativa que los mandatarios provinciales mantienen con el Gobierno. El dialoguismo del jefe de Gabinete, Guillermo Francos, se pondrá a prueba. Todos no entran en el arca de Milei.
En el macrismo puro, a su vez, empieza a generar malestar y preocupación el avance de Bullrich en la mesa de decisiones del Gobierno y la consecuente deriva antimacrista, que busca minar lo que queda del capital del expresidente. Los últimos acontecimientos pusieron en alerta hasta a algunos de los legisladores de Pro que han hecho más por el oficialismo en el Congreso que los propios libertarios. No sería una buena señal para el Gobierno.
“Nosotros seguimos los lineamientos que marcó Mauricio [Macri] y por eso bancamos los proyectos del Gobierno, hasta los que podrían tener costo para nosotros. Ahora vamos a ver si él no se está empezando a arrepentir y habrá que discutir cómo seguimos”. La advertencia proviene de una de las figuras del macrismo en Diputados, molesta ante la nueva realidad y a la espera de una reunión con su jefe, cuando este encuentre un hueco en su agenda dominada por el fútbol mundial y los negocios personales.
La liquidez de la política se ha empezado a acelerar ante la prolongación del ajuste, la demora de la recuperación y el creciente cansancio social. El futuro siempre puede llegar más rápido de lo que los dirigentes imaginan y nadie quiere quedarse afuera antes de tiempo. Expresiones de un cambio de clima.