lunes, 3 febrero, 2025
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River casi no pateó al arco, terminó haciendo tiempo y sigue retrocediendo

El Muñe cambia nombre y dibujo, pero River no mejora.

En la tarde del Bajo Flores, 40 grados a la sombra, San Lorenzo juega con fuego sagrado y a River le quema la pelota en los pies; San Lorenzo es una hoguera y River está ahogado; juega encendido el Ciclón, y River, completamente afiebrado.

Afiebrado -desbordado, gastado, superado- en la tercera fecha de un torneo. Sorprende tanto lo ordenado y prolijo que es este San Lorenzo de Miguel Russo como lo apático y errático que es este River de Marcelo Gallardo. Cuesta decir eso de «este River de Gallardo». Porque nada tiene de su impronta, de su sello, de su marca registrada. Este River es como esas películas (¿francesas?, ¿iraníes?) lentas, previsibles, aburridas, en las que pasa poco, la cámara hace foco eterno en un árbol, pero uno espera ilusionado que la trama mejore. Que pase algo, que haya un tiroteo, un asesinato, una infidelidad, pero nada. Corren los minutos, transcurren las fechas y los jugadores y los dibujos tácticos y llegan los campeones mundiales, pero River no fluye: tiene la gracia de una galleta de arroz.

Todavía no se ve el sello del DT.

Solo este año lleva gastados más de 20 millones en refuerzos y todavía no se retiró del mercado (Kevin Castaño llegaría por unos diez más y Esquivel, por cinco). O sea, su mercado rondaría los 35 palos. Solo en refuerzos, River gasta casi el valor entero del plantel de San Lorenzo (36,4 millones, según Transfermarkt). Pero según lo que pasa dentro del campo, que es lo que cuenta por suerte, la plata no hace la felicidad y lo que se ve de River es pobre. Pobrísimo.

San Lorenzo, con nombres para hacer lo que puede, juega a lo que quiere; mientras River, con nombres como para hacer lo que quiere, juega a lo que puede. A lo que sale. Lo salva el VAR, lo salva el travesaño, lo salva que enfrente hay un rival terrenal. Un rival con futbolistas que, de estar en River, cada domingo se sentarían al lado de Gallardo o incluso quedarían fuera del banco o se irían cedidos a Defensa y Justicia.

Con esos nombres, San Lorenzo supera a River en juego, en músculo, en el pizarrón y en cada dividida. Pezzella y Martínez Quarta pierden con Alexis Cuello, Enzo Pérez pierde con Elián Irala, Nacho Fernández pierde -caño hermoso mediante- con un tal Ezequiel Herrera, Borja pierde con Romaña y Lanzini con la sombra de Romaña.

Borja tuvo una sola. Fue la única jugada colectiva de River.

Es llamativo lo del 10 de River. No es conductor, no es mediapunta, no es gambeteador y, por sobre todas las cosas, no es picante. Le pone un gran pase a Borja -la única jugada colectiva que tuvo River- y, luego, se pierde en el Bajo Flores, entre los monoblocks del fondo del Ciclón. En una tarde calurosa, donde si algo no corrió fue el viento, daba la sensación de que la más suave brisa era capaz de hacerle perder el equilibrio y la pelota.

El Ciclón de Miguel fue muy superior.

Es verdad que esto recién empieza, que los comienzos suelen costarles a los equipos del Muñeco, que River tiene plantel y al mejor DT de su historia, pero la realidad es que se ve poco de su mano. Y esto va más allá de un triunfo, de una derrota o de un empate. No hay intensidad ni asfixia pero, sobre todo -y lo más preocupante-, no hay juego. Circulación. Sorpresa. Cambio de ritmo. El River de los millones, el de los campeones del mundo, termina haciendo tiempo. Tarda un siglo en sacar Armani. Se demora el Huevo Acuña en hacer un lateral. Y River se lleva un 0-0 del Nuevo Gasómetro que no le suma demasiado, pero que le deja mucho. Mucho para el análisis. Porque este empate es otra alarma que se enciende, otro llamado de atención, otro paso atrás en la vuelta de MG. Quedan de positivo las ganas de Galoppo, que Paulo Díaz sigue mostrando jerarquía y que Driussi (refuerzo por el que se gastó una fortuna bastante difícil de justificar) mostró algunas cositas. Poco para un equipo que se armó como para jugar -y ganar- mucho.

Las flechas doradas de MG. Hay un texto de la escritora argentina María Gainza en el que relata su encuentro con Coppola, una noche de verano, en un bar de mala muerte frente al cementerio de la Chacarita, entre botellas de vino, gin tonic y porros tamaño XXL. Ahí el director de El Padrino, Apocalypse Now, Drácula, le cuenta un secreto: le revela que todo genio -artista dice él- viene al mundo con una caja que contiene un número limitado de flechas doradas. Puede lanzar todas sus flechas de joven, o lanzarlas de adulto, o incluso ya de viejo. También puede ir lanzándolas de a poco, espaciadas a lo largo de los años. «El artista -señala Francis Ford, borracho, porreado- no tiene mucho control sobre esas flechas y solo al final de una vida se puede evaluar la periodicidad de los lanzamientos».

El Muñeco -artista y genio, por supuesto, en este arte de la pelotita- volvió a River después de haber lanzado varias de sus mejores flechas doradas. Será cuestión de ver cuántas le quedan en su caja. Quizás de eso se trate.

Afiebrado, no pudo dar la conferencia.

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