Puede sonar raro, pero el escándalo de Libra le permitió a Toto Caputo disimular una mala noticia en el plano económico: la balanza comercial, que evidenció la creciente dificultad para mantener un flujo positivo de dólares.
Claro, ante la conmoción política por la cripto estafa que involucra al presidente, la expectativa del mercado estaba puesta en si se lograría evitar un desplome de bonos y acciones. Cuando se vio que, tras el miedo inicial, los valores rebotaban, Caputo aprovechó para jactarse de que los buenos números fiscales pesan más que los escándalos.
Lo que el ministro no mencionó es que esa demostración de confianza sale cada vez más cara: este miércoles se repitió la intervención del Banco Central en el mercado de bonos, con el objetivo de contener las cotizaciones del «contado con liqui» y del MEP.
«Cuando los sólidos fundamentals económicos no cambian, los ruidos eventuales de la coyuntura suelen ser vistos por los más experimentados como una oportunidad», afirmaba el ministro en un mensaje pensado para transmitir una imagen de «crisis superada» . Una suerte para él fue que eso ocurriera el mismo día en el que se publicaba el menor superávit comercial de toda su gestión: un saldo de apenas u$s142 millones, algo ínfimo para un gobierno que proyecta que el año termine con un holgado superávit de casi u$20.000 millones.
Y las cifras serían mucho peores si no fuera por la reversión en el rubro energético, que de ser un crónico consumidor de divisas pasó a ser una nueva caja proveedora de dólares. En enero, apenas se importaron combustibles por u$s200 millones -un desplome de 32% respecto de hace un año- mientras que se exportó petróleo por u$s879 millones -una suba de 23%-.
Si se resta todo el rubro de energía, la balanza comercial ya estaría negativa en más de u$s440 millones, en el contexto de una floja liquidación agrícola y una importación que crece a la impactante tasa de 24% anual.
El riesgo de la petro dependencia
Pero el gobierno sabe que no puede confiarse en que la bonanza energética sea la tónica de todo el año. Primero, porque en los próximos meses ya habrá que volver a negociar la llegada de barcos con gas licuado de petróleo para asegurar el abastecimiento de la demanda invernal.
Y, además, porque la expectativa del mercado global sigue siendo la de una baja en el precio del petróleo, justamente la gran esperanza de la economía argentina. El precio del barril WTI, que había llegado a los u$s80, está rondando los u$s70 desde que Donald Trump ganó las elecciones y prometió una brusca baja del precio. Con su lema «drill, baby, drill», el presidente estadounidense está haciendo que los analistas recalculen sus proyecciones, con precios que podrían caer debajo de los u$s60.
Se prevé que en 2025 haya, todos los días, un exceso de un millón de barriles de crudo. La Organización de Países Productores de Petróleo (OPEP) tuvo que poner en revisión su previsión original de agregar, para este año, unos 180.000 barriles por día.
En definitiva, un marco que no ofrece confianza para un gobierno que se había entusiasmado con lograr este año un superávit energético de u$s8.000 millones.
Para colmo, el otro gran proveedor de divisas, el campo, no está en su mejor momento. Con rentabilidades negativas y problemas de deuda, no encontró incentivo para vender a pesar del alivio impositivo que supuso la baja temporaria de las retenciones.
Y el mal panorama se completa con problemas climáticos y una perspectiva de caída de precios en el mercado global para cultivos como la soja. La consultora Outlier estima que la campaña de este año dejará unos u$s3.000 millones menos que la de 2024, lo que implica una caída de 7,5%.
Y un reporte de la consultora LCG advierte: «Algunos sectores podrán empezar a quedar afuera de los mercados internacionales a raíz de un dólar bajo. Estos efectos solo se compensarán en el margen por las mayores exportaciones desde Vaca Muerta y otros sectores beneficiados por el RIGI, todavía pendientes de maduración».
El FMI escucha el «disco rayado»
En definitiva, las cifras se empeñan en el tema que tanto irrita a Milei y Caputo: el «disco rayado del atraso cambiario».
Lo cierto es que un nivel de mientras las exportaciones muestran esa perspectiva de dificultades, las importaciones están volando, de la mano del tipo de cambio favorable, de la eliminación del impuesto PAIS y de la apertura arancelaria. El nivel de u$s5.748 millones por mes no luce exagerado para una economía en recuperación -que proyecta un crecimiento de más del 5%-. Pero las grandes dudas pasan por cómo se las financiará si no hay un mayor empuje exportador.
El superávit comercial tiene que ser lo suficientemente holgado para que, además, alcance para compensar una masiva salida de dólares por turismo, que podría rondar los u$s8.000 millones netos en el año.
Mientras tanto, el Banco Central gasta dólares a un ritmo estimado en al menos u$s1.000 millones mensuales para topear la cotización del paralelo y mantener la brecha cambiaria en torno de 14%.
Son demasiados objetivos para los dólares disponibles, y por eso son cada vez más los economistas que pronostican un año con déficit en la cuenta corriente -de hecho, van ocho meses consecutivos con cifras en rojo-. Y lo que preocupa al mercado es que, en su defensa, Milei afirma que un déficit de cuenta corriente no es grave en la medida en que ingresen dólares por otras vías, como las inversiones externas directas.
Pero entre los que no comparten ese argumento se encuentra nada menos que el Fondo Monetario Internacional, a quien el equilibrio de las cuentas externas le parece un requisito fundamental para firmar un acuerdo.
Es por eso que, pese a que Milei afirmó que «sólo falta ponerle el moño», sigue habiendo dudas sobre la concreción del desembolso de dólares frescos por parte del organismo que dirige Kristalina Georgieva.
Por cierto, no ayuda el hecho de que la liquidación agrícola esté muy lejos de alcanzar el volumen de u$s5.000 millones de corto plazo que esperaba Toto Caputo. Y mucho menos ayuda el escándalo de la criptomoneda.
Por qué se habla de la banda de flotación
Es este contexto lo que le da visos de credibilidad a las versiones sobre una nueva política cambiaria que implique una banda de flotación. Para empezar, porque el FMI ya lo hizo: fue la solución planteada en 2018, cuando Guido Sandleris asumió en el Banco Central después de las experiencias traumáticas de Federico Sturzenegger y del propio Toto Caputo. Y lo aplicó después de haber fracasado en su intento de ganarle la pulseada al mercado en un sistema de libre flotación, a un costo de más de u$s20.000 millones.
El otro motivo que da cierto rasgo de verosimilitud al tema es que hoy, en los hechos, el gobierno ya aplica una banda de manera informal. Al intervenir decididamente para ponerle un tope al dólar paralelo dejó en claro su intención de operar sobre el «contado con liqui» y el dólar MEP.
Fue ese el argumento que llevó a que se empezara a debatir sobre una banda con un tipo de cambio único, que oscilara entre un piso, a precios de hoy, de $1.059 y un techo en torno de $1.200.
De manera que, desde ese punto de vista, la aplicación de una banda no sonaría tan diferente a lo que ya existe. Claro, con un detalle fundamental: el comercio exterior ya no tendría una garantía de moverse en el «piso» de esa banda invisible, como ocurre hoy.
La banda implicaba que el BCRA sólo intervendría cuando el tipo de cambio tocara el techo, y se abstendría de vender dólares mientras flotara dentro de los límites. Hubo un primer momento exitoso, en el que el dólar se recostó contra el piso e incluso lo perforó -algo que llevó a que el Central, durante algunas semanas, volviera a comprar divisas-.
La estrategia se complementaba con una fuerte contracción monetaria y con una suba de tasas de interés, algo que aceleró la tendencia recesiva de la economía. Un alto costo desde lo social y lo político, pero lo cierto es que, al inicio, con la banda de flotación se logró eliminar la volatilidad. La experiencia de Sandleris arrancó bien, pero finalmente no pudo escapar al pánico dolarizador en medio de la incertidumbre política.