miércoles, 26 marzo, 2025
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Vuelos de la muerte, aparición de cuerpos en playas bonaerenses y juicio a los encubridores

Hasta la pretendida sobriedad de los documentos mecanografiados puede sonar ansiosa y estridente: en un párrafo de 16 líneas de corrido y sin puntos ni apartes, el subcomisario de Chascomús Luis Calcagno describía atolondradamente los seis cadáveres que habían aparecido en distintas playas argentinas entre el 16 y el 17 de diciembre de 1978. El radiograma frenético y confidencial fue enviado a la central de inteligencia de la Policía Bonaerense.

Pocas horas después la agencia de espionaje respondió desde La Plata con un memorando secreto en el que exigía mucha más información de la suministrada. Dio 72 horas para la “misión” y, una vez cumplido el plazo, llegó desde la base de Chascomús un extenso escrito que intentaba explicar cómo fue que aparecieron desparramados en las orillas tantos cuerpos y en tan pocos días.

El documento comenzaba argumentando por qué los sumarios de todas esas muertes habían sido catarulados como “Presunto homicidio”, algo que el comando central de inteligencia interrogó casi a modo de cuestionamiento. “Es la consecuencia de haberse descartado un accidente, por cuanto en los últimos tiempos no se han producido naufragios ni otro tipo de hecho similar al cual pudiera atribuírsele la aparición de los cadáveres”, fue la respuesta al respecto.

“Las causales de los fallecimientos fueron como consecuencia de fractura de cráneo, piernas, brazos, con aplastamiento de tórax”, decía el escrito secreto, amparándose en los dictámenes médicos. “En síntesis, politraumatismos y fracturas de cráneo, producidas por caída de altura”, concluía. Pero, ante tantas certezas, se imponía una duda clave: “Todos los cadáveres se encontraban en completo estado de descomposición, impidiendo lograr su identificación”.

Por último, el memo actualizaba la lista de cadáveres encontrados en las playas durante esos dos días, ampliada de seis a nueve: cuatro en Mar de Ajó (todos el mismo día, el 16, pero en distintos horarios entre la mañana y la noche), dos en Mar del Tuyú, uno en San Bernardo, otro en San Clemente y hasta uno en Punta Rasa, el cabo donde se unen el Río de la Plata con el mar argentino.

Archivos Dippba en poder de la Comisión Provincial por la Memoria

Todo este material secreto salió a la luz cuarenta años después de aquellos días de aguas turbulentas y mareas negras en la costa argentina. Los publicamos en el libro El ojo que espía: Paseo por la mirada de la Dippba, uno de los organismos de espionaje más importantes de la historia argentina. La Dirección de Inteligencia de la Policía Bonaerense funcionó entre 1946 y 1998 y, a lo largo de casi medio siglo de espionaje, logró convertirse en una de las agencias más importantes de la historia argentina.

Uno de esos documentos desclasificados por la Comisión Provincial por la Memoria lleva la firma de la jefatura de la Unidad Regional de Chascomús, una de las tantas en las que se dividía el organismo de inteligencia bonaerense, y la que específicamente operaba en la zona de esas localidades balnearias.

Después de detallar las circunstancias en las que aparecieron los cuerpos y los rasgos que éstos presentaban, la Seccional aclaró en el último párrafo que el día anterior al envío del documento había recibido “precisas directivas” acerca del “procedimiento” a adoptar para el caso de que se produjeran “nuevos hallazgos”. El entrecomillado del texto original en el vocablo “procedimiento” resulta por demás sugestivo: denota un código compartido, acaso encriptado. Una palabra que refiere a algo que no es lo que la propia palabra significa; recurso muy común para dejar afuera al ajeno si es que esos documentos se filtraban.

De todos modos, no resulta difícil imaginar de qué se trató tal “procedimiento”: los cadávares fueron rápidamente enterrados como NN en cementerios de la zona y el asunto decidió ser silenciado, tal como se pudo comprobar décadas más tarde gracias a las reaperturas de causas por delitos de lesa humanidad y el trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense.

Avión Short Skyvan SC-7 utilizado en los vuelos de la muerte, hoy expuesto en la ESMA

Durante muchos años aquellas causas por “Presunto homicidio” derivaron en manos del juez penal de Dolores Carlos Facio del mismo modo que lo hicieron los cuerpos arrojados al mar: hacia el ocultamiento. Ahora, tanto el magistrado como el médico policial Miguel Cabral, el exfuncionario municipal del partido de Lavalle Juan Domingo Montenegro, y los uniformados Domingo Martínez, Alberto Martínez, Emilio Luchetti, Juan Antonio Estrada, Mario Castronuovo, Ednio Llorens y Francisco Aristegui aguardan el inicio del juicio por encubrimiento que, se supone, iniciará este mismo año en los Tribunales de Mar del Plata.

Con todo, la apertura de estos archivos del espionaje estatal durante la Dictadura dan cuenta de la tensión que generó en el gobierno militar las olas de cadáveres sobre las playas argentinas en diciembre de 1978. Si bien ya se habían registrado otros casos similares, fue en esa época cuando el tema causó mayor preocupación. Significaba para la Dictadura algo que ésta no quería que sucediera ni tampoco imaginaba que así fuera: la aparición de quienes no sólo se desaparecían, sino que además se negaban.

Lo que la Dippba registró y ahora reproducimos son apenas un pequeño universo de un número difícil de cuantificar: ¿Cuántos cuerpos aparecieron en playas recónditas, lejos de la presencia humana? ¿Y cuántos fueron enterrados en lugares que aún no se pudieron hallar? Es dable pensar que, ante la conmoción que generó en la Dictadura la aparición de tantos cuerpos en tan pocos días, el “procedimiento” mencionado entre comillas incluía también dejar de comentar esta situación en documentos escritos.

No por casualidad a partir de entonces las agencias de espionaje dejaron de referirse a los cadáveres que el mar siguió vomitando. En los memos furtivos se observa con claridad que ni siquiera los servicios de inteligencia podían evitar reproducir lo evidente: la única forma que había de explicar la aparición de esos cuerpos era a través de “caídas de altura”. Un eufemismo ridículo: ¿de qué otra forma habían llegado al mar esos cuerpos sino a través de los vuelos de la muerte?

Archivos Dippba en poder de la Comisión Provincial por la Memoria

Los servicios de Inteligencia dejan de aludir a un asunto por dos motivos: el tema ya no reviste interés o, por el contrario, se dio inicio a la fase operativa. La de la acción en base a la información. Que, en este caso, significó sepultar a éstos sin mencionar nada al respecto, para no dejar rastros sobre ubicaciones ni identidades. Un año después, Jorge Videla dejaría más clara la operatoria en una conferencia reproducida por todo el mundo: “El desaparecido es una incógnita. Si el hombre apareciera, tendría un tratamiento equis. Y si la aparición se convirtiera en certeza de su fallecimiento, tiene un tratamiento zeta. Pero mientras sea desaparecido no puede tener ningún tratamiento especial. Es una incógnita. No tiene entidad, no está. Ni muerto, ni vivo. Está desaparecido”.

En Villa Gesell también

“Recuerdo seis cadáveres, pero no se podían identificar. La mayoría tenía las manos cortadas o le faltaba la cabeza. Además estaban deteriorados por la acción del mar y de los peces. Fue algo horrible. Nos pidieron que los dejásemos en un pasillo de la Comisaría. Los apilaron ahí y después no supimos nada más”. Así lo recordó Ernesto Manzo en una charla que compartimos el 24 de marzo de 2016 en Villa Gesell a 40 años del golpe de Estado. En diciembre de 1978, cuando ocurrió eso que relató, Manzo era miembro del entonces incipiente cuerpo de bomberos de Gesell y acudió a una playa cercana al muelle de esa localidad por un llamado de la policía sin imaginar con lo que allí se iba a encontrar.

El único cuerpo aparecido en las playas geselinas que pudo ser identificado fue el de Santiago Villanueva, militante de la JUP y secuestrado el 26 de julio de 1978 en el centro clandestino El Banco y luego en El Olimpo.

Manzo falleció en 2018, pero en todos los años previos fue uno de los pocos testigos de estos hallazgos macabros en la costa bonaerense que se animó a contar lo que recordaba. “En ese entonces yo era un pibe de 22 años y en Gesell estábamos medio aislados de lo que venía pasando. No tomé conciencia en el momento de lo que esos cuerpos significaban. Pero después nos enterábamos de que en el vecino Partido de La Costa se habían encontrado varios porque teníamos contactos con los bomberos de la zona. Fui a declarar varias veces a Dolores por todo lo que vi. Como bombero tenés que actuar en muchas circunstancias diferentes, pero lo que nunca me habían enseñado era a ir a recoger cadáveres de desaparecidos a la orilla del mar”.

Archivos Dippba en poder de la Comisión Provincial por la Memoria

La aparición de los desaparecidos

Durante muchos años las historias de cadáveres aparecidos sobre las orillas argentinas durante la última dictadura eran parte de cierta mitología costera: muchos aseguraban haber visto u oído algo al respecto, y así se lo contaban a sus hijos, nietos y conocidos, o incluso a turistas ávidos de relatos lugareños.

Así permanecieron en el anonimato de la impunidad durante tres décadas, hasta que el Equipo Argentino de Antropología Forense los exhumó y pudo comprobar la vieja sospecha: esos cuerpos pertenecían a víctimas de los siniestros vuelos de la muerte, cruel final que “el Proceso” le dio a muchos desaparecidos. El trabajo fue realizado en los cementerios de Lavalle, Madariaga y Villa Gesell; es decir, los tres más cercanos a las orillas que durante aquellos veranos se habían convertido en morgues de arena.

El EAAF es una ONG creada en 1984 como respuesta a la necesidad de identificar tumbas NN sospechadas de contener restos de desaparecidos. El equipo, con gran prestigio a nivel mundial, llevó su trabajo al resto de Latinoamérica, Bosnia, Angola, la ex Yugoslavia y Kurdistán, además de trabajar en el reconocimiento de los restos del Che Guevara en Bolivia.

En el caso particular de los cadáveres en las playas bonaerenses, el Equipo de Antropología Forense pudo proceder gracias a que la Cámara Federal de Apelaciones en lo Criminal y Correccional de Buenos Aires autorizó en 2004 la exhumación de quince cuerpos encontrados principalmente entre 1977 y 1978. Después de un largo trabajo, varios de ellos pudieron identificarse: la monja francesa Léonie Duquet y las Madres de Plaza de Mayo Azucena Villaflor, Ángela Aguad, Esther Ballestrino y Mari Ponce fueron algunas. Todos fueron encontrados en el cementerio de General Lavalle, donde ahora funciona un sitio de la memoria.

“Aunque es imposible establecer un número preciso, hablamos de miles de personas arrojadas en los vuelos de la muerte. Igualmente de los que se tienen registro son unos cincuenta cuerpos, aproximadamente”, explicó Maco Somigliana, miembro del Equipo Argentino de Antropología Forense, en el libro El ojo que espía.

El músico El Soldado en el memorial sobre las víctimas de Vuelos de la Muerte en el Cementerio de Lavalle | Foto del autor

La primera tanda de hallazgos se produjo en diciembre de 1977, cinco en total, entre ellos los de distintas Madres de Plaza de Mayo y el de Duquet. Pero exactamente un año después fue cuando se produjo la mayor cantidad de apariciones. “Que los cuerpos hayan aparecido en un mismo mes de dos años distintos puede responder a distintas teorías. Una es que en ambos casos se habían registrado fuertes sudestadas en los días previos, pero también puede tener que ver con que en diciembre hay más gente que en otras épocas del año, y por lo tanto existían más posibilidades de que los cadáveres puedan ser vistos”.

En efecto, en diciembre de 1978 se registraron once cuerpos en el Partido de La Costa, pero a estos se les agregaron tres en Pinamar y uno en Villa Gesell, distrito en el que se cree que hay al menos un cuerpo más por identificar. Esta cifra tiene que ver con los datos documentados en la burocracia estatal (como las actas de los cuerpos de bomberos, las pericias policiales o los cementerios), aunque a juzgar por los comentarios de distintos testigos presenciales está claro que hubo otros cadáveres que no quedaron asentados en papeles.

Si bien las identificaciones que el EAFF logró establecer fue en base a tumbas NN en cementerios de Lavalle, Gesell y Madariaga, no se descartan entierros similares en otras necrópolis de la región. “Hay un hallazgo en la Bahía de Samborombón por parte de un paisano que se metió a buscar una vaca y encontró un cadáver. Dio aviso y estuvieron un día para retirarlo, porque la zona es fangosa y de difícil acceso para vehículos, más aún en esa época. La persona fue enterrada en el cementerio de Dolores, pero nunca se pudo establecer el lugar”, apunta Somigliana. Es por esto último que el trabajo del EAFF aún no se ha agotado: aún hoy siguen trabajando en tumbas y fosas de la zona buscando más novedades.

A pesar de que el trabajo resulta complejo e inagotable, la identificación de las víctimas de vuelos de la muerte en cementerios cercanos a la Costa Atlántica fue importante porque le añadió un nuevo eslabón a la cadena de los vuelos de la muerte, que hasta entonces se venía reconstruyendo con testimonios presenciales, causas judiciales e investigaciones, pero aún sin encontrar cuerpos. Se estima que gran parte de los cadáveres aparecidos en las playas durante diciembre de 1978 pertenecían a secuestrados en El Olimpo, centro clandestino de detención que cerró en plena Dictadura y ello obligó a darle nuevo destino a sus cautivos.

Archivos Dippba en poder de la Comisión Provincial por la Memoria

Con la promesa de ser trasladados a una cárcel común, los detenidos-desaparecidos eran inyectados de pentotal sódico, un barbitúrico anestésico, y luego subidos a una avioneta o helicóptero de la Fuerza Aérea que salían desde la base militar del Aeroparque de Buenos Aires, la Brigada Aérea de El Palomar o Campo de Mayo. Pero en realidad estaban siendo dopados para ser arrojados en pleno vuelo con más facilidad. El mecanismo fue depurándose sobre la marcha: con el tiempo los asesinos comprendieron que era mejor amputarle las extremidades y quitarles la ropa para dificultar aún más la posibilidad de que sean reconocidos. Por las dudas, también los ataban con sogas o alambres.

El primer militar que reconoció la existencia de los vuelos de la muerte fue Adolfo Scillingo, quien se entregó en España y allí fue condenado a mil años de prisión. Otros pilotos cometieron el descuido de comentarlo ante personas que los acusaron en la justicia, como les sucedió a Emir Sisul Hess, Julio Poch o “el Colorado” Ormello. Fueron los primeros indicios fehacientes “desde adentro” sobre la existencia de un plan sistemático de desaparición de personas a través de esa siniestra operatoria.

Según reconstruyó el ya fallecido fiscal Federico Delgado tras escuchar a más de 600 testigos, los vuelos de la muerte eran realizados con aviones de la Fuerza Aérea, desde los cuales se arrojaba a “hombres y mujeres, siempre encapuchados o tabicados, esposados entre sí, con ropas sucias, en estado consciente; caminaban en fila ayudándose mutuamente y tenían aspecto muy deteriorado”.

De ese modo los cuerpos desnudos y mutilados fueron cayendo en distintas partes, desde el Delta del Paraná hasta aguas uruguayas, aunque las corrientes de los ríos y del océano devolvieron a muchos de ellos a la superficie. Así aparecieron uno tras otro en distintas localidades balnearias no sólo de Argentina, sino también de Uruguay. Todos fueron enterrados como NN en tumbas sin mojonear, o incluso en fosas comunes. Algunos fueron identificados. La pregunta es cuántos faltan encontrar.

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