Este domingo en Ecuador se celebrará la segunda vuelta electoral, en la que se enfrentarán el actual presidente, Daniel Noboa, y la candidata correísta Luisa González. Es una elección clave para el país, pero también para la región, porque se enfrentan dos proyectos muy diferentes: la continuidad neoliberal, con tintes de extrema derecha por contagio de la ola Trump-Bukele-Milei, y una vuelta al rumbo progresista que supo marcar el ex presidente Rafael Correa durante una década, desde 2007 hasta 2017.
Según la mayoría de las encuestas previas hay una ventaja de González en la intención de voto, pero difieren en el margen, van desde las que le dan cinco puntos de ventaja hasta las que marcan prácticamente un empate técnico, por lo que el escenario es incierto para este domingo.
El actual presidente está cumpliendo un mandato corto, de un año y medio, porque fue elegido en unas elecciones extraordinarias a fines de 2023 cuando el ex presidente neoliberal Guillermo Lasso, acuciado por denuncias de corrupción, decretó la “muerte cruzada”, es decir, la disolución del Congreso y el llamado a elecciones presidenciales anticipadas. En aquellas elecciones extraordinarias, Noboa venció en segunda vuelta a la propia Luisa González. Sin embargo, ese mandato de Noboa era solo por un año y medio, para completar el de Lasso.
Noboa tiene 37 años, es el mandatario más joven de la región y el más joven de la historia de su país. Nació en Miami, hijo del hombre más rico del Ecuador, Álvaro Noboa, zar de las bananas y cinco veces candidato a presidente. Antes de ser presidente, tuvo un corto período de dos años como asambleísta y antes de eso, solo trabajó en el conglomerado de empresas familiares. Su corto mandato presidencial se caracterizó no solo por el previsible plan económico neoliberal, sino también por la militarización del país, algo que teóricamente tenía por objetivo combatir al narcotráfico y llevar seguridad a la población, pero que produjo todo lo contrario: matanzas, más inseguridad y represión continua. Uno de los hitos de su gestión fue el asalto a la embajada de México, donde se había asilado el ex vicepresidente Jorge Glas. Aquello fue una violación inédita a la soberanía de otro país y al derecho internacional público, algo que no tuvo la debida repercusión y que forma parte del presente distópico al que nos viene acostumbrando la extrema derecha mundial. Tampoco en lo económico tuvo los resultados prometidos, y su plan ortodoxo hundió al país en mayor recesión, desocupación y empobrecimiento de las clases populares.
Del otro lado está Luisa González, la candidata del Movimiento de la Revolución Ciudadana, una abogada de 47 años que trabajó tanto en el sector privado como en distintas áreas de la administración pública durante el gobierno de Correa. Ella ya llegó a segunda vuelta electoral en octubre de 2023 perdiendo por estrecho margen (51,5 a 48,5 por ciento) contra Noboa.
Antes, en las elecciones en que había sido electo Lasso, también el entonces candidato correísta, Andrés Aráuz, había llegado emparejado al ballotage. Siempre quedó claro que el correísmo sigue manteniendo una base sólida de sustentación popular, pero también quedó claro su techo, que no pudo traspasar, enfrentándose a todo el arco político refractario.
La diferencia, esta vez, puede estar dada en el apoyo que Luisa González consiguió por parte del movimiento indígena, en sus distintas vertientes, organizaciones y tendencias. Hace un par de semanas, el ex candidato presidencial Leónidas Isa, que en la primera vuelta electoral obtuvo alrededor de un cinco por ciento, anunció un acuerdo programático y el apoyo a la candidatura de la Revolución Ciudadana. Esos cinco puntos podrían ser cruciales, teniendo en cuenta las actuales encuestas y que en primera vuelta empataron en un 44 por ciento.
En cuanto a la importancia regional de estas elecciones, será clave, porque un eventual triunfo de Luisa González fortalecería el eje progresista encabezado por el México de Claudia Sheinbaum y el Brasil de Lula, con otros integrantes como la Colombia de Gustavo Petro y el Uruguay de Yamandú Orsi. Sobre todo, teniendo en cuenta que este año habrá elecciones claves en Bolivia y Chile.
En cambio, si llegara a ganar Noboa, se fortalecería el eje de extrema derecha y tintes neofascistas del Estados Unidos de Donald Trumpl, la Argentina de Milei y El Salvador de Nayib Bukele.