No está en el cargo que debas aguantar que te acusen públicamente de haberte puesto a cuatro patas para conseguir un cargo político. Ni que te llamen puta, calificativo que comparten casi todas las mujeres con relevancia política en este país, en algún momento dado y no solo en las redes sociales, que son las que se llevan la peor parte. A los hombres se les llama sinvergüenza, ladrón, mentiroso, a las mujeres se les insulta desde el calificativo sexualizante y de dominación. Es el que habrás hecho tú para estar ahí de toda la vida, pero un escalón más, el de la deshumanización para cualquier cosa que no sea objeto sexual.
Han sido zorras en algún momento Cuca Gamarra, Anabel Vázquez, María Jesús Montero, Andrea Levy, Yolanda Díaz, Cayetana Álvarez de Toledo, Mónica García, y en lo alto del podio, Irene Montero. Siempre se ha juzgado a las mujeres en política con el otro rasero de la estética, qué ropa llevan puesta, cómo van peinadas o maquilladas. Sería mañana el primer día que viera algún comentario sobre el ministro Planas, el corte cruzado de la americana de Miguel Tellado o las ojeras de Aitor Esteban, pero no salgas despeinada a una rueda de prensa después de 24 horas de negociación de la PAC en Bruselas como le pasó a Loyola de Palacio, que se llevó portadas de periódico, o te hayas teñido de rubia y vistas de manera elegante como se le crítica a la ministra Díaz, porque nunca sabrás por dónde te van a dar. Por muy maquillada o por poco, por exceso de peso o delgadez, excesivamente sonriente o seria, por altanera o demasiado seguidista del líder. Por existir, por hablar, por no hacerlo como tú quieres que lo haga, por no ajustarse a un modelo que tú has creado de cómo debe ser una mujer y más una mujer pública.
Pero ahora hemos dado un paso más en la cosificación de las mujeres y también de las políticas como de las periodistas o de cualquiera que tenga cierto altavoz. Ni Pilar Alegría ha sido la primera, ni será la última porque el discurso de violencia sexual contra las mujeres va en aumento, y luego nos escandalizaremos por los resultados de los análisis escolares, y nos desgañitaremos contra el bullying y los vídeos de Youtube. Si se puede contra una ministra, una diputada, una secretaria general de un partido por qué no contra mi compañera de clase, contra la del equipo de baloncesto que compito. Dónde está la ejemplaridad que decimos querer transmitir, dónde el compromiso de no mirar hacia otro lado porque no son de los nuestras. Ojalá nuestras hijas no hereden el calificativo de putas y zorras, pero creo que hay vía libre para el ensañamiento, y poca gente empujando en la dirección contraria.