domingo, 25 mayo, 2025
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Neuromitos y el cerebro infantil

Las primeras descripciones sobre el cerebro humano y su funcionamiento datan del antiguo Egipto, aunque recién a finales del siglo 20 la neurociencia fue consolidando su estructura científica.

En la actualidad, es una de las biociencias más difundidas y con gran aceptación popular, debido en parte al audaz, casi temerario, intento por explicar toda conducta y acción humana con datos anatómicos o fisiológicos. Esto facilita la circulación de conclusiones o inferencias falsas que, por repetidas y naturalizadas, adquieren la categoría de mitos.

“Neuromito” es, en realidad, un neologismo que define “interpretaciones erróneas, citas equivocadas o generalizaciones sobre investigaciones neurocientíficas que podrían afectar la dinámica pedagógica en diversos ámbitos”. Repasemos algunos:

  • “Sólo usamos el 10% de nuestro cerebro”.

La frase, erróneamente atribuida a Albert Einstein, es una tergiversación de lo escrito por William James, fundador de la psicología funcional en Estados Unidos, quien en su libro The energies of men (1907) comentaba que “hacemos uso de una pequeña parte de nuestros posibles recursos mentales y físicos”. El uso libre de la idea generó un neuromito, ya que es imposible “medir” el uso del potencial cerebral.

  • “Cada hemisferio cerebral determina la personalidad”.

No existen personalidades condicionadas por el “cerebro derecho” o el “cerebro izquierdo”. En términos funcionales, ambos actúan de manera coordinada.

  • “Las personas ancianas ya no aprenden”.

Falso. Con diferentes modos y velocidades, el aprendizaje se mantiene durante toda la vida.

  • “Es posible aprender durmiendo”.

Las distintas fases del sueño determinan diferentes niveles de desconexión, lo que permite un descanso reparador, indispensable para la supervivencia. Por ello, los sistemas formales del aprendizaje –atención y memoria- no están activados durante el sueño, lo que impide su utilidad en términos educativos.

  • “Escuchar música clásica aumenta la inteligencia infantil”. (Este mito merece más texto).

La relación entre la música “clásica” –especialmente, la obra de Wolfgang Amadeus Mozart– y el desarrollo cognitivo en bebés ha sido tema de estudio y controversia durante décadas.

El conocido “efecto Mozart” nació con una publicación de 1993 en la prestigiosa revista científica Nature. Entre sus conclusiones, informaba que “la exposición a la Sonata para dos pianos en re mayor, K. 448, de Mozart, aumenta la capacidad de reconocimiento espacial y temporal, lo que podría potenciar el desarrollo cerebral en bebés”.

El informe causó un gran impacto popular. Las empresas comerciales no dudaron: lanzaron al mercado juguetes y materiales audiovisuales con música de Mozart como herramientas para estimular intelectualmente a los niños.

La idea no sólo derivó en ganancias millonarias a esas iniciativas, sino que involucró a gobiernos en Estados Unidos. En Georgia, se decidió que cada recién nacido recibiría un disco compacto con música de Mozart; en Tennessee, se decretó que se reprodujera música clásica en guarderías.

La ilusión crecía; se trataba de un recurso accesible y de bajo costo. Sin embargo, ningún estudio posterior logró replicar los resultados iniciales.

Hoy sabemos que, si bien la música colabora con el bienestar emocional y con el desarrollo del lenguaje inicial, no hay pruebas de que mejore el intelecto infantil.

No obstante, la experiencia con el “efecto Mozart” confirmó que todo estímulo aplicado de manera prudente y acorde a cada edad siempre puede beneficiar el desarrollo integral de niños y niñas.

Pero, digamos la verdad: no hay recursos mágicos.

La inteligencia infantil –condicionada por la carga genética– sólo crece en un hogar cálido, con comida suficiente y con el abrigo emocional que dan la escuela y los amigos.

  • Médico

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