«La colombiana nueva», «te tengo preparada una…», «Ariadna está recién… está perfecta», «La Carlota se enrolla que te cagas», «Ariadna y Carlota, a tomar por culo», «era por conocer». Estas son algunas de las machistadas de Ábalos y Koldo cuando hablaban de unas mujeres a las que pagaban para pasar el fin de semana. Seguro que habrán escuchado los audios, esa forma de hablar, misógina y nauseabunda, propia de la prostitución. Esa manera de hablar de las mujeres como objetos, como cromos a intercambiar, como cosas de usar y tirar para el rato. Dos tipos así en un partido que ha hecho del feminismo su insignia. En otra conversación, Koldo habla de Nicoleta, rumana, y dice que «no solo hay que valer para follar», para que le den a ella un trabajo. Tampoco sorprende con su pasado. No olvidemos al Koldo que trabajaba como portero en un club o que fue indultado por Aznar.
Por si alguien aún no pilla lo profundamente asquerosa que es esa conversación, voy a entrar un poco más al detalle. Primero, porque hablan de ellas con el mismo lenguaje de las páginas porno: rumanas, colombianas… Segundo, esto lleva a pensar que son mujeres prostituidas y Koldo nos lo confirma cuando explica cómo una de ellas está necesitada. Si ella pide un empleo es porque sabe que la prostitución de trabajo y libertad no tiene nada. Y luego, ese lenguaje tan vomitivo pero tan típico, de definirlas por cómo están de nuevas o perfectas, junto a esa necesidad de explorarlas. De guinda, la deslealtad a la esposa. Me pregunto qué será de ellas; de Ariadna, de Carlota, de Nicoleta, y de todas aquellas que no aparecen. Porque hubo más, solo hay que recordar a Aldama y esos asquerosos «pisos de señoritas», cuestión que nada extraña porque sabemos que el negocio se trasladó de los prostíbulos a los pisos.
Estas conversaciones también tienen su derivada política. La derecha la capitaliza hablando de la hipocresía de los hombres socialistas, esos aliados de izquierdas que acaban explotando a mujeres. Otros recuerdan el caso de Tito Berni y aquel horrendo capítulo que también incluía a prostitutas. Pero esto sería quedarse en la superficie. Porque hay algo que nunca falla. Toda trama de corrupción política y empresarial, copada por tíos machistas despreciables, tiene también su trama de negocio prostitucional.
Sobran corruptos, puteros y machistas. No hay diferencia entre puteros, tengan carnet de partido o nunca lo tengan. Es igual, buscan su poder. En el PP han tenido casos memorables, como aquello del «volquete de putas». Por recordar solo dos, están esos titulares que hablaban de sexo y orgías como el arma secreta de la Gürtel, con un Francisco Correa que proponía «servicio de chicas» y orgías con prostitutas para cerrar acuerdos. Otro fue el caso Emarsa, donde el dinero de los valencianos y valencianas para depurar agua acabó en viajes a 24 ciudades, prostitutas y restaurantes de lujo. A ellas las justificaron como «traductoras rumanas». Entre medias, otros casos analizados o a veces juzgados, donde se mencionan a prostitutas y fiestas, aunque eso es un tema menor, apenas se investigan, y mucho menos si ello supone entrar en temas de trata, la mayor parte de este negocio. Ellas aparecen en los informes como un mero adorno. Es la normalización de la prostitución.
Quizás lo adecuado sería que junto a los delitos de fraude, cohecho o malversación de los que se acuse a estos tipos, se les sumara algo más. Si hubiera una ley abolicionista, algunos de estos políticos recibirían además una multa. O quizás algunos de sus asesores o compañeros de noches serían también acusados por colaborar en redes de trata. Pero para eso no se tendría que rechazar la propuesta de leyes que multa a los puteros, como pasó no hace tanto con muchos partidos en contra. Entre ellos, regulacionistas que no tienen legitimidad para ahora criticar esto.
Ser machista no es ni de derechas ni de izquierdas. Ser putero, tampoco. Por eso en los casos de corrupción siempre están ellas. Mujeres como parte del soborno. Mujeres para brindar tras cerrar el negocio. Machos alfa entre pelotazos y comisiones. Todos representantes de uno de los negocios más vomitivos: la corrupción del machismo que paga a las mujeres como mercancía.
*Profesora de la UOC y periodista