Cada mañana desayunamos audios y autos judiciales mientras nos quitamos las legañas y nos vestimos para ir al trabajo, en bucle, cada día igual. «Todos los políticos son iguales», escuchamos por doquier. Quizá sea cierto… pero es una afirmación que se niega a sí misma. No pueden ser todos iguales: si son políticos son personas, y si son personas todas son únicas e irrepetibles.
¿Pero es cierto que todos son iguales? Claro que no, el problema no es ese. El problema radica en que, si asumimos ese estribillo de ascensor, ese exabrupto sanador, nos metemos en un jardín del que será difícil salir. Como padres, educadores, adultos de esta sociedad que habitamos, no podemos encasillarnos en ese axioma. ¿Qué estamos transmitiendo a nuestro alumnado, hijos e hijas? Simplemente inseguridad, escepticismo y desconfianza. Hacemos un daño descomunal con esa frase. Así no se puede continuar o nos traerá consecuencias más que desastrosas.
¿Quién nos va a gobernar si no confiamos en nadie? ¿Qué jóvenes vamos a tener si no son capaces de confiar en la persona humana? Ser humano consiste en errar, en equivocarse cada día, en traicionarse… es la vida. Pero tenemos la libertad para poder elegir cada cuatro años y sacar a los corruptos de las instituciones sean del signo que sean. Sabemos perfectamente que los españoles votamos más por ideología, tradición familiar o corazón que por sentido común y raciocinio.
La escuela no debe formar alumnos y alumnas descreídos e hipercríticos. No podemos educar a pequeños radicales que siguen ciegamente las ideas de papá y mamá. Cada vez que aparezca un corrupto en el telediario tendremos que presentarles un modelo a seguir, en una especie de ley de la compensación. Si no conseguimos erradicar este pesimismo hacia la persona va a ser imposible alcanzar una sociedad basada en la empatía y la solidaridad. No se puede ser esclavo de la crítica constante.
La filosofía del siglo XXI nos habla de espiritualidad, de vacíos existenciales, de liquidez, de posverdad. Desconfiar por defecto del ser humano es el caldo de cultivo perfecto para la autodestrucción de la persona. Necesitamos jóvenes que se armen con la palabra, con la fe en algo o alguien, con el corazón. No podemos perder la esperanza en la persona humana, no todo está perdido, aunque provoca mucho una tertulia con una cerveza en la mano y ponernos a renegar de todo. Pidamos a las televisiones, a las redes, a las plataformas digitales que por cada caso de corrupción nos muestren algo o a alguien por quien merezca la pena luchar.
*Profesor