sábado, 28 junio, 2025
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Mis libros y sus firmas

En casa tengo una biblioteca más o menos variada, erigida a lo largo de dos décadas de compras en librerías de viejo, cadenas con sucursales en shoppings, bibliotecas que venden libros para subsistir, librerías de libros en inglés (Acme, por ejemplo, que ya no existe) y algún que otro ejemplar cuya procedencia desconozco o prefiero no recordar.

Entre los anaqueles, el lector curioso que se atreva a hurgar –generosidad sólo reservada para un puñado de amigos y visitantes– hallará unos mil y pico libros, de los cuales varios están dedicados por sus autores o firmados por antiguos dueños.

Unos pocos tienen sellos personales estampados en las páginas de cortesía; por ejemplo, Cuentos argentinos de ciencia-ficción, antología de fines de 1960 compilada por Juan Jacobo Bajarlía, firmada por Jorge A. Sánchez, a su vez compilador de otra colección del género, Los universos vislumbrados.

El coleccionismo librero está lleno de viudos y de viudas. En 2017 entrevisté por primera vez a Enrique Medina, novelista, cuentista, a quien admiraba desde adolescente y con quien mantuvimos una serie de conversaciones para un libro que salió este año. Para documentarme, tuve que ponerme al día con su bibliografía, parte de la cual me cedió Enrique.

Todos los libros vienen dedicados, con mi nombre y apellido, de manera que si quisiera deshacerme de ellos me deschavaría ese detalle. No soy el primero en tener esa idea, pues mi copia de la excelente novela Las muecas del miedo, una edición de Galerna de 1981, bastante rotosa, tiene la siguiente leyenda: “Para Ariel Bignami, con la amistad del autor. Enrique Medina (firma en cursiva). 25-VIII -81″.

Si Bignami (director de la revista Contexto en los años de la dictadura y autor de varios libros de teoría y crítica) no se hubiera desprendido de su libro, yo no lo habría conseguido.

A veces las dedicatorias tienen un sutil matiz poético que puede pasar inadvertido.

Esteban Moore, traductor y poeta (de los mejores que tenemos vivos), suele emplear los espacios en blanco que dejan los títulos de sus libros para intervenirlos. Mi copia de Tiempos que van (Plus Ultra, 1994) dice “Para Juan” (flecha curva que señala el título abajo) “estos Tiempos que Van. Poemas” (otra flecha curva hacia abajo) “con el afecto y la amistad perdurable” (última flecha) “en Bs. As./94”.

Como vemos, el uso del espacio para un poeta es clave, y Moore lo ha manejado muy bien incluso con el libro ya impreso. En mi copia de Al margen de la noche (HCEditores, 2023), Esteban escribió estas alentadoras líneas, que nunca están de más porque en nuestro país las crisis son eternas: “Para Matías. Con mi afecto y Amistad, por la aventura en la palabra y los proyectos que vendrán. E. Moore, Buenos Aires 2023”.

Pero no todas las dedicatorias en mi biblioteca son de escritores profesionales; algunas provienen de amigos que regalan libros como la máxima expresión de cariño: Gonzalo Alonso, amigo de décadas, para un cumpleaños me compró en inglés Wuthering Heights (Cumbres borrascosas, de las Brönte), pensando que me interesaría. Al ver mi reacción, más bien asquerosa, lo cambió por una colección de obras de teatro del absurdo, que me interesó más, y contiene la dedicatoria: “Con mucho, mucho amor… Agustina+Gonzalo 2002”. Todavía recuerdo algo de The Zoo Story, de Edward Albee, parte de la antología.

Hace pocos años me reencontré con una docente del profesorado de inglés, con quien aprendí sobre el romanticismo inglés (Coleridge, Wordsworth), Milton, Francis Bacon (el filósofo, no el pintor) y otros.

En un bello gesto de generosidad, me regaló libros de su biblioteca, entre ellos A Linguistic History of English Poetry, de Richard Bradford, con la dedicatoria “To Matías, who carries the torch. Sincerely, Cecilia”. Los gélidos vientos de Tandil y los vaivenes económicos casi apagan la flama, pero seguimos adelante.

En el apartado “firmas de dueños anteriores”, un fisgón encontraría un ejemplar de Entre hielo y tormentas, de C.H. Pollog y E. Tilgenkamp. Hermoso, tapa dura, publicado por Peuser con ilustraciones a todo color. La firma: “E. Calamantes, 15-9-59”. Confieso que no lo leí, y no es el único de este listado que permanece intacto por mí.

Otro es El hombre y la técnica, de Oswald Spengler, quien me interesó por las menciones que Kerouac hizo de él. La firma, ininteligible, dice algo como “Massarrapante”.

Vuelvo a un libro en inglés: The Alchemist, de Ben Jonson (1572-1637), una sátira teatral de los chantas seudosobrenaturales que han existido desde siempre. Está firmado por K. (por Kenneth) Jones, un viejito inglés al que le traduje sus memorias y que aducía haber sido amante de la mamá de Julian Barnes.

Otro ejemplar, Descanso de caminantes, de Adolfo Bioy Casares, viene con las misteriosas siglas RRJ; rastrear el recorrido desde ese dueño hasta mis anaqueles tranquilamente podría ser la trama de un relato borgeano.

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