Solo a un tipo como él se le hubiera ocurrido poner en marcha una locura de tal calibre, aunque en realidad la idea no fue suya. Lo que hoy es la carrera ciclista más seguida del mundo, en su día fue un invento descabellado para vender periódicos y a ser posible, hundir a la competencia. Henri Desgrange logró ambos objetivos con creces.
Hay que viajar a comienzos del siglo XX para contextualizar el curioso nacimiento del Tour de Francia. Y recurrir al ‘caso Dreyfus’, porque en ese contexto de división política en Francia (a raíz de la acusación por espionaje a un capitán judío del ejército francés, Alfred Dreyfus), un diario llamado ‘Le Vélo’, promotor de la Paris-Roubaix y dirigido por Pierre Giffard, se posicionó a favor de Dreyfus.
En el otro bando, los que estaban convencidos de la culpabilidad de Dreyfus, un conde llamado Jules de Dion puso en marcha un proyecto para confrontar a Giffard. Le arrebató varios anunciantes, descontentos con las tarifas de ‘Le Vélo’. Y puso en marcha un nuevo periódico, para hacerle la competencia. Solo necesitaba un nombre y un director.
El nombre fue casi un plagio: ‘L’Auto-Vélo’, posteriormente llamado simplemente ‘L’Auto’ tras la demanda judicial que interpuso Giffard. Si el diario de Giffard se imprimía en páginas verdes, el nuevo periódico lo haría en papel amarillo (de ahí el maillot de líder del Tour, estrenado en 1919).
¿Y el director? El elegido fue Henri Desgrange: deportista vocacional, dueño del primer récord de la hora de la historia (35,32 kms establecidos en 1893, cuando tenía 28 años, con una bici de trece kilos y una botella de leche en el manillar), abogado y publicista; un personaje realmente singular.
«No puede venir así a trabajar»
Cuando trabajaba como abogado en el despacho Depeux-Dumesnil, a Desgrange un día le dijeron. “No puede venir usted al despacho con esas pintas”. Se referían a sus pintas de ciclista, con los pantalones arremangados: el ciclismo era entonces cosa de pobres y de obreros. Desgrange no tuvo demasiadas dudas: entre el despacho y la bicicleta, eligió la bicicleta.
Desgrange abandonó la abogacía y se dedicó a la publicidad: trabajó en la casa Clément, un fabricante de bicicletas. Organizaba carreras y llegó a dirigir el velódromo del Parque de los Príncipes.
«Desgrange fue un jeta supremo. O un hipócrita de la peor clase. O todo a la vez. Un tipo colérico, malhumorado, con más nocilla en sus artículos que una merienda en 1987″, lo define Marcos Pereda en ‘Eso no estaba en mi libro de historia del ciclismo’.
Convertido en director del nuevo periódico, Desgrange buscó un método para impulsar ‘L’Auto’ y hundir a ‘Le Vélo’. Reunió a su equipo de trabajo y un redactor, de nombre Geo Lefèvre, tuvo una idea.
Una locura o una idea genial
“Últimamente nos llegan cartas desde las ciudades de provincias porque quieren ver a las figuras del ciclismo. Podríamos organizar una carrera por etapas que saliera de París y que recorriera las ciudades principales del país. Sería una vuelta a Francia”.
Desgrange compró la idea sin dudarlo. El contable del periódico, Victor Goddet, tuvo algunas dudas, pero acabó aceptando. (Ni por asomo pensaba en aquel momento que su hijo Jacques sería durante medio siglo el director de una carrera gigantesca, seguida por millones de aficionados en todo el mundo).
El 19 de enero de 1903, su periódico publicó: “La mayor prueba ciclista del mundo entero. Una carrera de un mes, del 1 de junio al 5 de julio, por Lyon, Marsella, Toulouse, Burdeos y Nantes. 20.000 francos en premios”.
Henri Desgrange, el gran patrón de los primeros años del Tour / –
Un invento maravilloso
El periódico, con Desgrange al frente, tuvo que retocar las fechas y retrasar la carrera un mes para dar más tiempo a los posibles participantes. También recortó algunas etapas y aumentó los premios.
En julio, mes de vacaciones, muchos ciclistas que no eran profesionales podrían dedicar sus días de descanso a sumergirse en el nuevo invento. En junio hubiera sido imposible.
Y por fin, en la tarde del 1 de julio de 1903, 76 valientes sobre sus bicicletas esperaron junto a la posada Au Reveil Matin (El Despertador), a las afueras de París. Arrancaba el Tour de Francia.
Desgrange fue el gran patrón de la carrera hasta poco antes de su muerte. En 1936 entregó el testigo a Jacques Goddet, el hijo de Victor, el contable del periódico.
Hasta el último día de su vida hizo ejercicio, apasionado como era del mundo del deporte. A los 70 años aprendió a nadar a crol. Espartano, amante del sufrimiento que a veces conlleva el ejercicio físico, Desgrange siempre apostó por el Tour como algo épico, una gesta para grandes héroes. Aunque algunos, como Octave Lapize en 1910, en la cumbre del Aubisque, le llamase asesino.
Suyas fueron las ideas que permitieron al Tour consolidarse como la carrera más importante del mundo, aunque también tuvo otras que no cuajaron, como la de las etapas parciales, los corredores suplentes o la imposibilidad de cambiarse de maillot o de avituallarse. La historia del Tour no se entiende sin él.
Había combatido en la Primera Guerra Mundial y murió en 1940, poco después de que los nazis entrasen en París.
Para entonces, el timón del Tour ya estaba en manos de Jacques Goddet, patrón durante 51 años, entre 1936 y 1987. Toda una vida como director de la carrera más grande del mundo: palabras mayores. En 1948, Goddet decidió homenajear a Desgrange: mandó imprimir sus iniciales en el maillot amarillo.
También decidió, ese mismo año, premiar con dinero al portador del amarillo. No lo hizo por altruismo, sino por puro interés. “El objetivo es premiar el esfuerzo de los que libran la batalla desde el inicio”. En otras palabras, para animar las etapas llanas.
El Tour amplía fronteras
En 1953, para conmemorar los 50 años del Tour, se inventó el maillot de la regularidad. Eligió el color verde. Y en 1954, Goddet dio otro paso más: por primera vez, el Tour arrancó desde el extranjero. Amsterdam fue la ciudad elegida. Goddet siempre pensó que el futuro del Tour pasaba por abrirse a otros países. No iba desencaminado.
En 1960, Goddet ordenó parar al pelotón. Era una decisión insólita. ¿El motivo? Saludar como correspondía al general Charles de Gaulle, que pasaba los últimos años de su vida en un pueblo, Colombey-les-deux-Églises, cerca de Troyes. Y en 1962 tomó una decisión especialmente relevante: el Tour ya no se celebraría por selecciones nacionales, sino por equipos de marcas comerciales.
Una posguerra difícil
Goddet, que había vivido el periodismo desde que era un crío, nunca dejó de ser periodista. Compaginó su labor como periodista con la dirección del Tour. Y mantuvo a flote al diario ‘L’Auto’ en momentos complicados, cuando fue acusado de colaboracionista tras la guerra.
Su argumento fue impepinable. “Durante la ocupación nazi, el Tour no se disputó. Salvé al Tour de ser mancillado, pese a que las autoridades de Vichy querían que se corriese para hacer creer que Francia era un lugar maravilloso y sin problemas”.
Tenía razón: en los años más duros, la redacción del periódico tuvo que trasladarse a Lyon e imprimirse de forma clandestina.
Eso sí, tras la guerra le obligaron a cambiar el nombre del periódico, que desde entonces (febrero de 1946) se llama ‘L’Équipe’ y que sigue siendo el buque insignia del Tour.
El Tour, objeto de deseo
Goddet maniobró para que el Tour siguiera en manos del periódico. Lo logró con varias alianzas, y en medio de una competencia feroz con otros periódicos.
Su asociación con Felix Lévitan y Emilien Amaury fue clave. La empresa que edita ‘L’Équipe’, que organiza el Tour (y que también entrega el Balón de Oro) se llama así; Amaury Sports Organisation, ASO.
El nombre de Goddet luce hoy en la cumbre del Tourmalet, por donde los corredores pasarán este sábado, 19 de julio: cada ciclista que pasa primero por ese punto mítico, recibe un premio de la organización del Tour, el ‘souvenir Jacques Goddet’.