Por Pedro Jorge Solans.-Escritor, periodista y editor.-
Más allá del resentimiento, cómo la Generación de la IA podría superar los tiempos de las pasiones tristes, —en referencia a los argumentos de François Dubet y del filósofo Baruch Spinoza.
Nacerán en 2025 y heredarán un mundo definido por la inteligencia artificial, pero también por el malestar social que el sociólogo François Dubet diagnosticó como «la época de las pasiones tristes». ¿Podrá la Generación Beta, con sus nuevas herramientas y una educación reconfigurada, trascender la frustración y el resentimiento que marcan a la generación de sus padres?
Vivimos en la paradoja de un descontento que no cesa de crecer. Nuestras sociedades, que pregonan la igualdad de oportunidades como un mantra sagrado, son un caldo de cultivo para la frustración, la polarización y una sensación de agravio permanente. El sociólogo francés François Dubet, en su lúcido ensayo, le puso nombre a este fenómeno: “la época de las pasiones tristes”. Describe una era en la que la desigualdad ya no se vive como una lucha de clases colectiva, sino como una suma de humillaciones personales. El fracaso, en un sistema supuestamente meritocrático, se convierte en una herida narcisista, y la rabia ya no se dirige hacia arriba, sino hacia los lados: hacia el inmigrante, el vecino o aquel que parece tener un privilegio inmerecido.
Esta es la herencia emocional que los millennials y la Generación Z legarán a sus hijos, los primeros miembros de la Generación Beta, que comenzarán a nacer en 2025. Sin embargo, las mismas fuerzas tecnológicas que definen su mundo —la inteligencia artificial y la automatización— podrían, paradójicamente, proporcionarles las herramientas para superar el marco de resentimiento de sus padres.
El fin de la carrera única
La principal fuente de las pasiones tristes, según Dubet, es la promesa rota de la meritocracia. La idea de que todos compiten en la misma carrera y que no llegar a la meta es una falla individual es devastadora. La Generación Beta, sin embargo, nacerá en un mundo donde esa «carrera única» estará en plena implosión.
Como argumentan economistas como Daniel Susskind en Un mundo sin trabajo, la IA no eliminará el trabajo, pero sí pulverizará las trayectorias profesionales lineales. Las tareas rutinarias, tanto manuales como cognitivas, serán automatizadas. Esto obliga a un replanteamiento total del concepto de «éxito». Si el «camino seguro» —estudiar una carrera, conseguir un empleo estable y ascender— deja de existir, la humillación asociada a no seguirlo también podría empezar a disolverse. En la «modernidad líquida» que describió Zygmunt Bauman, donde el cambio es la única constante, el fracaso deja de ser una sentencia definitiva para convertirse en una simple etapa de un proceso de adaptación continua. El peso del estatus podría aligerarse, y con él, la carga del resentimiento.
La revalorización de lo humano
Si la IA se encarga de la eficiencia, la optimización y el análisis de datos, ¿qué queda para los humanos? Queda todo lo demás: la creatividad, el pensamiento crítico, la empatía, la colaboración y la inteligencia emocional. Y es aquí donde encontramos la segunda clave.
La educación de la Generación Beta, por pura necesidad de mercado, se centrará en cultivar estas «habilidades blandas». Ya estamos viendo un prólogo de esto en un lugar inesperado: Silicon Valley. La élite tecnológica, los mismos ingenieros y directivos que diseñan nuestro futuro digital, están optando por una crianza paradójicamente analógica para sus hijos, enviándolos a escuelas como las Waldorf, donde se prioriza el trabajo en equipo, las artes y la interacción social por encima de las pantallas.
Ellos, los creadores del sistema, han entendido la lección fundamental: en un mundo saturado de tecnología, el valor diferencial será la capacidad de conectar humanamente. Las habilidades que fomentan la colaboración y la empatía son el antídoto directo contra las pasiones tristes, que por definición son aislantes y fragmentarias. Mientras la generación de sus padres compite por likes en una espiral de validación individual, los Beta serán entrenados para crear valor de forma colectiva, porque será la única forma de complementar eficazmente a la inteligencia artificial.
Hacia nuevas formas de colectividad
Esto no es una predicción utópica. La disrupción tecnológica también creará nuevas ansiedades y formas de exclusión. Sin embargo, al desmantelar las viejas estructuras de estatus y revalorizar las competencias sociales, se abre una posibilidad. La Generación Beta no superará las pasiones tristes por ser moralmente superior, sino porque las condiciones materiales de su existencia les exigirán un nuevo tipo de gramática social.
Forzados a ser flexibles, a colaborar con máquinas y, sobre todo, entre ellos, podrían encontrar nuevas formas de construir un «nosotros» que no se base en el resentimiento hacia el otro. Podrían ser la primera generación que, al aceptar que la máquina se ocupa de la competición por la eficiencia, decida que a los humanos nos queda un terreno mucho más interesante por explorar: el de la cooperación, el cuidado y la creatividad compartida. Y en ese cambio de enfoque, quizás, encuentren la salida al laberinto de tristeza que sus padres les legaron.