En ambiente mediterráneo la vegetación está adaptada a los incendios recurrentes. Veranos tórridos de altas temperaturas y escasas precipitaciones provocan que especies anuales (herbáceas) estén secas en esa época y el matorral, los arbustos y la arboleda presenten estrés hídrico que facilita su combustión. Este tipo de vegetación comenzó a definirse hace unos de tres a cinco a millones de años y se consolidó desde hace 2,5 millones de años hasta hace unos 12.000.
Las especies están extraordinariamente adaptadas a los incendios forestales, ya que éstos forman parte natural del ecosistema mediterráneo desde hace milenios. De hecho, muchas especies no solo sobreviven, sino que dependen del fuego para regenerarse. Estas adaptaciones se clasifican en dos grandes tipos: adaptaciones para resistir el fuego, con gruesas cortezas, la más característica el corcho que protege los tejidos internos del calor, y adaptaciones para regenerarse tras el fuego, la capacidad de rebrotar desde estructuras protegidas en las ramas, la base o las raíces.
Espacio natural protegido
A falta de determinar el perímetro recorrido por el fuego y la superficie afectada, a través de las fotografías áreas disponibles en las redes sociales, puede afirmarse que gran parte de la superficie incendiada pertenece a un espacio natural protegido, perteneciente a la Red Natura 2000, la Zona de Especial Conservación Guadiato Bembézar, protegida desde el año 2015.
Retén del Infoca, este jueves en la zona del incendio. / Ramón Azañón
Dos hábitats de interés comunitario
Esta zona ya había sufrido incendios hace décadas y el estado de recuperación era muy aceptable. La superficie ardida es un mosaico de vegetación que está conformada fundamentalmente por dos hábitats de interés comunitario y matorrales de degradación. Por un lado, 5330 Matorrales termomediterráneos, formaciones de matorrales que también incluye arbustivas de diferente naturaleza y fisonomía como lentiscares, acebuchales acompañados de toda una variada gama de jaras, aulagas o cantuesos. Estos hábitats son ricos en reptiles tipo lagarto ocelado y lagartijas de varias especies. Las aves más representativas de este hábitat mediterráneo abierto son especies ligadas a matorrales bajos y espacios abierto como la currucas, cogujadas y alondras
Por otro lado, 6310 Dehesas perennifolias de Quercus spp. La estructura es un mosaico de matorrales y pastizales salpicada la superficie por árboles como la encina. Especies como la abubilla, rabilargo, alcaudón y carbonero son comunes en estas superficies.
Una abubilla, en una imagen de archivo. / MARTA TORRES MOLINA
Y en menor representación el 9320 Bosques de Olea y Ceratonia, que son formaciones de acebuche y algarrobo acompañados de mirto, lentisco, espino negro y esparraguera entre otras.
Consecuencias de los incendios
La bibliografía científica indica que los incendios degradan la calidad del suelo, disminuyendo los nutrientes, alterando su estructura física y reduciendo su actividad biológica, afectando así a la multifuncionalidad del ecosistema, pero también es cierto que las biocostras de musgos y microorganismos colonizan rápidamente después del fuego, estabilizan el suelo y facilitan la recuperación ecológica, especialmente en los primeros años postincendio. Lluvias torrenciales pueden erosionar capas de suelo y sus nutrientes y por tanto disminuir su fertilidad.
Al desaparecer la vegetación se provoca un colapso en las poblaciones de insectos, aves y pequeños mamíferos, especialmente los especializados o que están ligados al sotobosque. Los insectos y polinizadores tienen una gran caída temporal (80–90 % en algunos grupos), pero se produce una recuperación parcial a los dos-tres años si hay diversidad floral temprana.
Consecuencias para la fauna
Aves como el carbonero común o el petirrojo sufren por pérdida de refugio y alimento. Su recolonización depende de la recuperación de estratos medios y del sotobosque. Los micromamíferos como musarañas o topillos sobreviven mejor si hay piedras, madrigueras y vegetación baja residual.
Un petirrojo cantando en plena naturaleza, en una imagen de archivo. / J. Aumente
Composición vegetal
Tras el incendio cambia la composición vegetal, predominan especies rebrotadoras o que germinan tras el fuego frente a árboles más tardíos como encinas y acebuches que tardan más en recuperarse. La diversidad florística puede aumentar temporalmente, especialmente en praderas y matorrales abiertos por mayor presencia de hierbas, especies florales y leguminosas, aunque el recubrimiento de leñosas disminuye.
Tras las primeras lluvias e incluso antes (entre uno y tres meses) aparecerán los primeros rebrotes de lentisco, encina y jaras, estas últimas muy favorecidas por el incendio. Se espera que en las superficies no ocupadas por arbustos o arboleda, la jara pringosa y otras especies colonizadoras cubrirán el terreno en los primeros cuatro años que frenarán en cierta medida la erosión.
En un espacio de cinco a 15 años serán apreciables las encinas y acebuches de las que serán poco observables los efectos del incendio desde cierta distancia. Entre los 15 y 40 años estará reconstruido el monte mediterráneo, aunque existirá una menor biodiversidad, hasta alcanzar su madurez a los 50 años si no existen nuevos incendios en el período aproximado de 15 años que impedirían la regeneración del encinar. En los primeros años habrá que prestar una especial atención al sobrepastoreo que impediría la regeneración, pero posteriormente puede ayudar a redefinir el paisaje y disminuir combustible.
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