miércoles, 20 agosto, 2025
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Los recuerdos nacidos en València arderán con el fuego del templo del Burning Man

En ‘Las despedidas’, el escritor Jacobo Bergareche sitúa el amor más trascendental de su vida en un festival del desierto de Nevada. Es el Burning Man, el encuentro artístico más aspiracional del siglo XXI por su singularidad y autenticidad, por situarse en un lugar tan remoto como ‘la playa’ de Black Rock, en Nevada, y por ser capaz de construir una ciudad efímera con 70.000 habitantes. Todos ellos movidos por la expresión artística, la creatividad y un fuego que lo borrará todo siete días después. En el ágora central de esa urbe levantada en mitad de un gigantesco páramo, el arquitecto valenciano Miguel Arraiz está ya montando ‘El templo’, el epicentro del festival y lugar sagrado para los asistentes, donde depositan cada año sus recuerdos a seres queridos que ya no están, sus lamentos, deseos o propósitos. Como en la novela de Bergareche, la experiencia del Burning Man es inolvidable para cualquiera que pone un pie en Nevada.

Arraiz es el primer español en asumir el reto de levantar el templo sobre el que gira la ciudad y sus asistentes. El martes salieron los últimos miembros de su equipo hacia Nevada, donde se quedarán hasta septiembre, cuando concluya su trabajo allí.

Montaje de la estructura del ‘Temple of the Deep’ de MIguel Arraiz, en el centro, junto a miembros de su equipo en el desierto de Black Rock. / Michael Fox

El arquitecto es el ‘líder artístico’ -así se le designa por parte del festival – tanto del proyecto como de un equipo de más de veinte personas, con los arquitectos Javier Molinero y Javier Bono como escuderos, con los que ha diseñado el ‘Temple of the deep’ (El templo de la profundidad, en castellano). El 24 de julio, el mismo día en que Arraiz cumplió 50 años, viajaron hasta San Francisco junto al artista fallero Manolo García, que se ha encargado de la estructura interna del templo.

Se trata de una gran cúpula de vareta acompañada por una gran bancada donde poder sentarse y observar el firmamento, uno de los requisitos de todos los proyectos y que evoca a la instalación inmersiva de James Turrell en Montenmedio (Cádiz). En este caso, la visión hacia el espacio se produce desde dentro, porque la estructura exterior desafía las premisas del festival y mira hacia el suelo, siendo solo en la intimidad -dentro del espacio del templo- cuando se puede mirar hacia el cielo.

El exterior es uno de los retos más grandes que ha abordado el arquitecto, que ya tiene experiencia en otras estructuras efímeras. Se mudó en enero a San Francisco y alquiló en Oakland una nave industrial desde donde trabajar en este proyecto, para el que no ha contado con ninguna ayuda de las instituciones valencianas. La organización del festival sufraga una parte del proyecto y todo lo demás ha sido gracias a una campaña de mecenazgo impulsada por él mismo que logró recaudar más de 500.000 dólares.

Con esa cuantía se ha costeado el traslado del equipo y su estancia allí para poder trabajar in situ, pero buena parte de los colaboradores son voluntarios que cada año prestan sus servicios a la organización del festival, que cuenta también con un equipo propio para la instalación del templo, así como otros que son los guardianes de la estructura.

En esa nave de las afueras de Oakland se ha dado forma a lo que en 2024 fue solo una idea plasmada en un boceto. Arraiz se trasladó a Los Ángeles cuando se enteró de que estaba entre los tres finalistas e hizo la entrevista en persona. Ocho meses después está manos a la obra en la construcción del ‘Temple of the Deep’, el santuario sobre el que gira toda la edición del festival.

Imagen en render el ‘Temple of de Deep’ cuando esté terminado. Es una gran roca partida y reparada con la técnica japonesa del Kintsugi, donde las piezas se pegan con oro. / Miguel Arraiz

Está inspirado en el kintsugi, el arte japonés por el que la cerámica se repara con oro. De esta forma, la estructura es una gran roca en tonos oscuros con grandes grietas duradas que simbolizan un corazón fragmentado después de una experiencia dolorosa.

Dos tragedias presentes

Se da la casualidad que cuando Arraiz hizo la entrevista, la ciudad de Los Ángeles estaba siendo devorada por el fuego a causa de graves incendios forestales que llegaron a afectar a diversos barrios de la ciudad. Solo un mes antes, València era arrasada por el agua. La conexión desde la tragedia fue -lamentablemente- evidente, y su proyecto se abrió paso entre todos los que cada año se presentan a este festival que abre las puertas a un sector del arte exclusivo.

A través de la Mancomunitat de l’Horta Sud y del proyecto Salvem les Fotos de la Universitat de València, que ha restaurado imágenes dañadas por la barrancada, se recogieron cartas de recuerdo a las víctimas de la dana del 29 de octubre. Esas misivas viajarán hasta el desierto de Nevada para ser depositadas en el templo de Black Rock. En apenas dos semanas, los recuerdos nacidos en València arderán con el fuego del Burning Man, sellando un puente inesperado entre dos mundos separados por 10.000 kilómetros, pero unidos por la misma cultura del fuego.

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