¿Equidistantes? O símbolos de los chavales que crecen, que sueñan con correr el Tour y parecerse a Pogacar, que desean disputar la Vuelta para asemejarse a Vingegaard. ¿Acaso viven en una sociedad diferente en la que habitan miles y miles de personas? ¿Son más guapos y mejores deportistas por mirar hacia otro lado? Soy el primero al que le gustaría más estar escribiendo simplemente crónicas deportivas, pendientes de los ataques, de las ‘pájaras’, que cada vez hay menos. Pero la realidad es la que hay, la que se ve cada día, lo que empezó en Catalunya, siguió en Aragón, la Rioja, País Vasco, Cantabria, Asturias y, ahora, en Galicia.
Si la Vuelta se llena de banderas palestinas es porque alguna cosa pasa en el mundo y los que se manifiestan no son ni mucho menos ‘perroflautas’ como los definió un famoso exciclista español.
Jorgenson y Vingegaard
Por eso, no se pueden poner de lado, y no parece que cunda el ejemplo -por cierto, de corredores extranjeros más acertados en los resultados deportivos y en la declaraciones- de ciclistas como Jorgenson o Vingegaard que se preguntan que alguna cosa ocurre más allá de los recorridos de la Vuelta y las fronteras españolas.
Las declaraciones de Javier Romo, corredor del Movistar, fueron -por decirlo de una manera bondadosa- tristes, de las que enrojecen los ojos, por mucho que se opine que su caída, en un incidente con un manifestante, fue tremendamente injusta. “Estamos en un espectáculo deportivo y creo que esto no es lo que se debería mostrar (…) están consiguiendo que se muestre otra cosa, no lo que estamos haciendo”.
Pues el corredor toledano, que por desgracia tuvo que abandonar a consecuencia de la caída, en el último apartado de las declaraciones realizadas en la salida de la 16ª etapa, acierta plenamente. Sí, se está mostrando lo que ocurre en una zona del mundo donde se está produciendo un genocidio. Y la Vuelta está siendo un altavoz.
La realidad
“Pues es amarga la verdad y quiero echarla de mi boca”, cantaba Paco Ibáñez inspirado en Quevedo. No se puede esconder que es mohíno para los que llevan un año buscando recorridos, o pactan con comunidades, diputaciones, ayuntamientos o estaciones de esquí para acercar la Vuelta, que casi parezca que la competición deportiva se encuentre en un segundo plano. Pero cuando un presidente de comunidad no va a las etapas es que algo ocurre allende las fronteras.
Si se busca un culpable, a lo mejor no hay que encontrarlo entre los que acuden a la cuneta con banderas palestinas, sino en una federación internacional llamada UCI, que habla de neutralidad deportiva, que no tardó ni media hora en expulsar al equipo ruso del Gazprom-RusVelo y que ahora permite el blanqueo de una escuadra de Israel cuyo dueño es íntimo del primer ministro israelí mientras mueren miles de personas y con ellos miles de niños en la franja de Gaza.
¿Qué pasará?
Han martirizado en las redes sociales, generalmente siempre desde un mismo lado, al dirigente de la Vuelta que expresó sus dudas o que cuánto menos dijo que el problema tenía una solución.
Yo no sé qué pasará si de aquí a Madrid un integrante del equipo que ahora se autodenomina simplemente Premier Tech gana una etapa, que es posible. Seguramente la respuesta del vencedor será parecida a la que dio el danés Mads Pedersen, el domingo pasado, cuando se le preguntó qué opinaba de toda la situación extradeportiva que sacude a la Vuelta: “No comment”. Pues eso, sin comentarios y a mirar a otro lado.
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