lunes, 22 diciembre, 2025
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El 20 de diciembre y la rebelión de la memoria

¿Qué necesidad hay de historia reciente? ¿Entran 24 años en la historia reciente de nuestro país? ¿Acaso del mundo?

Sí, entran o podemos decir que vuelven como coletazos de un pasado que se niega a irse por más tapado que esté con la lluvia diaria de informaciones, incluso de evocaciones huecas, deshilvanadas, impotentes de aquel mismo pasado desobediente. Pasado que no se deja captar, que escapa al estudio frío de hechos castrados de su sentido profundo. Pasado que se escapa porque está vivo y se recrea, resignifica, se enriquece con el transcurrir del tiempo que lo reclama para constituir identidades políticas que trascienden el juego vacío de la política del hiperpresente.

La lluvia de información de los agentes del caos y sus repetidores busca aturdir, se torna conquista el lugar de la reflexión, se torna rebeldía el pensar. 

Crece desde el pie

Ese 20 de diciembre fue creciendo. Después de la derrota que lograda por el menemismo costó la recomposición, habían derrotado batallones centrales. Con el centro golpeado, los bordes empezaron a reconstruir la confianza en la lucha. 

Aquel fuego santiagueño del ‘93 con su casa de gobierno incendiada era un primer grito de algo que empezaba a crecer. La resistencia también bajaba del norte y el Perro Santillán se calzaba una vincha que decía SEOM era el emergente más visible de luchas endurecidas por represiones, luchas donde la Argentina marrón se plantaba. Empezaban paros de los gremios que se daban cuenta de que estaba empezando a salir caro la simpatía con la runfla menemista, la sonrisa de saco y corbata de Daer siempre con una copa a mano para brindar. 

Además de los estatales, colectiveros y choferes de camiones apagaban sus motores reavivando la palabra paro. Paro general volvía a las letras impresas de los diarios, a sus fotos de tapa en lo que eran callejeros kioscos de diarios.

Y así, la periferia fue prendiéndose fuego y nacieron, ya crecidos y combativos, los piqueteros argentinos. Los ex laburantes de YPF se levantaban en las localidades donde antes trabajaban, se sumaban desocupados de todo tipo, no tenían el arma de la huelga, pero se manejaban muy bien para dificultar la producción clausurando las rutas. De Plaza Huincul y Cutral Co en Neuquén daban un salto a otro borde y estallaba en General Mosconi y Tartagal en Salta a pocos kilómetros de Bolivia. Después entraría Jujuy con aquel Libertador San Martín, sede del imperio Ledesma, donde el pueblo entero echó a la policía. Así se repetían hitos piqueteros aquí y allá. Los rostros de estos hombres estaban manchados de negro, con el arte de la goma quemada. Las piedras, las hondas y la puntería eran la capital de la infantería de combate contra los gendarmes. 

También fueron parte de este crecimiento del gigante de diciembre los estudiantes. Tocados en el ‘95 con las leyes de Menem, universitarios y secundarios empezaban a conocer el funcionamiento de una asamblea, sus zapatillas o zapatos pisaban por primera vez la calle en modo protesta. Así fue creciendo.

Ya de salida del gobierno menemista en el ‘99 la Ministra de Educación, Susana Decibe, se jugó la carta de atacar de nuevo a la universidad, el movimiento fue gigante, nuevamente las asambleas, las sedes tomadas, marchas federales, ya la oposición social al gobierno declinante era muy grande. El flaco Spinetta posaba para una foto vestido de docente en la Carpa Blanca que había instalado el gremio frente al Congreso. 
El cóctel empezó a ser más explosivo cuando el gobierno siguiente que había despertado suspiros de esperanza se empeñó en decepcionar a su electorado, en pisotear mil ilusiones. 

Los piquetes llegaron a la Matanza golpeando las puertas de donde reside el poder y ahí se tuvo que negociar fuerte. Los paros fueron creciendo mientras los dirigentes constataban el mal humor de las bases. 
En el subsuelo el arte y la cultura hacían lo suyo y las bandas gritaban rebelión, los Muertos, Actitud, La Renga, los Redondos que parecían veteranos, los Cadillac siempre ahí. Entre ellos Bersuit manoteando el tema de Las Manos y logró transformarlo en himno y se susurraba y se cantaba que Norma Plá a Cavallo lo tenía que matar y a su amigo, el presidente también. Acompañado del anuncio de que venía el estallido, se hizo premonitorio. Había comunidad en esa resistencia juvenil que se entrelazaba en las luchas sociales. 

Podríamos eternizar los detalles, pero apretamos el relato solo para que los pantallazos nos dejen algo, queden ahí, flotando en nuestros pensamientos, precalentando, listos para entrar a la cancha. Será la memoria de nuestros triunfos y de nuestras derrotas la que iluminen las nuevas ideas cargadas de un pasado que enseña sin pupitre, iluminándose con la experiencia, un pasado que vuelve y nos ilumina a refusilos el presente. Experiencia que se fusiona con las ideas teóricas que no caen en el vacío de papers de la academia, sino que se juega a tener que ver, una historia viva, que late con el movimiento social. 

Nuestro presente nos engaña con interpretaciones vagas de la historia, de la resistencia, nos hace un confuso juego de imágenes. Busca hacernos una inyección intravenosa de miedo. Cambia rápido de tema si la cosa se pone espinosa. 

Queda en nosotros, los que vivimos en el cuerpo el crecimiento de aquel proceso transmitir las conclusiones. Se hace urgente una cita entre generaciones, la que pelea en el Congreso los miércoles y porta alta sabiduría, la de los que vivimos el 2001, y la de aquellos que empiezan a gambetear el escepticismo y creen en la posibilidad de que no todo sea penuria, que no se coman el verso de que no se puede pensar en futuros alternativos, dignos de ser vividos. El escepticismo no tiene por qué heredarse, nuevas generaciones pueden atreverse a tener sueños y en su choque con la miseria que le ofrecen, crecer en organización. 

Que el gigante del movimiento social se levante y devuelva la trompada tiene que ver con nosotros, estamos ahí, nos toca anudar generaciones exprimiendo la experiencia para sacar el mejor jugo de la lucha. 
La primera de esas lecciones es que el orden que nos imponen se puede romper y que lo rompimos aquella vez a base de resistencia activa, tomando en nuestras manos el gobierno de nuestros destinos.

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