«No hay plata”, decía Javier Milei hasta hace muy poco. La frase se instaló entre los devotos de La Libertad Avanza, que la transformaron en un lema, pero también entre quienes abominan a la administración que nació el 10 de diciembre del año pasado, que la emplean de modo sarcástico. “No hay pesos”, dicen ahora en el Gobierno. Un juego de palabras, una variación sutil del relato. En la concepción libertaria, no hay plata no significa lo mismo que no hay pesos. Bajo esa premisa, y mientras el Gobierno arroja todos los días un nuevo recorte y pasa la aspiradora para quitar todos los pesos posibles del mercado, Javier Milei acaba de lanzar un nuevo desafío: la remonetización de la economía. Pretende que los argentinos usen los dólares que están en el colchón -o, eventualmente, los pesos- y que, el que no tenga, se ajuste hasta que pase el temporal.
El Gobierno se monta sobre dos certezas. Una: la Argentina es el país con mayor cantidad de dólares físicos per cápita del mundo, después de Estados Unidos y Rusia. Dos: en enero y febrero, por primera vez, hubo más ciudadanos que vendieron dólares que los que fueron a comprar. Entre diciembre y febrero, se deshicieron de 404 millones de dólares. El principal motivo: financiar sus cuentas.
El comportamiento social se ha puesto patas para arriba. La recesión se acelera y la caída del consumo resulta notable. La clase media deja de ir a comer afuera o sale menos, restringe las compras en supermercados, usa menos el auto para no gastar nafta y solo queda adherido al débito automático en los servicios indispensables. En los sectores vulnerables, el día a día se vuelve sombrío: cualquiera que salga a tomar un café verá más gente que pide ayuda para comer o que duerme en la calle. El temor a una profundización de la crisis se filtra también en el establishment, sobre todo en empresas que ya despiden o suspenden personal. Sus protagonistas se preguntan lo mismo que la clase política: la gente, ¿aguanta o no aguanta?
Para sorpresa de la dirigencia tradicional, que asiste a un ajuste inédito y que hace proyecciones apocalípticas, parecería que sí. Al menos por ahora. Lo dicen los encuestadores más cercanos al oficialismo y, a la vez, los que trabajaron históricamente para el peronismo. Las cosas están mal, muy mal, pero van a estar mejor. En los despachos de la Rosada recordaban, días atrás, que muchos pronosticaban que, si Milei llevaba adelante el ajuste que prometía, saldría eyectado de su sillón en marzo. Algunos funcionarios se enviaban por WhatsApp el video que Enrique “Pepe” Albistur grabó en enero en Cariló, comiendo pochoclos en la playa y anunciado jocosamente que el Gobierno no llegaba a Semana Santa.
Para sosiego de Milei, aunque la casa no está en orden, se pueden celebrar las Pascuas sin sangre. En la consideración popular, la culpa de los pesares cotidianos sigue siendo del otro: de Cristina y de Alberto Fernández, en primer lugar; de Mauricio Macri, si es necesario, o, incluso, de quienes precedieron al kirchnerismo. Milei aún luce como el outsider, el que no arrastra marcas del pasado. Es su capital, por eso el discurso contra la casta no se agota. Los que se ilusionan o piden a gritos un Milei más moderado, alejado de las redes sociales o negociando con el Congreso como si fueran pares, es mejor que se hagan de paciencia. No la ven, dirían en la Casa Rosada.
La popularidad de Milei orilla en promedio el 50 por ciento y responde, en buena medida, a esa dinámica de diferenciación. Es un fenómeno nuevo. Se verá si vino para quedarse o si se torna efímero a medida que los bolsillos se hacen angostos y las boletas de luz entran como un rayo en hogares, pymes y grandes empresas.
El primer mandatario y sus asesores en comunicación creen que cada día que transcurre es un día ganado. Se agarran de la tabla del outsider para seguir hundiendo el cuchillo con la creencia de que en poco tiempo la Argentina equilibará sus cuentas, llevará la inflación a niveles muy bajos y encarará, por fin, una etapa hacia la recuperación. ¿Qué tan poco tiempo? Es la discusión que se libra en el entorno presidencial. Ninguno quiere quedar preso de sus palabras. En este punto se impone la premura frente a los micrófonos.
El Presidente y su ministro de Economía, Luis Caputo auguran en privado que la inflación de marzo será más baja de lo esperado -incluso hablan de una cifra que podría sorprender, más cercana al 10 % que al 13,2 del mes anterior- y que estirará la tendencia: la de enero fue más baja que la de diciembre, la de febrero menor a la de enero y, la de marzo, menor a la de febrero, pese a que en general se trata de un mes traumático. Siempre es oportuno mencionar, aun cuando la inflación tienda a la baja, que se hamaca sobre niveles exorbitantes. Argentina continúa como el país con mayor inflación del planeta, por encima del Líbano y Venezuela.
Si las proyecciones oficiales se cumplen, los incrementos de precios en abril podrían ser inferiores a los dos dígitos. En el plan mileísta, a mitad de año -o antes- se liberaría el cepo cambiario. Para eso, según Milei, hacen falta 15 mil millones de dólares. Hay quienes auspiciaron un acuerdo con el FMI para que se produjera un nuevo desembolso. Hoy esa iniciativa se habría enfriado. “Nos llevaría al menos dos meses de negociaciones”, sostienen. El titular del Banco Central, Santiago Bausili, y el propio Caputo preferirían aguardar las primeras liquidaciones del campo antes de tomar una decisión.
Milei y Caputo hablan por teléfono varias veces por día. Compiten para ver quién es más duro y, de tanto en tanto, maldicen a los economistas que se pasean por los estudios de TV con fórmulas mágicas. Según los funcionarios, no les reconocen logros por envidia o porque tienen el ego demasiado elevado. Los dos proyectan el despertar de la economía para el último trimestre del año. Milei piensa que podría ser antes si no fuera por la resistencia del Círculo Rojo, al que castiga cada vez que puede.
Los libertarios buscan también combatir el escepticismo de la oposición y las dudas de un sector afín que, por más que haya votado un cambio, debe ajustarse el cinturón semana a semana y sucumbir ante la pérdida del salario y las jubilaciones. Los ingresos de la tercera edad siempre son variable de ajuste. El Gobierno falló al intentar explicar cómo serán los nuevos aumentos. En cualquier caso, estarán por debajo de la suba de precios que hubo durante los 100 días de gestión.
La pelea por los fondos con las provincias es otro problema que se agrava. Milei se había tomado un impasse con los gobernadores, pero en las últimas horas volvió con todo. A través de un decreto, eliminó del Presupuesto las transferencias con las que financiaba las cajas jubilatorias que no fueron transferidas a la Nación. Esa quita de aportes fue negada ayer mismo por el vocero Manuel Adorni: “Los fondos no se eliminaron”, aseguró y supeditó el envío a que se terminen las auditorías en la ANSeS.
Estos recortes se sumarían a la quita del Fondo Docente y a los subsidios al transporte. En el decreto del jueves son trece los distritos afectados: Córdoba, Buenos Aires, Chaco, Chubut, Corrientes, Entre Ríos, Formosa, La Pampa, Misiones, Neuquén, Santa Cruz, Santa Fe y Tierra del Fuego. Cinco de esos son administrados por gobernadores de Juntos por el Cambio y, de esos cinco, cuatro acaban de asumir. Se supone que son con los que La Libertad Avanza teje algún tipo de acuerdo para la nueva Ley Ómnibus y rumbo al Pacto del 25 de Mayo. No se la hacen nada fácil al ministro del Interior, Guillermo Francos, que tiene que lidiar con las quejas. La mayoría de los mandatarios volaba de furia este sábado.
“Había un compromiso de asegurar los fondos, pero la Nación acaba de decidir no cumplirlo. Los gobernadores ya estamos hablando entre nosotros y vamos a avanzar a fondo con medidas judiciales”, decía uno de los mandatarios perjudicados. Algunos esperarán hasta la reunión del jueves, en la que los recibirá el propio Milei, para saber si dan marcha atrás o no, como dijo Adorni. Otros avanzarían el miércoles mismo, después de los feriados. Uno de ellos propone acudir a la Corte Suprema.
En ese clima enrarecido, Milei tiene previsto reunir a los jefes de las diez provincias más cercanas para discutir desde la coparticipación hasta la Ley Ómnibus. Un tema conflictivo es el Impuesto a las Ganancias. Los gobernadores están divididos: los del Norte proponen que se restituya; los del Sur se niegan porque tienen mayor cantidad de trabajadores que hoy no tributan y que volverían a pagar. El lunes, en la Casa Rosada, Francos y el jefe de Gabinete, Nicolás Posse, se reunieron con varios legisladores del PRO. Cristian Ritondo propuso que en el proyecto de Ganancias se exima a gendarmes, policías, médicos y docentes.
El Impuesto a las Ganancias genera un gran debate porque, si se restituyera, podrían ser afectados salarios que no quedarían tan lejos de lo que necesita una familia tipo para vivir y no caer en la línea de pobreza. Según el Indec, la canasta básica ascendió a $ 690.901,57 en marzo.
La pobreza sacude al país. El miércoles se conoció que Alberto Fernández y Cristina dejaron el Gobierno en diciembre de 2023 con 41,7% de pobres, que representan casi 20 millones de personas. Macri había dejado 35,5%. El dato es otro ejemplo de por qué Milei aún goza de tiempo y de paciencia social.
Cuando se conocieron las cifras, el ex ministro Martín Guzmán culpó a Sergio Massa de sumergir en la pobreza a 1,5 millón de personas y a un millón en la indigencia en solo un año. Guillermo Michel, ex director de Aduanas y miembro del Frente Renovador, lo acusó de “arribista” y de “pasante”. Malena Galmarini, la esposa de Massa, lo retuiteó y bastó para que otros massitas se plegaran. El show lo completó Eduardo “Wado” De Pedro: con aires de suficiencia, dijo que al gobierno anterior, del que él fue un ministro fundamental, le faltó nafta.
El buen gusto puede esperar. Los pobres, de unos y otros, también.