KIEV.- Andrii Skripchenko, un abogado ucraniano de 33 años, mira con consternación el memorial de los caídos en la guerra en la emblemática plaza Maidan de Kiev. No deja de sorprenderlo aunque pase por allí cada día para ir a su trabajo de oficina. “Nadie quiere convertirse en una bandera plantada en esta plaza”, dice, temeroso por la posibilidad de tener que sumarse al Ejército para pelear en el frente. “Estamos necesitados de una gran buena noticia”, añade. Pero, tras dos años y tres meses del inicio de la invasión rusa a gran escala que transformó a este país europeo y al mundo, eso por ahora parece estar lejos de llegar.
Ucrania vive en una dualidad permanente y compleja: convivir con las secuelas de un conflicto latente al tiempo que busca cómo concluirlo con un aire triunfalista. Mientras, la fatiga de la población por la extensión de una guerra sin final a la vista es solo uno de los retos para el presidente Volodimir Zelensky, que llegó al momento más desafiante de su gestión.
A un país exhausto se suman la constante ofensiva del Kremlin en varios frentes, los reclamos a Occidente por más ayuda militar, la necesidad urgente de sumar medio millón de tropas con una controvertida ley de movilización, el impacto económico y el trauma social, canales diplomáticos empantanados y hasta algunas voces críticas con el mandatario, que sigue en el cargo por efecto de la ley marcial.
“No hay dudas de que Zelensky está en sus días más difíciles en meses. Funciona mejor cuando tiene una gran aprobación, pero cuando es criticado comete más errores”, señaló a LA NACION Eugene Finkel, politólogo e historiador ucraniano de la Universidad Johns Hopkins, al hacer referencia a la caída de un tercio de la imagen del mandatario desde su pico. “Su capacidad como comunicador para mantener todas las miradas puestas en Ucrania se vino abajo”, advirtió.
Con el frente militar en un momento delicado por los feroces ataques rusos, según distintos analistas consultados por LA NACION, Zelensky mantuvo un raid mediático esta semana para elevar la presión sobre Estados Unidos y Europa para que aceleren el envío de armas, incluso con la propuesta de que los aviones de la OTAN derriben misiles enemigos en el espacio aéreo ucraniano y que las armas norteamericanas puedan ser usadas para atacar posiciones rusas en su territorio. La imposibilidad de hacerlo le da a Moscú “una gran ventaja” en las zonas fronterizas, alertó el presidente.
“Zelensky atraviesa los momentos más difíciles desde el comienzo de la invasión. Rusia se reagrupó y adaptó al momento, y encontró una forma de bajo costo para causar destrucción y avanzar por la línea del frente con armamento difícil de contrarrestar para Ucrania”, indicó a LA NACION Mikhail Alexseev, politólogo ucraniano de la Universidad de San Diego y del Instituto de Investigación para la Paz de Oslo. “Incluso tras la reanudación el mes pasado de la ayuda de Estados Unidos, Ucrania sigue necesitando más sistemas de defensa antiaérea y más aviones de combate para contrarrestar las nuevas capacidades rusas”, analizó.
Con muchas de las tropas ucranianas exhaustas, superadas en número por las rusas y con reclamos para acelerar una desmovilización que genere un recambio en el frente, la nueva ley de reclutamiento del gobierno cumplió este sábado una semana. Los informes oficiales indican que cerca de un millón de hombres de entre 25 y 60 años ya se registraron bajo las nuevas normas de servicio (hay un plazo de dos meses para hacerlo). El Ejército necesita en forma urgente sumar 500.000 hombres a sus fuerzas, y entrenarlos adecuadamente antes del despliegue, un proceso que puede demorar mucho tiempo.
Olya Shvydkova, una economista de 34 años, vive en Kiev junto a su pareja, un ingeniero con quien planean casarse en septiembre próximo. “Eso, siempre y cuando no sea llamado a las Fuerzas Armadas. Ya hizo el proceso de registro”, contó a LA NACION a su regreso a la capital tras un viaje a Portugal. Sin su prometido, quien tiene prohibido salir del país. Que lo sumen a la infantería en el frente –los soldados mutilados y otros que sobrevivieron describen un “infierno” por el arsenal ruso- y un entrenamiento insuficiente son sus mayores temores.
“De poder casarnos, decidimos que el dinero que destinaríamos a una eventual fiesta lo daremos a organizaciones que se dedican al armado de drones para el Ejército”, contó Shvydkova. Una muestra de fervor patriótico que sigue vigente en Ucrania, pero con el indudable trauma que generaron los 27 meses de invasión rusa.
De acuerdo a una encuesta realizada entre el 11 y el 13 de mayo en todo el país por la Academia Nacional de Ciencias de Ucrania, a la que accedió LA NACION, el 80% de los ucranianos afirma haber perdido familiares, amigos, casas, negocios y salud por causa de la guerra. Además, el 86% asegura sufrir estrés psicológico, como tensión y ansiedad, o tener pesadillas relacionadas con el conflicto armado.
“Hay una gran fatiga con la guerra, que ya lleva 821 días. En muchos de ellos, Ucrania ha sido testigo de una destrucción a mayor escala que en cualquier otro día en el mundo. De promedio, Rusia bombardea diariamente más de 100 asentamientos. La mayoría de las ciudades y pueblos a lo largo de los más de 1000 kilómetros de línea del frente parecen el Armagedón”, señaló Alexseev, que se mostró sorprendido de que a pesar del estrés y el miedo la población sigue adelante con su vida. “Consiguen pasar buenos momentos”, destacó.
Eso se refleja en el recorrido que LA NACION desarrolló durante una semana en Lviv (“capital de los refugiados” al inicio del conflicto, en el oeste), Kiev y Chernigov (en el norte, más amenazada por estar a solo 90 kilómetros de la frontera rusa). Ciudades que durante el día tienen horas pico de tránsito, bares y restaurantes llenos, negocios abiertos hasta tarde y gente en los parques que pasean y disfrutan de la primavera. Ya pocos le prestan atención a las alertas por ataques que suenan en los celulares que invitan a bajar a los refugios.
La noche es la contracara: todo el país empieza a apagarse desde las 23, una hora antes del inicio del toque de queda para dar tiempo a volver a los hogares. Hasta las 5 de la mañana nadie puede estar en la calle. La norma se respeta a rajatabla, sobre todo ante el temor de duras sanciones. “Sirve para disciplinar y no olvidar que estamos en guerra”, explica a LA NACION una trabajadora social ucraniana.
La difícil posición de Zelensky
Para Zelensky, el impacto fue indudable, aunque mantiene una alta popularidad para los estándares globales. Pasó de poco más de 90% de aprobación a rondar el 60%, con una desaprobación en ascenso, según sondeos. “No creo que tenga muchas opciones. No puede cambiar quién es y no puede hacer que el mundo se preocupe más por Ucrania: creo que llegó a su límite como comunicador global”, analizó Finkel.
Las dudas sobre la legitimidad de Zelensky desde el 20 de mayo pasado, cuando terminó el mandato que le dieron las elecciones de 2019, recrudecieron esta semana. La Constitución avala al presidente, que puede seguir en el cargo mientras rija la ley marcial. Aunque hay una suerte de pacto en la oposición para mantener la unidad ante la crítica situación del país por la guerra, cada vez hay más voces críticas con el mandatario.
El diputado y expresidente del Parlamento Dmytro Razumkov -uno de los miembros del núcleo duro del equipo de campaña electoral de Zelensky que se distanció en 2021- sostiene que el mandato terminó el 20 de mayo y que debería ceder el poder. Otros legisladores denuncian controles abusivos sobre sus viajes al extranjero, sujetos a autorización previa, y acusan a las autoridades de intentar silenciar su voz.
Putin aprovechó el momento y no se quedó atrás en su reciente visita a su aliado bielorruso, Aleksandr Lukashenko, en Minsk. “Debemos estar completamente seguros de que estamos tratando con autoridades legítimas”, aguijoneó el presidente ruso. “Somos conscientes de que el mandato del actual jefe de Estado [ucraniano] terminó”.
Por sí solas, es poco probable que las acusaciones de ilegitimidad contra Zelensky impacten en la opinión pública ucraniana, pero si fueran acompañadas de mayores dificultades militares y sociales, entonces podrían volverse más graves, advierten los expertos.
Mientras, el frente de batalla cruje. “Ucrania necesita más hombres en el Ejército y Zelensky tiene que tomar decisiones difíciles. Hay un costo político inevitable”, complementó Alexseev. La necesidad va más allá del último informe militar que sostiene que las fuerzas ucranianas tomaron el “control del combate” de la zona fronteriza en el nordeste, por donde entraron las fuerzas rusas para atacar la región de Kharkiv. Este sábado, un bombardeo en un hipermercado de construcción en la ciudad del mismo nombre dejó por lo menos dos muertos y escenas apocalípticas. La amenaza es constante en todo el frente.
En tanto, en el plano diplomático, mientras eleva la presión sobre Occidente por más armas, Kiev hizo una apuesta para mostrar unidad global en su causa: la Conferencia para la Paz en Ucrania, el 15 y 16 de junio en Suiza, que ya tiene unos 70 jefes de Estado y de gobierno confirmados. Se espera que asista Javier Milei, dada su gran relación con Zelensky, según destacaron distintos funcionarios en esta capital.
Pero la expectativa en Kiev por la cumbre es más alta de lo que realmente podría salir en concreto. “Un éxito sería tener la mayor cantidad de líderes posibles: enviaría una señal para Rusia”, explicó la vicecanciller ucraniana, Iryna Borovets, ante una consulta de LA NACION, en un encuentro junto a otros medios de la región.
“Cada mandatario tendrá la posibilidad de compartir lo que considera crucial en el curso de los próximos meses. Y se espera un comunicado final. Yo aún tengo curiosidad sobre cómo será. La cumbre solo dará lanzamiento al futuro trabajo, al inicio del proceso”, ahondó la funcionaria, que enfatizó que no se puede negociar con las tropas rusas adentro de territorio ucraniano. La impresión es que tendrá gusto a poco.
“No soy optimista sobre los esfuerzos de paz para detener la guerra en este momento. Putin cree que está ganando, por lo que no hay razón para que se detenga”, evaluó, en diálogo con LA NACION, Dimitri Gorenburg, politólogo experto en estrategia militar y política exterior de Rusia de la Universidad de Harvard y el Centro para Análisis Naval, en Arlington.
Aunque la economía del país ha resistido los efectos del mayor ataque militar en suelo europeo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, las secuelas en el mercado laboral y en la demografía también son notables.
“Cuando empezó la guerra, pensé que todo sería peor. Pero el sistema bancario funciona, no tuvimos grandes crisis financieras y la moneda se mantuvo relativamente estable. Fue importante el apoyo del Banco Mundial, del Fondo Monetario Internacional y diferentes países, porque un tercio de la economía ucraniana fue destruido, según cálculos de la Kiev School of Economics”, explicó a LA NACION Volodimir Vakhitov, director del Instituto de Ciencias del Comportamiento y profesor en la Universidad Americana de Kiev.
Ahora la crisis energética es un factor central, ante los constantes ataques rusos a la infraestructura, añade. El impacto es cotidiano, con cortes de electricidad administrados y demanda en alza de grupos electrógenos.
El experto alertó además por los tremendos cambios demográficos en Ucrania. La emigración masiva al extranjero llevó de 42 a 35 millones la población en dos años, según el Instituto de Demografía y Calidad de Vida. “Además, el conflicto sacó del mercado laboral a miles de hombres para ser reclutados en el Ejército, lo que generó un notable cambio en la estructura del trabajo, también para las mujeres”, sostiene Vakhitov. “Podríamos caer a 25 millones de habitantes para 2050 si nada cambiara, con un tremendo impacto para la economía”, alerta.
El impacto social de la guerra, sobre todo en los chicos y jóvenes, también es un área sensible para el gobierno, que en todos los lugares atacados se lanzó a una masiva reconstrucción de escuelas, jardines de infantes, viviendas, hospitales y centros para jóvenes, con mucha ayuda de organismos extranjeros y otros Estados. El objetivo es no permitir que se rompa el tejido social y mantener la unidad.
En un centro para jóvenes en Chernigov, aún con el olor a pintura fresca, un grupo de adolescentes se reúne para hacer distintas actividades, con manualidades, lectura y juegos. Pero hasta en un lugar así las secuelas de la guerra son visibles: en un estante hay decenas de ejemplares de una historieta llamada “Súper equipo contra las minas”, con cuatro superhéroes.
En la contratapa, otro título: “Minas: notificar, evitar, informar”, y se describen nueve tipos distintos de esos explosivos, una de las amenazas latentes para los 50.000 habitantes que viven en la zona fronteriza con Rusia de esta región del norte ucraniano.
“El dolor por lo que nos pasó es indescriptible”, recuerda Olya Shvydkova, la economista en Kiev. “Esperemos recuperar pronto nuestra vida normal, es el mayor deseo de cada día. Pero morir en el intento aún es una posibilidad”.