La creadora de Ménage à Trois, una de las casas más tradicionales de Buenos Aires, la que hace cuatro décadas viste a las mujeres más influyentes y elegantes del país, nos recibe enfundada en cachemir gris –pantalón y suéter holgados–, ofrece café y se desploma en los sillones de terciopelo años 50 que se destacan en el local de la avenida Alvear. Burbujeante, sin filtro, con una espontaneidad que asombra y divierte, Amelia Saban habla de telas, del país, del nuevo lujo, de las teorías sobre la campera del presidente Javier Milei, del look de “el jefe”, los 90 y por qué le resulta un cliché eso de no poder hablar de los cuerpos ajenos. Todo, entre cortado y cortado, con el humor y el orgullo de haber hecho siempre lo que la apasiona: moda.
–Sos hija de un textil, empezaste haciendo ropa para venta por mayor y alguna vez te definiste como adicta a la moda. ¿Te impresiona el lugar que ocupás hoy?
–Y sí. Empecé a los 20. Había otras Ménage a las que yo les confeccionaba. Trabajaba para Graciela Vaccari, para Harrods. Eran épocas de mucho consumo. De repente te pedían 1000 camisas. Empecé a viajar a Ibiza porque en ese entonces no se iba París sino a España. De golpe necesité mi espacio, perfeccioné el trabajo, y después me agarraron los 90. Entonces empezó la historia de las Menditeguy, Antelo, el menemismo entero. Yo nunca elegí nada, la vida y las circunstancias me fueron llevando.
–Lo noventoso está de moda. ¿Cómo te suena eso?
–Quieren, pero jamás podrá ser lo de antes. Primero porque se terminó la ostentación, el perfil alto. La gente tiene conciencia de los gastos, existe la moda circular y, además, las épocas no pueden calcarse. Es otro contexto y, por más que el presidente o quienes sean romanticen los 90, yo creo que el mundo cambió. Ni qué hablar de la Argentina. Menem pedía que nos vistiéramos, que nos enjoyáramos. El dólar uno a uno. Era una obscenidad; tiempos ficticios.
–¿Qué locuras se vivían o qué recordás con asombro?
–Por empezar, los desfiles impresionantes que hacíamos y la cantidad de personalidades que asistían. Las mujeres más poderosas o famosas competían por el mismo vestido o pedían lo imposible. Susana se cuidaba un montón y entraba de una semana a la otra en el vestido que había visto desfilar. Era todo muy divertido. Existían las verdaderas celebrities, no había redes sociales, las revistas eran maravillosas. Y teníamos un presidente con un perfil muy alto que ayudó de alguna manera a la moda, haciéndola protagonista.
–¿Te faltó vestir a alguien?
–¡Creo que no! Vestí a los Macri completos, con todas las esposas de Franco y Mauricio. Los Antelo, los De Narváez, Cecilia Bolocco. Era divertido porque se cruzaban todas. Y bueno, sigo acá. Se acabó toda esa efervescencia, pero me mantengo de pie, con una clientela fiel y elegantísima. A veces me preguntan cómo sobreviví. Calculo que porque no hice locuras. No abrí un negocio en un shopping o en Miami y después lo cerré; no se me ocurrió hacer zapatos ni fabriqué jeans o trajes de baño. Además, con los años, me fui perfeccionando. Eso me llevó a tener una marca seria, que no cambia.
–¿Es difícil hacer moda en la Argentina?
–Dificilísimo. Hay que comprar las telas, lograr importarlas. Yo pasé por todos los gobiernos y siempre es más o menos lo mismo. Que no se puede, que está el tema de la Aduana. Con Milei tampoco es fácil. Pienso que todos debemos jugar con las mismas herramientas. No puede ser que yo, que tengo un montón de empleados, cargas sociales y estructura, no pueda importar, y tal vez otro que está en la casa traiga montones de zapatillas sin pagar nada, las venda en la calle o en Mercado Libre. Creo que debe haber un orden. No puede ser una misma ley para todos. Si no va a pasar lo que sucedió en la época de Menem, que lo importado era más barato. Por suerte Bettina Bulgheroni, que fue distinguida como embajadora de la Marca País Argentina, está trabajando para defendernos.
–¿Pensaste en retirarte?
–Sí, pero después la veo a Miuccia Prada con sus 75 años… Y además todavía me gusta. A pesar de todas las trabas, de la gran crisis que atraviesa la ropa en la Argentina. Es que los talleres son caros, cualquiera cobra lo que quiere porque no hay consumo. No existe un mercado atractivo, la mano de obra es carísima, los alquileres en los shoppings ni que hablar. Me preocupan las marcas y toda la camada de chicos que estudian diseño de indumentaria y no pueden comprarse una prenda. Es un callejón sin salida. Debería haber una reforma para que podamos ser competitivos.
–Hablemos de primeras damas…
–Todos saben que siempre me buscan. A Juliana Awada la vestí con enorme placer por varias razones: es clienta de la casa, soy cercana a la familia y es una amiga. A pesar de que tomar esa tarea es una gran responsabilidad y trabajo (hay reglas, contextos, tiempos), lo hice feliz. En otros casos no quise.
–¿Por ejemplo?
–Fabiola, la anterior primera dama. Vino una productora para ver si podíamos darle algo de vuelo, pero elegí no hacerlo. Igual la cité para conocerla, le expliqué los motivos, le di un hermoso ramo de flores. Se emocionó, porque fui franca. Venía de hacer ese trabajo con Juliana, yo no la podía vestir. Justo se iba a ver al Papa, había llegado con una idea de tapadito negro… Lo que hice fue regalarle el que nosotros hacemos siempre para esa ocasión.
–¿Y Karina Milei tiene el perfil?
–Ella es otra cosa. No es una mujer que sepa de moda ni que su imagen le pueda sumar a una marca. Pero, ¿qué me interesó? Que a diferencia de Cristina, por ejemplo, no está interesada en que nosotros hablemos de su outfit. Karina no tiene nada que mostrar. No va a calzarse una Birkin de Hermès ni zapatos Jimmy Choo. No tiene tiempo, no conoce ni le importa. O sea, no es pretenciosa.
–¿Qué le aconsejaste?
–No mucho, porque llegó antes de lo acordado y eligió sola. Yo aparecí cuando estaba todo separado. Se llevó el traje de lino de la asunción y otro que no usó. Estaba un poco nerviosa. Creo que no se sabía aún el tema de los roles.
–¿Qué pensás de la campera del presidente?
–Hay muchas versiones. Dicen que puede ser una campera antibalas del Mossad… Pero en ese tipo de personajes la ropa es lo de menos. La verdad es que, como quiero algo distinto en el país, no me importa cómo se vistan. Ya comprobamos que con los bien vestidos no nos fue muy bien.
–¿No se habla de cuerpos ajenos?
–No se habla con nombre y apellido, no se critica. Pero si hay confianza, claro que sí. Mis clientas, cuando engordan, entran al local y es lo primero que me dicen. En mi caso yo no acepto que mis amigas no se cuiden, y se lo digo bien.
–¿Cuál es tu frase de cabecera?
–Siempre repito que vestirse “de rico” ya es algo antiguo.