—¿Y Dylan? ¿Dónde está Dylan?
Alberto Fernández tal vez terminó de comprender lo solo que estaba cuando uno de sus amigos llegó a su departamento de Puerto Madero y le preguntó por el perro. Dylan, un collie de pelo largo nacido en 2016, que recibió su nombre en homenaje a Bob Dylan y acompañó a su dueño en la campaña presidencial y durante su estadía en el poder, estaba ahora en la casa de su empleada doméstica, en la provincia de Buenos Aires.
El ex presidente se encontraba hundido en su sillón, en el piso 12 del departamento de tres ambientes del edificio River View de Puerto Madero, con las piernas cruzadas sobre la mesa ratona. Era el sábado 3 a la tarde. Un día antes, cuando todavía estaba solo, se había enterado de que Clarín tenía información de sus peleas con Fabiola Yáñez y de la supuesta existencia de fotos de ella con golpes en la cara y otras partes del cuerpo. La primera reacción fue de rabia: dijo, a los gritos, que esas fotos debían ser apócrifas porque los golpes nunca habían existido.
Con el correr de las horas le empezó a contar el hecho a su entorno. Pidió ayuda. La mayoría lo escuchó y no le dijo nada, pero uno de ellos se animó a plantearle: “Lo mismo nos dijiste con las fiestas de Olivos”. Sus comportamientos se repiten. Cuando aquella vez se filtraron en las redes las fotos del cumpleaños de Fabiola en la Residencia Presidencial en plena cuarentena, primero negó todo y luego pidió frenar la publicación en los diarios con la excusa de que las imágenes eran falsas. El aparato estatal se puso en funcionamiento y hubo periodistas que colaboraron en esa estrategia -como tantas otras veces con Alberto- hasta que la mentira no pudo taparse. Si no lo logró como presidente, menos iba a poder en el llano. Entonces llamó a Fabiola, en un intento desesperado-que no sería el último- por ocultar las evidencias.
—Me mato, si me denunciás por violencia me mato —le dijo a su ex pareja.
Fabiola y Alberto discutían. Él le decía que se sentía extorsionando. Que ella solo quería plata y que él no tenía. Fabiola hablaba desde su departamento alquilado en Madrid, acompañada por su madre, Miriam Verdugo de Yañez. Se defendía y le decía que ella no había hecho ninguna denuncia, pero le recordaba los hechos de violencia en Olivos.
—Pasame con el nene —le pidió Alberto.
Fernández habló con Francisco, su hijo menor, que ayer cumplió dos años y cuatro meses. La charla fue breve. Fabiola quedó en estado de shock. “Se despidió como si no lo fuera a ver más”, le dijo a un amigo al cortar la comunicación. Se desconoce si sus custodios intuyeron algo o si recibieron algún llamado, pero bajaban y subían por el ascensor, como si quisieran chequear que nada malo podía pasar. ¿Será cierto que en un momento Fernández les cortó el diálogo y les pidió que no lo molestaran? El jefe de la custodia, Diego Sandrini, llamó a Pablo Galíndez, el medio hermano de Fernández. “Vení a verlo, es urgente”, le dijo.
Galíndez le envió un mensaje similar a los amigos de Fernández, entre ellos, a Julio Vitobello, Alberto Iribarne, Juan Manuel Olmos, Eduardo Valdés, Vilma Ibarra y a Enrique Albistur, quien le presta el departamento en el barrio más caro de Buenos Aires hace más de una década. Galíndez fue el primero en llegar. Estuvo una hora a solas con su hermano. Se encontró con un cuadro que lo puso en alerta. Luego tocaron la puerta Iribarne y Vitobello.
—Yo con esto no puedo, mañana sale en Clarín una nota en la que dice que yo le pegaba a Fabiola. Este es el final para mí. Se acabó. No puedo más. No quiero saber más nada, es un desastre. Les juro que no hice nada. Yo nunca le pegué a nadie. Fabiola me quiere destrozar, me está extorsionando. Solo quiere plata —les dijo Fernández.
Lloraba. Dos veces se quebró en esas horas que compartió con sus amigos. Su teléfono recibía alguna que otra llamada.
—Dejate de joder -le dijeron-. Llamá a Fabiola y arreglá esto de algún modo.
Fernández se volvió a comunicar, como lo había hecho el sábado a la 1 de la mañana. Se gritaron. Se insultaron. Y ella cortó la llamada. No había nada por hacer. Galíndez se fue primero. Vitobello e Iribarne se quedaron dos horas más. Olmos estaba yendo a buscar a un familiar que venía de viaje, habló con él más tarde y se reunió en persona otro día, a solas. Olmos es un personaje central en la vida de Fernández y en el escándalo de los seguros que salpica a los ministros clave del gobierno anterior. Aparece en varios chats, presumiblemente intercediendo en favor de Héctor Martínez Sosa, el broker -íntimo del ex jefe de Estado- que se hizo millonario con los contratos del Estado.
También se comunicaron con Alberto, Santiago Cafiero y otros ex ministros. Y Daniel Rodríguez, un ex policía que terminó administrando la Quinta Presidencial durante los cuatro años de gestión y que tendría mucho para aportar. Lo mismo que Gabriela Cerruti, su portavoz, que lo seguía a sol y a sombra, incluso en los viajes. ¿Nunca sospechó nada Cerruti? Tampoco se pronunció en sus redes, pese a su militancia feminista.
Las horas de Fernández son dramáticas. Cada vez es menos gente la que lo llama para ver cómo está. Sus amigos consultaron a un psiquiatra. La desesperación de quienes no le sueltan la mano llevó a uno de ellos a preguntarse si no le haría bien hablar con Litto Nebbia. Alguna vez, siendo presidente, el mandatario dejó su despacho de la Casa Rosada y cruzó hasta el Centro Cultural Kirchner porque se había enterado de que el líder de Los Gatos estaba ensayando.
¿Es posible que Fernández haya hostigado y pegado a la ex primera dama sin que nadie supiera nada? Es una pregunta crucial. Las fotos de los golpes aparecieron en el celular de María Cantero, la secretaria privada de Fernández de 30 años y esposa de Martínez Sosa. ¿A quién le contó de los episodios de violencia Cantero? ¿Qué personas del Gabinete se enteraron y callaron? La mujer intentó persuadir a Yañez en aquel entonces. “No le digas a nadie que me mandaste esto”, escribió en un chat que está en manos del juez Julián Ercolini.
Cantero sabe demasiadas cosas. Era una de las sombras del ex presidente y gozaba de los privilegios del poder. Sus compañeros la recuerdan por varios caprichos. Uno de ellos: aunque no le correspondía por su cargo, se hacía escoltar todos los días por la Policía hasta San Fernando, donde vive. Andaba en un Audi TT y decía que temía por su seguridad.
Pero, además, si los hechos ocurrieron en la Quinta de Olivos más de uno pudo haber visto algo. La Casa de Huéspedes, donde Fabiola dice haber dormido cada vez que su marido le pegaba, queda a unos 40 metros del chalet principal. Por allí circulan mozos, mucamas, personal auxiliar, custodios, choferes, jardineros y médicos, además de funcionarios, amigos y visitantes. Las 24 horas del día y los 365 días del año.
Cuando trascendieron las fotos, y ya no la información sobre la denuncia por violencia de género -que algunos osados pusieron en duda luego de la primicia de Claudio Savoia- en el viejo staff de albertistas comenzaron a conjeturar sobre tal o cual situación. Entre ellas, una de un día específico: cuando Fabiola, tras una noche de discusión muy fuerte, dijo que se iba de la Quinta para no regresar. Habría al menos media docena de personas con conocimeinto del hecho.
Cuando Yañez abandonó el lugar le quitaron la custodia. La entonces primera dama se asustó y la convencieron para que regresara al otro día. Por esas horas había una pregunta que se formulaban en el entorno presidencial y que luego se extendió en el tiempo: “¿Qué hacemos con Fabiola?”.
“Pregúntenle a Vilma Ibarra si alguna vez le toqué un pelo en todos los años que estuve con ella”, dice Alberto Fernández . Acusa a su ex pareja y amenaza con revelar partes médicos que, según él, podrían comprometerla. Nada dice de los chats donde ella le recrimina los golpes. Ni de las fotos, que al principio negaba.
La Justicia avanza sobre él. Le prohibió salir del país, acercarse a Yañez a menos de 500 metros y llamarla por teléfono. El PJ le hizo un vacío tan grande que el viernes a la noche debió anunciar por escrito que renunciaba a la presidencia. Ayer, la dirigencia de Argentinos Juniors, su club, informó que analiza quitarle el estatus de socio honorario.
Desde hace ocho días, Fernández no se mueve de su departamento. Las cámaras de TV mantienen guardia día y noche y esperan que salga al balcón para tener una imagen. Pensó en salir a caminar, pero se arrepintió por temor a un escrache de los vecinos. Casi una cuarentena.
Por suerte para él, uno de sus amigos tuvo un buen gesto y mandó un auto al Conurbano para traer de nuevo a Dylan.