sábado, 16 noviembre, 2024
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Defender la democracia, una postura a contracorriente

El presidente de la Nación incomoda, no parece hecho para matices, es agresivo, carece de filtros y le gusta la confrontación. Algunos de sus ministros lo secundan en su versión antipolítica, como si la suya no fuese también una forma de entenderla y ejercerla. El elenco gubernamental necesita parecer rudo, enfático, burlón y desdeñoso con quienes se les oponen u osan agregar complejidad al análisis de su accionar. Para ellos, las cosas son simples, claras, sin claroscuros. Un asunto de buenos y malos.

Una gran parte de la sociedad, al menos la mitad, no se detiene en estas consideraciones, apenas captadas por sus radares de cuestiones relevantes. Al mismo tiempo, la política afín al oficialismo elige atajos, intenta explicar las maneras y odios gubernamentales.

La incapacidad de elaborar un relato competitivo propio los hace caer en la justificación. Quienes eligen la estrategia del enfrentamiento total van perdiendo, hasta el momento, una batalla comunicacional en la que el Gobierno se muestra diestro y efectivo. La ausencia de pasado político en la vida presidencial es un activo crucial en esta lucha por el sentido, que quienes ya ejercieron el poder no pueden esgrimir, llenos de culpas o contradicciones.

La baja de la inflación, la sensación de que se llegó a un piso luego de una brutal caída económica y empezó la reactivación dispar de varios sectores, más un reproche constante al pasado mediato e inmediato, le dan aire al Gobierno en su modo de maniobrar y comunicar desde el poder.

Este parece inmune a cuestionamientos en relación con sus maneras, incluso ante su agresividad y violencia frente a los medios de comunicación, la “caza de brujas” en el cuerpo diplomático y la descalificación constante.

En este sentido, sus simpatías internacionales son algo que no debería ser tomado de manera frívola. Vox en España, Viktor Orbán en Hungría o el mismo Elon Musk, en su faceta política, no son precisamente ideólogos del consenso y la tolerancia a lo diferente.

Legitimidad transitoria

Esta circunstancia clarifica más su desdén autoritario por el fondo y las formas republicanas. Ignora, el primer mandatario, que ganar elecciones no es un cheque en blanco, que un triunfo no invalida las críticas y que una victoria supone siempre, en una democracia, una mayoría circunstancial, legítima pero siempre transitoria.

Las sociedades cambian, se transforman, pero eso no significa que las nuevas realidades que surjan sean necesariamente superadoras de las anteriores, que todo lo pasado sea olvidable y que, al fin, nuevos salvadores nos terminarán llevando a una tierra promisoria que comienza con ellos.

Algo queda, algo se transforma, algo es una combinación de distintas cosas en el paso de un tiempo a otro. Las sociedades no escapan a las reglas de la naturaleza.

La democracia es un sistema perfectible, que tiene sus mecanismos, sus procesos y una arquitectura diseñada para limitar o evitar los abusos de poder. Para frenar las aventuras demagógicas y populistas, que siempre buscan atajos y muestran sencillo lo complejo.

También es una forma de entender la vida en común de manera plural y diversa, con reglas mínimas de convivencia, algo que los nuevos gurúes de un falso liberalismo no toleran. Justamente, y con cierta ironía, la tolerancia y la libertad de conciencia fueron los primeros triunfos del liberalismo en el siglo XVIII.

Es muy difícil salir de la mecánica de las redes sociales para articular el debate público. Porque en él, todo es breve, efectista, simple, dicotómico y emocional. Las ideas mueren al calor con el que las redes mezclan temas, descalifican posturas, estructuran discusiones y donde el insulto más ingenioso gana por miles de likes y reenvíos de diferencia. Lo elaborado pierde entidad en una vorágine de lucha por la atención que hace perder el foco, la pausa y la reflexión.

Quien piensa, pierde

En ese mundo, la máxima de un famoso sketch de Les Luthiers, “el que piensa, pierde”, se hace realidad. Y el Gobierno argentino navega allí con perfección y habilidad. Es parte consciente de un ecosistema global que destaca lo banal y oculta lo importante.

Por eso los medios, el mundo académico y la misma política se preguntan hacia dónde vamos, inmersos en esta realidad de extremos, los peligros que entraña, las alertas que genera y las amenazas hacia la democracia que propina sin piedad.

La fractura de lo colectivo a manos de un individualismo a ultranza basado en el consumo, el egoísmo y el desapego nos aleja de comunidades políticas basadas en el bien común y auspicia un futuro gris oscuro.

El sistema republicano asediado, constantemente, por los errores de quienes lo administraron en el pasado y por los nuevos gurúes del presente, que despliegan algoritmos que lo manipulan y le quitan riqueza y espesor, debe recobrar dinamismo.

En un planeta, por cierto, más desigual, parece que defender la democracia junto a un debate público firme, intenso, pero con sentido, fuese anacrónico. Pensar, entonces, sociedades más estables, justas y pacíficas en medio de insultos, autoritarismo y egos desbocados, se convierte en una postura a contracorriente.

* Periodista

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