Algunas historias “nunca” serán olvidadas. Traspasan generaciones, se cuentan una y otra vez, y logran que su recuerdo siga resonando. Una de esas historias es la de La Abuela Valentina, el mítico boliche de Río Segundo que dejó una marca imborrable en muchas generaciones de cordobeses.
Todo comenzó en 1968, cuando Raúl Tomasini, un joven de apenas 19 años, decidió apostar por un sueño. Vendió su auto, un Ford modelo 1932, y con el dinero compró 15 mesas y 60 sillas. “La heladera la saqué al fiado”, recuerda Raúl, con una sonrisa cómplice.
Con eso montó un bar, que después transformó en un espacio para bailar. Y así nació La Abuela Valentina, bautizada en honor a la abuela paterna que Raúl nunca conoció. El boliche cambió las noches.
La idea fue un éxito. Con el tiempo alquiló el segundo piso del local, agregó una escalera caracol y construyó otra pista de baile. En aquellos años la música sonaba en un simple Winco, pero el entusiasmo de la gente hacía que las noches fueran inolvidables.
El salto a la fama
El boom permitió a Raúl comprar un terreno en calle Sarmiento 768, donde construyó el edificio que convertiría a La Abuela Valentina en un verdadero ícono de Córdoba.
Con su imponente salón de 330 metros cuadrados y hasta tres pisos (los asistentes solían perderse dentro del lugar), el boliche atrajo a jóvenes de toda la región, incluso de Córdoba capital, gracias a un acuerdo estratégico con una empresa de colectivos: mostrando la entrada del boliche el viaje de regreso era gratuito.
La discoteca se destacó por sus innovaciones. Tenía varias pistas de baile, incluyendo una exclusiva para lentos, y espacios como los famosos “reservados”, donde las parejas buscaban un rincón más íntimo.
En los ´90, la barra redonda se convirtió en un punto de encuentro, y un láser, que costó 120 mil dólares, deslumbró a los asistentes.
Raúl no escatimaba en esfuerzos para mantener el lugar renovado. Hacía hasta dos inauguraciones por año y tomaba créditos para financiar las mejoras. “La premisa siempre fue ofrecer algo nuevo”, señala.
Romances, famosos y una tragedia
Por La Abuela Valentina pasaron miles y miles de personas, y no pocos famosos: Arturo Puig, Carlos Calvo, Juan José Camero y Jorge Martínez, entre tantos.
Entre dos mil y tres mil personas se reunían allí todos los sábados, buscando diversión, música y porque no la posibilidad de un amor. El lugar fue testigo del inicio de incontables romances. Con el paso del tiempo, los hijos de esas parejas regresaban para vivir sus propias historias, en el mismo boliche donde sus padres se habían conocido.
Pero no todo fue alegría. En 1988 una tragedia marcó un antes y un después: un balcón se derrumbó, dejando una joven fallecida y varios heridos.
Era una noche linda, suelen contar los que fueron. Dicen que adentro del lugar hacía calor, por eso muchos optaron por usar el balcón para tomar un poco de aire.
El hecho generó una ola de juicios y, con el tiempo, una presión económica que Raúl no pudo sostener.
Aunque el lugar permaneció abierto varios años más, esa tragedia selló su última etapa.
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Finalmente La Abuela terminó con una quiebra. Y una faja en la puerta, colocada por un martillero público: “Cerrado”. Eso fue en octubre de 2000.
Hoy el edificio de La Abuela Valentina sigue siendo un símbolo. Aunque el tiempo haya apagado sus luces y silenciado su música, la memoria de esas noches mágicas sigue viva en quienes disfrutaron de sus momentos más felices.