“Steve Bannon es, en cierto modo, el Trotsky de la revolución populista, una mezcla de ideólogo y hombre de acción que pretende, con su movimiento, llevar a las masas europeas a rebelarse contra lo que él llama ´el partido de Davos´”.
Cuando la oleada del populismo de derecha llegó al poder en Argentina con Javier Milei hace exactamente un año, reflexiones como ésta, presente en Los Ingenieros del caos de Giuliano da Empoli (2020), ya eran parte del paisaje intelectual que a lo largo del mundo intentaba comprender los nuevos fenómenos que habían surgido de la crisis del orden neoliberal.
El sociólogo ítalo-suizo, profundizando en su forma de ver la analogía, también afirmaba en aquella obra que “si para Lenin el comunismo eran´los soviets y la electricidad´, para los ingenieros del caos el populismo es hijo del matrimonio entre la ira y los algoritmos”. El mencionado Steve Bannon, recordémoslo, fue estratega y asesor del primer Donald Trump, con ramificaciones en la derecha internacional. A diferencia de los viejos bolcheviques, que lucharon para que las masas se autodeterminen para tomar el destino en sus propias manos, las nuevas derechas buscan explotar las frustraciones, las pasiones tristes, el “terror atmosférico” que oprime a millones de personas en un mundo precarizado, violento e incierto, para conducir todo con demagogia antiélite hacia la derecha, bajo un discurso antisistema.
La tesis central de Da Empoli -cuyo libro recorre experiencias como las del Movimiento 5 Estrellas en Italia, el Brexit británico, el trumpismo estadounidense o el ascenso de Viktor Orbán en Hungría- parte de que “la indignación, el miedo, los prejuicios, los insultos, las polémicas racistas o de género se difunden en las pantallas y proporcionan mucha más atención y compromiso que los aburridos debates de la vieja política”. Los ingenieros del caos buscan inflamar las pasiones de tantos grupos como sea posible mediante mensajes de redes sociales hipersegmentados e incluso contradictorios, para unirlos en un objetivo común.
Javier Milei, hace un año, se sumó como uno de los últimos llegados a esta familia de la ultraderecha internacional, ensamblada y heterogénea, pero familia al fin. Surgido de los fracasos sucesivos de los gobiernos macrista y peronista, de la experiencia trágica de la pandemia y de una larga década de crisis económica y deterioro de las condiciones de vida, supo explotar el descontento y la rabia contra un régimen político que entraba en crisis orgánica y tenía cada vez más fricciones con amplios sectores de su base social. En su caso, los cañones apuntaron contra la casta, contra el peso o contra la emisión monetaria y el Banco Central. Los objetivos discursivos pueden ser variables, pero el método es el mismo: dirigir la bronca de forma demagógica contra algún blanco fácil y preservar al mismo tiempo a los grandes dueños del poder económico. En el caso argentino, era fácil: Cambiemos y el Frente de Todos no habían sido más que pura decepción. La casta estaba regalada para que un experimento así aterrice en Argentina.
Sin embargo, si bien es cierto que mucho se ha discutido sobre las condiciones de posibilidad para el surgimiento de La Libertad Avanza, también lo es que menos se ha debatido sobre la existencia de otro tipo de ingenieros, los ingenieros del orden que suceden a los ingenieros del caos, y que se postulan como complementos de Milei para la gobernabilidad. Si algo se sabe de sobra en el mundo actual de la policrisis es que lo que sirve para ganar elecciones no necesariamente sirve para gobernar. Basta levantar la mirada para observar rápidamente que fuera del territorio nacional el planeta está atravesado por guerras, crisis y regímenes inestables, incluso en varias de las principales potencias del globo.
En Argentina, quienes buscan ser ingenieros del orden tienen la paradójica -y por eso difícil- intención de ser opositores y a la vez garantizarle gobernabilidad a un gobierno que no quiere simplemente administrar lo existente sino que se propone refundar de arriba a abajo el país a favor de los poderosos, ajustando hasta el final para pagar la deuda, saqueando y desregulando en favor del mercado, sin tener la hegemonía suficiente para hacerlo. Su ciencia -y en parte es por eso que casi todos los partidos de la oposición están en crisis- está en intentar jugar un rol administrado que use la política parlamentaria como tribuna y como ámbito de negociación de empresarios y gobernadores pero dejando correr por acción u omisión muchas leyes esenciales; en salir a veces a la calle pero controlando que nunca haya una lucha abierta hasta el final; en mantenerse como espacio político que capitalice el descontento pero esperando al 2025 y al 2027. Sin ellos no se podría entender cómo llegó hasta acá un gobierno que es minoría institucional y que a pesar de eso saca leyes e impone vetos; que aplica planes económicos que elevaron casi diez puntos más la pobreza; y que tiene una gran oposición social que durante este año se ha expresado múltiples veces en las calles. Aunque la parte más difícil del recorrido es quizás la que aún está por recorrerse.
La referencia no es solo para los obvios colaboracionistas del PRO, la UCR o peronistas «con peluca» (todos ellos oficialistas o semioficialistas), sino también -con sus diferencias- para todos aquellos que con discursos más combativos vienen siendo complementos esenciales de Milei. Esto vale tanto para la CGT que se ha retirado de las calles después de negociar los intereses de su burocracia o para las direcciones universitarias radicales y peronistas que levantaron la lucha contra el veto al financiamiento educativo después de las marchas más masivas de las últimas décadas. También para los parlamentarios no solo ex Cambiemos sino también del peronismo que colaboraron con el gobierno todo el año (como demostró acá Jesica Calcagno). En las últimas semanas incluso ha estado bajo la lupa el pacto de Javier Milei con Cristina Kirchner, con intereses en juego como la reforma política y electoral, la composición de la Corte Suprema o el proyecto de Ficha Limpia.
Basta una mirada retrospectiva del año que pasó para ver que en los momentos críticos del gobierno -como la Ley Bases que se aprobó agónicamente con el desempate de Victoria Villarruel en el Senado-, muchos de estos ingenieros del orden jugaron un rol clave para sostener al oficialismo. La estabilidad coyuntural del gobierno que se discute por estos días no es algo que sale del aire, sino que se construye con dadores voluntarios de gobernabilidad. Un dato es clave en todo esto: cada vez que las direcciones han convocado a la lucha, las bases han respondido contundentemente, tanto en paros nacionales, sectoriales o en las masivas marchas educativas, a la vez que en la universidad hubo un profundo y extendido movimiento nacional con tomas de facultades organizadas desde abajo, movilizaciones y asambleas como no se veía desde hace décadas. También en otros sectores como la salud, docentes, jubilados o la cultura, entre tantos otros, hubo importantes ejemplos de lucha. Y la enumeración podría seguir. Un repaso por toda la agenda del año hace ver que, saliendo un poco de la coyuntura, las calles han tenido fuerte presencia en la resistencia contra Milei, y que los límites los han puesto las direcciones.
Es por eso que al cumplirse un año de mandato de La Libertad Avanza la realidad es que no solo los fundamentos económicos están atravesados por más incógnitas de las que se dicen en la propaganda gubernamental -expuestos a un shock externo, a las bajas reservas, a una derrota política que revierta la «confianza» de los mercados, mientras el consumo interno sigue deprimido-, sino que también distintos estudios como el de la Universidad de San Andrés o el de la consultora Tendencias, entre otros, marcan claras tendencias a la polarización política. Es decir, se observa una dinámica en la que si bien el gobierno conserva el apoyo de cerca de la mitad de la población, también se hace más marcada otra proporción similar que se le opone firmemente, diluyéndose los centros. La gran diferencia es que mientras que el gobierno tiene un rumbo decidido, la oposición se encuentra fragmentada y en crisis. Dicho de otro modo: la base de La Libertad Avanza está esencialmente conforme con su representación política, mientras que grandes sectores de la base opositora están disconformes con los partidos de oposición del régimen, principalmente el peronismo.
El dato podría ser secundario, si no fuera porque al primer aniversario de gobierno se llega en un artificial clima de triunfalismo oficialista, que busca proyectar la estabilización coyuntural que se observa en las últimas semanas como si fuera un éxito estructural y definitivo de su plan de gobierno. El triunfo de Donald Trump como un amigo en el imperio, la reducción de la brecha cambiaria o la baja relativa de la inflación, junto con haber sorteado dificultades parlamentarias, son argumentos que se esgrimen en ese sentido. Pero no solo eso: también desde diferentes usinas opositoras se contribuye a crear este clima exagerando las fortalezas del gobierno e incluso negando al borde de la fake news la resistencia social que hubo durante este primer año, para depositar todo en las expectativas hacia los próximos turnos electorales. Una nueva variante del «hay 2019» con el cual contribuyeron en su momento a sostener a Mauricio Macri hasta el final de su mandato, también luego de haberle aportado votos para leyes claves en el Congreso Nacional.
La izquierda, por el contrario, puede hacer otro balance completamente distinto del año. Desde aquel 20 de diciembre de 2023 en el que fue la primera en salir a las calles contra el protocolo de Bullrich cuando recién iban diez días de gobierno, ha impulsado todas y cada una de las instancias de lucha junto a miles de compañeros y compañeras en los lugares de trabajo, de estudio y en las asambleas barriales, bajo la idea de no transar ni especular frente a un gobierno que quiere llevarse puestas todas las conquistas que quedan y entregar el país. Enfrentando también la represión y defendiendo el derecho a la protesta, mientras adentro del parlamento se rosqueaba a espaldas del pueblo o mientras los burócratas sindicales directamente se borraban o se retiraban antes de tiempo facilitándole el trabajo a la represión. Queriendo llevar la lucha educativa hasta el final, mientras las direcciones levantaban e importantes dirigentes del peronismo llamaban a la resignación y a aceptar que Javier Milei tiene como presidente el derecho al veto. También en el Congreso Nacional el Frente de Izquierda fue y es el único espacio que puede reivindicar orgulloso no haberle aportado ni un solo voto a las leyes de Milei y al gran poder económico, ni tener panqueques que entran por una lista y votan con la otra, incluso con dineros y prebendas difíciles de explicar. Son, apenas, algunos de los factores que también explican qeu Myriam Bregman y Nicolás del Caño estén entre los dirigentes mejores vistos de la oposición, según distintas encuestas. Hoy, más que nunca, contra derechistas y colaboradores, se confirma la apuesta a ser el partido que se proponga organizar la resistencia junto a los millones que no están dispuestos a repetir la historia de negociar con los gobiernos de derecha mientras se llevan puesto el país. A luchar por recuperar las organizaciones de manos de los burócratas, para transformarlas en herramientas de lucha, y acumular fuerzas enfrentando los planes de ajuste para preparar la contraofensiva. Porque cuando reemerjan los elementos más críticos de la crisis, habrá oportunidades para dar vuelta la historia si para eso nos preparamos desde hoy.