Esta semana, en la calle de Serrano de Madrid, me topé de casualidad con un periodista argentino con el que coincidí hace algo más de 20 años trabajando en Buenos Aires. Iba acompañado de su esposa y me contó que están recorriendo Europa en estas fiestas de Navidad y hasta Año Nuevo. Viajar por Madrid, París y Londres, entre otros sitios, es mucho más barato, comentó, que pasar el verano austral en Mar del Plata, lugar de veraniego porteño. Europa es una ganga para ellos, como llegó a serlo en la década de los 90, cuando el peso argentino estaba ligado al dólar y un café costaba en cualquier bar del centro bonaerense tres dólares de entonces.
El excompañero explica que ya no trabaja de periodista, sino para un banco, y sigue exhibiendo la misma fina ironía sobre la realidad de la política argentina que siempre tuvo. Se me queda mirando atentamente, como si estuviera escuchando a un alienígena, cuando le menciono a Javier Milei y vaya usted a saber si, con él en la presidencia, Argentina finalmente acabará siendo el país para invertir del futuro. Se está controlando la inflación, baja la deuda pública, hay superávit comercial milagroso y la economía vuelve a crecer. El año próximo, se augura que el PIB aumentará el 5%.
Existe una sensación de optimismo controlado a la espera de que 2025 repita las condiciones económicas de 2024
Intuí que no se fía ni un pelo de lo que pueda ocurrir porque en su país ya las han visto de todos los colores. Como son muy pillos y tienen sobradamente desarrollada la curva de aprendizaje, los argentinos cultivados e informados siempre anticipan la jugada. No por nada algunos de los mejores jugadores y entrenadores de fútbol son y han sido argentinos. En eso, hay que reconocérselo, pocos son capaces de superarlos. Huelen el cambio de viento antes que nadie. El dinero es un juguete en su mano.
Desde que Robert Kaplan, historiador, periodista y sabio, autor de La venganza de la geografía, El telar del tiempo y Adriático, vaticinó que el país en que invertiría pensando en un futuro a 30 años es Irán, pregunto a personas viajadas y leídas qué país les genera buena sintonía y, de poderse dar el caso, en cuál depositarían sus ahorros e inversiones. Sinceramente, la respuesta de Kaplan me dejó tan desconcertado que busco cualquier elemento que pueda ayudar a argumentarla más. Para ello, solo hace falta que en la antigua Persia se dé un vuelco radical al sistema político, económico y, obvio, religioso. ¿Es más fácil un Irán libre o una Argentina con plena seguridad jurídica que sea capaz de poder progresar adecuadamente sin constantes temblores? Entre vivir en Buenos Aires o en Teherán, pocos dudamos que siempre preferiremos con los ojos cerrados la primera ciudad.
Los inversores conservadores que piensan a largo plazo se distinguen de aquellos que solo buscan el cortoplacismo porque siguen fijándose atentamente en los países que generan menos incertidumbre y tienen detrás una garantía histórica. Tiene que variar mucho el espectro geopolítico para que Australia, Irlanda, Suiza, Noruega, Dinamarca y los Países Bajos sean lugares arriesgados para colocar el dinero. Además, encontrar empresas tecnológicamente avanzadas que tengan su sede en países que garantizan la seguridad jurídica y que saben vender por todo el mundo es garantía de buena inversión. Condición suficiente que debe ir aparejada de un buen análisis de estrategias de negocio y balances empresariales.
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Quien busque un mayor riesgo ya sabe lo que tiene que hacer. Los movimientos sísmicos también afectan a la evolución de las naciones. ¿Quién hubiera pronosticado hace 10 años que la prima de riesgo de Francia estaría hoy por encima de la de España y llegó a superar a la de Grecia? ¿Quién se atreve a dilucidar cómo afectarán las primeras decisiones económicas que tome la Administración de Donald Trump en las cuentas de Estados Unidos y en las relaciones comerciales entre los países?
Como todos los años, el ejercicio que realizan las casas de análisis, bancos y organismos nacionales e internacionales, sobre que se puede esperar de 2025 en términos de inversión, es fútil. Las veces que las predicciones no se han cumplido son múltiples. Para empezar, los mercados en 2024 han ido mucho mejor de lo que se pronosticó hace dos meses. La renta variable sigue viviendo momentos de euforia, incluyendo España, y el control de la inflación ha permitido una estabilidad macroeconómica que no se observaba desde antes de la pandemia. Hay una sensación de optimismo controlado a la espera de que 2025 repita las condiciones económicas de 2024. ¿Los cisnes negros? Agazapados. Feliz Navidad.