«Villa Azul», dice a secas un cartel que da la bienvenida a la mansión circular, construida con madera de lapacho, que Cristiano Rattazzi tiene en Manantiales. Nos da la bienvenida Julia, ama de llaves, que nos lleva hasta el living donde el dueño de casa espera sentado en un amplio sillón. Detrás suyo un ventanal que ocupa todo el frente y que posee una vista azul marina impagable.
«Acá haciendo vida de jubilado, pero un jubilado al que le va bien, disfrutando un poco, viendo Netflix, jugando al tenis y algo de sociales. Me estoy permitiendo hacer cosas para mí, hasta duermo la siesta».
Alejado de la empresa familiar Fiat, que presidió durante décadas, dice que la actividad laboral es algo que no puede dejar. «¿Qué hago? Yo no sé si mirar el techo, quisiera, pero no me sale. Puedo ver un poco la tele, agarrar el teléfono, estar con Gaby, mi mujer, pero para mí el trabajo es vida. Necesito estar en contacto, informado, hablar con mi gente. Sé todo lo que pasa en la otra orilla y debo reconocer que me encanta lo que está haciendo Milei, soy un mileiano de la primera hora» (sic) .
La premisa de Clarín es apartarlo de su actividad empresaria y de los temas políticos, que han formado parte de su cotidianidad, para conocer la otra cara del argentino más italiano del mundo. Pero es tarea compleja. Animal empresarial, Cristiano Santiago Argentino Rattazzi (76) tiene la habilidad de llevar todo a las arenas políticas, terreno donde se siente cómodo.
Y en bermudas, sandalias, cruzado de piernas y en tono relajado puede ser igual lapidario que si estuviera siendo entrevistado en el prime time televisivo y en medio de una campaña electoral. «Horacio (Rodríguez Larreta) me decepcionó, me pareció impresentable su última etapa, no quería ni la libertad ni el cambio, sólo quería ser un Massa de buenos modales».
No se le mueve un músculo a Rattazzi, que dice ser un abonado a la transparencia. «Yo al principio estaba cerca suyo, charlábamos, pero después decidí correrme cuando advertí que él no podía ser el cambio, porque Horacio es como (Martín) Lousteau, son así».
Ahora aparece Mauricio en la charla. «Es importante que Macri vaya junto a Milei en las próximas elecciones, no le sirve ir solo, cosechará poco porcentaje. Creo que si La Libertad Avanza y el PRO se juntan, podrán recuperar la provincia de Buenos Aires que hoy tiene Kicillof, que ha hecho un daño enorme».
Después de dejar la cúpula de Fiat Argentina en 2021, Rattazzi, junto a su mujer Gabriela Castellani (53), se mudó a este caserón que empezó a construir hace 18 años. «Desde el principio lo pensé como el hogar para pasar mi jubilación y mis últimos años. Ver esto -abre sus brazos, abrazando el mar- es algo que no podés cuantificar, un paisaje que me cambia el día a día. ¿Mi vida de jubilado? Es cómoda, pero soy un fake jubilado porque tengo una compañía de servicios aéreos que se llama Módena, que me tiene bastante ocupado».
De volver a Buenos Aires ni hablar… «¿A vivir? No, de ninguna manera, ya no me interesa, ¿para qué? ¿Vos te irías de aquí?», replica pícaro. Se le consulta si se vino por decisión propia o por algún motivo puntual. «Siempre me rondó la idea de venirme a Punta del Este, lo pensé, pero cuando me fui de Argentina, el sistema fiscal para alguien como yo, que tenía gran parte del patrimonio afuera, era ridículo, una locura. Eso me terminó empujando a tomar la decisión».
Dice que las nuevas generaciones familiares de Fiat no lo corrieron de su puesto. «Yo me fui por una cuestión de edad. En la empresa, el paso al costado se da, normalmente, a los 70 años, y yo recién me fui a los 73. Tengo muy buena relación con todos y ahora, desde afuera, veo a Fiat de otra manera, ni mejor ni peor, de otra manera. Pero no extraño, no fue para nada traumático irme, se terminó una etapa, listo, chau… Ya quería meterme más en la otra compañía, no te olvides que yo soy metal mecánico, que es lo que más me gusta y me mantiene el fuego interior… Todo lo que tenga que ver con volar aviones, helicópteros y velocidad me puede», dice el actual vicepresidente de la Bolsa de Comercio.
Cuenta que sus días en Manantiales, en verano, son parecidos. «Me levanto a las 6, sin despertador, y comienzo la clase de gimnasia con mi personal trainer. Tengo un gimnasio acá en casa y hago lo típico, caminata, elíptico, estiramiento, me gusta, me siento cuidado por el profe… También le encanta a mi mujer, pero tomamos clases separados -aclara risueño-. Juego al tenis dos o tres veces por semana, voy al supermercado y estoy en contacto con mi gente (de la empresa Módena). Si es necesario, me tomo mi avión y llego a Buenos Aires en 40 minutos». Dice que tiene su avión y que él lo pilotea «pero acompañado de otro profesional».
A su pareja, que es agrónoma y de Rosario, no la conoció por Tinder -sonríe ante la humorada-. «Estaba haciendo una clase de gimnasia con Daniel Tangona (referente del fitness) y me preguntó si conocía a una señora que estaba más allá, y que en ese momento estaba casada. Me acerqué para ver de quién se trataba y me encontré con una señora que se contorsionaba increíblemente… Era una cosa de locos, me quedé boquiabierto -su gesto lo dice todo- por las cosas que hacía con sus piernas. Y bueno, la vi y me fascinó su enorme facilidad para la gimnasia. Cosas de la vida, nos empezamos a escribir y a salir cuando se separó… Ya llevamos 14 años».
Susurra que no lo desvela la vida en pareja, tampoco se imagina solo… «Pero con Gaby estamos bien, fluye». Admite Cristiano que «con 76 años ya no miro a nadie más, qué corno puedo hacer… No existen otras mujeres, ya está, ya pasó ese período que me podían interesar y con Gaby funciona, la quiero mucho y estamos bien juntos. Es muy bonita. ¿Celoso yo? Nada, nunca fui celoso de nada ni de nadie, quizás porque siempre tuve mi teoría: si aparece un Brad Pitt y le da bola a mi mujer, le digo ‘andá sin problemas, mañana me contás todo, pero aprovechá la oportunidad‘. Yo estoy convencido de eso, pero a ella no le gusta mi teoría, se ofende».
Se le pregunta a Cristiano qué sucedería si a él se le aparece una Angelina Jolie. «Naaaa, olvidate. Ella es mujer, típica, celosa de todo, no me lo perdonaría. Pero tengo claro que a mi edad no me voy a cruzar con Angelina Jolie ni siquiera en mis sueños. Yo ya la pasé, tuve mi vida… ¿Seductor? Bastante, me encantaban las mujeres», arquea las cejas, picarón, y sus gestos son de colección. «Hoy elijo estar con Gaby, ya está, no tengo otros deseos», deja en claro.
En confianza, también desliza que no le «fastidia» hacer sociales, que le da fiaca «como la reunión de esta noche, pero mi mujer me pidió que vaya y la acompaño». Confiesa ser «un poco pollerudo en las cosas de la casa, pero no en las cuestiones laborales». Cada tanto va a comer afuera, dice que también lo aburre. «Hay lugares que se come bien como Don Julio, pero son aburridísimos, y hay otros que también se come bien, como Gardiner, que son muy divertidos», recomienda.
Como se intenta que Rattazzi no se desvíe hacia temas coyunturales, la charla se desordena un poco. Comenta que lee un poco más que antes, actividad que linkea con su mamá, Susana Agnelli, escritora, política y ex canciller italiana. «Mi madre sí era una gran lectora siendo jubilada, podía estar horas y horas concentrada… La extraño a la mamma -dice más en italiano que nunca-, tenía una relación extraordinaria, nos hablábamos todos los días, no pasaba uno sin charlar, por más distancia que tuviéramos. Pudimos construir una relación especial a pesar de que era una mujer muy ocupada. Después lo estuve yo, pero nuestro vínculo estaba por encima. ¿Lo que más extraño? Escuchar su voz«.
Padre de Alexia, Manuela y Urbano, tiene seis nietos (cinco son hijos de Urbano, el otro es de Manuela), y desliza con franqueza brutal: «A mí los nietos me empiezan a divertir a partir de los diez años. Antes de esa edad que se ocupen la mamá y el papá«. Se detiene en Alexia, la que -dice- se parece más a él. «Ella está fascinada con su profesión, está dedicada a la medicina, es una de las grandes expertas sobre autismo y Asperger en el mundo y vive para Panaacea, la fundación que creó… No está para tener hijos, creo que no tiene la intención por el momento, es una mujer especial, que está muy metida en lo suyo. Es con quien más relación tengo, quizás porque es la más similar a mí».
Comenta que a Manuela «la veo muy bien, yendo y viniendo de Grecia, donde tiene un novio que juega al polo. Y Urbano está casado con una Bordeu (Florencia) y tienen cinco hijos, algo que no lo entiendo en el mundo de hoy, me parece excesivo, de otra época. Allá ellos».
Menciona al pasar que todavía pilotea aviones. Comenta que sacó la licencia de piloto privada en diciembre de 1970 y al año siguiente compró su primer aeroplano, un Piper Comanche. «Volar y pilotear fue una de mis grandes pasiones. Yo soy ATP (Air Transport Pilot), puedo volar lo que se te ocurra. Después de los 65 años, tengo limitaciones, pero sigo volando, aunque no lo hago más solo. Vuelo con un piloto al lado, pero yo soy quien está al frente».
Siempre lo cautivó la velocidad y dice que tiene varias carreras de autos en su haber. «Manejar rápido siempre me fascinó y en mi época de corredor aficionado lo hacía, pero hoy soy muy prudente, además los caminos no ayudan… Tengo un Alfa Romeo Stelvio con motor de Ferrari que lo uso poco, pero si quiero manejar en serio, ése es el auto ideal. Acá prefiero usar el Jeep Renegade con motor diésel, que es mucho más cómodo y práctico, que me permite estar tranquilo y es fácil de manejar», dice el dueño de una amplia flota de coches, entre los que se destacan un Fiat 131 Racing, un Maserati Levante, un Fiat Toro y un Abarth 500.
Los fierros lo pueden, cada tanto repite que es «metal mecánico», y asoma la figura de Franco Colapinto. «Como piloto y corredor que fui, entiendo que el de Colapinto es un caso muy interesante, que cometió un solo error, pero grave, que fue chocar en Interlagos, San Pablo, con el auto de seguridad y se dio una piña tremenda… Pero hay que decir que antes del impacto estaba haciendo un tiempo infernal. Lo que yo le diría desde la experiencia y la veteranía es que para ser un piloto de Fórmula 1 tiene que ser recatado. Hay que evitar situaciones como la de la China Suárez, con quien se encontró en Europa. Tiene futuro, pero tiene que bajar el perfil», sugiere.
La charla va llegando a su epílogo. Al pasar le decimos que le manda saludos Graciela Alfano, con quien Clarín había estado el día anterior, y también le hacemos saber que para Graciela, como referente de la nueva longevidad, «no hay edad para el amor». Se ríe en silencio, baja la vista y menea la cabeza. «No comments, no comments» repite. «La conozco a Graciela, la conozco bien, desde hace varios años. Su vida siempre ha sido un poco rara para mí, su vida amorosa, digo, qué se yo… es su vida».
Dice que el amor está un poco distorsionado «en estos tiempos de Icardi, Wanda Nara y la China Suárez. ¿Si soy chimentero? Me cuentan acá y escucho, la hija de Gaby es fana de esos programas y me pusieron al día con todo el culebrón. Yo no miro a Rial, no lo miro ni muerto, me gusta Yanina Latorre, es un poco más divertida. Pero el de la farándula es un mundo que me impresiona por lo mentiroso e hipócrita que se puede ser. Evidentemente no es para mí».
Hombre fuerte a simple vista, entero físicamente, Cristiano dice que siempre mira al futuro. «Es una manera de ser, no pienso en el día a día por la edad que tengo. Quizá sea porque tengo una formación empresarial que trasladé a mi estilo personal, pero yo no conozco otra manera que ir para adelante. Soy una persona ordenada, que se cuida, que evita los excesos, nunca fumé y ya no tomo como antes… Me gustaba la bebida blanca: caipirinha, caipiroska, pisco sour… Tomaba cuatro, cinco vasos, me ponía alegre… Pero hoy tomo medio vaso y me aburrí, y pido agua con gas… Siento que tengo varios años por delante, en eso soy como Eduardo Eurnekian, que con 92 años, sólo mira al norte. No sé si llegaré a tanto, pero voy en camino».
AS
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