lunes, 10 febrero, 2025
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Silos de grano, gigantes entre los trigales de Córdoba

Enormes moles de hormigón o ladrillo armado puntean los campos de cultivo aquí y allá por toda la provincia, desde la fértil Campiña hasta el verde norte pasando por el valle del Guadalquivir. Otean la tierra muy por encima de las casas de los pueblos que los acogen, compitiendo con torres, campanarios y espadañas. Se ven desde kilómetros a la redonda, aunque nunca fueron diseñados para eso. Don Quijote los habría confundido con castillos de Mambrino o Fierabrás; los estudiosos modernos prefieren verlos como «catedrales agrícolas». No son ni una cosa ni la otra, pero esos símiles no están desencaminados. Son los gigantescos silos de grano que todavía hoy sobreviven, casi siempre despojados de su función, en las villas agrícolas. 

Córdoba cuenta con una treintena de estos edificios -aunque alguno ya ha sido demolido- que fueron construidos en su totalidad durante el franquismo. «Ni un español sin pan», dijo el dictador en Burgos el mismo día en que asumió la Jefatura del Estado el 1 de octubre de 1936. Para alcanzar ese objetivo, que nunca se consiguió, un año después y en plena Guerra Civil se creó la Red Nacional de Trigo, que en la posguerra levantó una red de silos y graneros por todo el país. Durante cuatro décadas se construyeron en torno a un millar de estas estructuras por todo el país, de las que unos dos tercios eran silos verticales. Los mismos que todavía hoy sobreviven, mal que bien, en la España rural.

El trigo en España

El trigo, durante la primera mitad del siglo XX, fue el principal producto agrícola del país. De este cereal dependía en gran medida la alimentación de los españoles, sobre todo como ingrediente esencial para fabricar pan, pero también como base para otros productos. En la provincia de Córdoba, por ejemplo, había en 1949 un total de 132.000 hectáreas plantadas con este cereal (según el Anuario Estadístico del INE para ese año), el doble de la superficie actual. 

La producción, sin embargo, había caído a la mitad desde 1935, como consecuencia de los estragos de la Guerra Civil y de lo que los noticiarios de la época llamaron la «pertinaz sequía». El mercado del trigo era además un auténtico caos. Los burócratas del franquismo, siguiendo la tendencia de los fascismos y totalitarismos, apostaron por la nacionalización del trigo. Desde 1937 y hasta 1984 el Estado español detentó el monopolio del trigo y aplicó una política de intervención de precios en otros cereales. Los agricultores estaban obligados a vender sus cosechas al Estado a una tasa fija, y las harineras tenían a su vez que comprar el trigo al sistema nacional. No siempre lo hicieron y el estraperlo estuvo bien presente como poco hasta los años 60, y también después de forma residual. Hay estudios que apuntan que en el mercado negro, que el franquismo nunca pudo erradicar ni en este ni en otros ámbitos, se podían obtener precios un 250% superiores a las tasas oficiales, y eso en una estimación conservadora. 

Vista del Silo de Puente Genil. / V. Requena

El inicio de la red

Para controlar, distribuir y almacenar el trigo surgieron los depósitos que empezaron a construirse a finales de los años 40 y que conformaron la Red Nacional de Silos y Graneros. El de Córdoba capital fue uno de los primeros en entrar en servicio en 1951. 

El régimen quiso que aquellas enormes estructuras fueran también un símbolo de poder, más allá de su mera función práctica. De ahí que se levantaran silos elegantes como el de Córdoba o imponentes como el de Ávila. La mayoría, sin embargo, se construyeron siguiendo patrones similares: edificios prácticos, sin concesiones a la arquitectura. Son esos los que aún pueden verse en numerosos pueblos de la provincia. 

Había tres tipos de almacenes (silos o graneros, de estructura menos llamativa) según su función. Los más abundantes fueron los de recepción, ubicados en zonas de producción cerealista, a donde los agricultores estaban obligados a llevar sus cosechas. Los de tránsito se construyeron en puntos estratégicos cerca de líneas de tren, recibían grandes cantidades de cereal y desde allí se podía enviar el grano a otros puntos del país; el de Córdoba capital era uno de ellos. Finalmente, estaban los de mayor tamaño destinados al almacenamiento, como una reserva estratégica que permitiera hacer frente a crisis alimentarias, malas cosechas y hambrunas. 

Todavía el Estado posee una red básica de estos almacenes en servicio, con capacidad para un poco menos de un millón de toneladas, una cantidad respetable si se considera que la producción de trigo en España ronda los 8 millones de toneladas en un año normal. Tres de ellos siguen funcionando en la provincia, con dos megasilos en Valchillón y El Carpio, de 20.000 toneladas de capacidad cada uno, y otro más pequeño en Santa Cruz, para 7.500 toneladas. 

Todos los silos verticales funcionaban del mismo modo. Los remolques descargaban el trigo u otros cereales frente a la torre central, en un foso subterráneo, justo donde la mayoría de los almacenes disponían de una marquesina que daba sombra en época de cosecha (el trigo se recoge en verano). Desde allí, un elevador de grano -un sistema mecánico similar al de una noria de río- llevaba el cereal hasta la planta superior, donde las cintas transportadoras lo movían hasta las estructuras de almacenamiento, que ocupaban la mayor parte del silo. En la planta baja sólo había que abrir las espitas correspondientes a cada celda según la necesidad, y de nuevo una cinta transportadora llevaba el cereal hasta las playas de carga traseras. Después, se transportaba a donde hiciera falta. Puesto que las celdas eran verticales, se conseguía una gran capacidad de almacenamiento en poca superficie. 

El final de la red

En 1984 acabó el monopolio estatal del trigo por decreto, y en 1986 la entrada de España en la Unión Europea, alérgica al intervencionismo en los mercados, dio la puntilla a la red nacional de almacenamiento. Hubo que redimensionar el sistema y el Estado se quedó solo con la red básica, compuesta por 142 silos en todo el país (incluidos los tres de Córdoba). Los demás quedaron abocados al abandono, aunque la mayoría han sobrevivido como ejemplos de la arquitectura industrial sin que nadie, hasta hace escasas fechas, supiera muy bien qué hacer con estas moles.

A partir de 1995 el Estado traspasó los silos a los ayuntamientos o a la Junta, que declaró la mayor parte como innecesarios. Lleva tiempo cediéndolos a los municipios que lo solicitan y en algunos casos (ver despiece) se han tomado iniciativas exitosas para dar una segunda vida a estos gigantes del campo. 

Un teatro o un centro termal, ejemplos de una reforma

El Teatro El Silo de Pozoblanco es un ejemplo de la reconversión de un edificio industrial en el corazón de una localidad y su rehabilitación para un usos totalmente diferente al inicial. A mediados del siglo XX, el Servicio Nacional de Trigo construyó un silo en la localidad pozoalbense destinado al almacenamiento de cereal y que se incluyó en la amplia red de silos construida por toda la geografía española. 

Como el resto de estas infraestructuras, el silo de Pozoblanco cayó en desuso y no fue hasta inicios del siglo XXI cuando recuperó actividad de una manera totalmente diferente. Los gestores municipales de aquella época anhelaban la construcción de un teatro que tomara el relevo del desaparecido Teatro San Juan y, aunque en un principio se barajó una ubicación más céntrica, finalmente se decidió utilizar el antiguo silo como elemento clave para ese teatro. 

La labor de los arquitectos José Luis Amor y Juan Salamanca fueron claves en este proceso porque fueron los encargados de conseguir rehabilitar este antiguo silo manteniendo parte de su fisionomía. Para ello, decidieron construir un edificio de nueva planta anexo al antiguo silo, del que aún se conservan varios elementos como la maquinaria y los almacenes y que, en parte, están visibles al público que accede al recinto. Esta fórmula encontró con la aprobación política y en 2003 se puso la primera piedra de un proyecto que culminó tres años después. Joan Manuel Serrat fue el primer concierto programado en septiembre de 2006 y supuso la apertura de un espacio que alcanzó los 3,7 millones de euros de inversión. 

Por otro lado, en mayo del 2010 el consejo de gobierno de la Junta de Andalucía acordó la cesión gratuita del antiguo silo de almacenamiento de grano al Ayuntamiento de Alcaracejos para la construcción de un centro termal. La cesión se produjo por 50 años y precisamente para ese uso o para actividades recreativas y culturales. En la parcela de unos 3.400 metros cuadrados también hay espacio para aparcamientos.

El silo se inauguró en 1970 con capacidad para 4.000 toneladas de grano por lo que era uno de los mayores de Andalucía. El 1 de abril del 2015 abría sus puertas el Centro Termal de Los Pedroches. La conversión del Silo en centro termal es la primera instalación de este tipo en España. Las antiguas celdas se han convertido en piscinas, baños turcos o saunas y las tolvas en depósitos de almacenamiento de biomasa, con la que se hacen funcionar las instalaciones.

Otro ejemplo es el del Palma del Río. Tras la cesión a 50 años, firmada con la Junta de Andalucía, Consejería de Economía, Hacienda y Fondos Europeos, en octubre de 2023, este equipamiento se encuentra sin uso y el Ayuntamiento está analizando un posible uso viable, también financiero, o renunciar a esta cesión. Este planteamiento surgió desde el grupo municipal de IU al poner sobre la mesa una partida de 200.000 euros desde remanentes

El equipo de gobierno anunció un destino como servicios de obras públicas. El ejecutivo local considera que hay que estudiar los mejores usos. 

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