Los expertos empiezan a ver la luz al final del túnel. Tras dos años en recesión y con perspectivas de estancamiento este 2025, se espera que Alemania registre en 2026 un crecimiento del 1,6 % del PIB. Es el pronóstico de dos institutos de referencia, el Ifo y el de Estudios de la Economía Mundial (IFW). Doblan con ello sus estimaciones anteriores, aunque obviamente todo está condicionado a lo que ocurra con los aranceles de Donald Trump y a su impacto en el motor exportador alemán.
El canciller, Friedrich Merz, que a mediados de agosto cumplirá sus primeros 100 días en el cargo, no puede limitarse en confiar que todo saldrá bien. Su prioridad es reactivar la economía, tras la contracción del 0,3% con que cerró Alemania 2023 y del 0,2% de 2024. Debe, además, comportarse como un alumno ejemplar en los objetivos de rearme marcados por Washington. Su gobierno ha activado un fondo extraordinario de un billón de euros, liberado del freno a la deuda, la mitad del cual será para Defensa y la otra para las maltrechas infraestructuras del país. «Merz va a tener que quitarle dinero a todos los alemanes», escribía el columnista Markus Zydra del diario ‘Süddeutsche Zeitung’. Tanto a los que ganan más como a los que dependen de subsidios. Tiene el apoyo de su bloque conservador. Pero topa con el temor de sus socios socialdemócratas a una deriva de recortes indigeribles, en un país con un mercado laboral precarizado y donde millones de jubilados siguen laboralmente activos porque con su pensión no les alcanza.
El lastre dejado por tres cancilleres
La última gran reforma estructural la acometió el socialdemócrata Gerhard Schröder (1998-2005) en su segunda legislatura. Hubo recortes drásticos en loa subsidios al desempleo, en la sanidad pública y en las pensiones. La socialdemocracia lo pagó con una sangría de electorado y un desgarro interno, incluida la escisión de su corriente izquierdista. Pero se facilitaron las cosas para la conservadora Angela Merkel (2005-2021), quien ha reconocido que Alemania superó mejor que otros socios la crisis del euro o los estragos económicos de la pandemia gracias a la llamada ‘Agenda 2010’ de Schröder.
En lugar de aprovechar ese periodo de bonanza para invertir, Merkel convirtió en su señal de identidad el dogma de la austeridad. A escala alemana, ello se tradujo en un estancamiento inversor en infraestructuras y digitalización. Sus 16 años en el poder dejaron como herencia a su sucesor, el socialdemócrata Olaf Scholz (2021-2025), un país necesitado de una urgente puesta al día. Con la invasión rusa de Ucrania, Alemania se despidió aceleradamente de la dependencia energética de Moscú cultivada por Schröder, amigo de Vladímir Putin, y amplificada por Merkel. Se cerró así el grifo al gas barato ruso que había favorecido a la industria de la primera economía europea.
¿Qué reclama la industria?
Merz se apuntó esta semana un buen tanto al presentarse junto a 60 empresarios de todos los sectores clave, comprometidos a invertir en el país 610.000 millones de euros en los próximos tres años. Era la foto de familia que precisaba Merz para demostrar que los planes de su gobierno de impulsar la actualización de puentes, carreteras, red ferroviaria, escuelas o hasta hospitales tendrá su puntal en la empresa privada.
No será un cheque en blanco. La industria quiere ver plasmada en realidades la eterna promesa de liberar de trabas burocráticas la actividad empresarial. Pero sobre todo reclama el abaratamiento de la energía. Los hogares y la industria alemanes han pasado de ‘disfrutar’ de la energía barata rusa a pagar el precio más alto de toda la UE -hasta 0,39 euros/Kwh para el consumo privado, cuando la media europea está en 0,29 euros/Kwh. La mitad de esa factura corresponde a impuestos. Merz había prometido rebajas para todos. Se ha quedado a medio camino, ya que por lo pronto solo se descargará a empresas cuya actividad requiere un alto consumo energético.
¿Trabajan los alemanes por debajo de sus posibilidades?
A muchos alemanes no les gustó nada una frase pronunciada por Merz en una reunión ante empresarios: “Con semanas de cuatro jornadas y conciliación de la vida privada y laboral no podemos mantener nuestro sistema de bienestar”. La frase generó titulares señalando que, para Merz, los alemanes no trabajan lo que deberían o que no rinden como otros. Para la prensa sensacionalista, Merz acusaba llanamente de vagos a sus compatriotas.
Del debate surgieron propuestas como la del presidente de las Cámaras de la Industria Alemana (DIHK), Peter Adrian, de suprimir algunos festivos. Merz matizó que el objetivo debía ser optimizar el rendimiento laboral, en un país donde la media de horas trabajadas por semana está en las 33,2, algo por debajo de las 35,5 horas de media de la UE. Su ministra del Trabajo, la socialdemócrata Bärbel Bas, le dio la réplica recurriendo a la estadística. Alemania ha incrementado su población laboralmente activa en los últimos hace veinte años para situarse en 2024 en los 45,9 millones de personas trabajando. Es un récord consolidado, en una población de 84 millones de habitantes y con 2,9 millones de desempleados. No es, en definitiva, un país de vagos.
¿Qué les espera a los perceptores del subsidio básico?
La ‘percepción’ de que Merz considera que al menos parte de sus habitantes son vagos o reticentes a trabajar no procede solo de esa frase, sino de lo que fue uno de sus puntales en la campaña electoral que le llevó al poder, el pasado mayo. Habló entonces de suprimir el subsidio o ayuda básica a los refugiados -en un claro guiño al votante ultraderechista-, pero también a los llamados desempleados crónicos capacitados para trabajar, pero reacios a hacerlo. Es decir, a quienes rechacen o esquiven ofertas de empleo, en un país donde todos los sectores industriales o laborales sufren falta de personal. Hasta 1,7 millones de puestos de trabajo están hoy por hoy por cubrir, según cifras oficiales.
Merz ya no habla de suprimir, sino de reformar el ‘Bürgergeld’, como se denomina esta ayuda básica, implantada en 2023 y actualmente fijada en 563 euros para un adulto solo -o algo menos del doble, para las parejas- pero que puede ampliarse con la ayuda a la vivienda u otros conceptos. Hay en total unos 5,2 millones de perceptores de este subsidio básico, todos ellos mayores de 15 años y capacitados para trabajar, al menos, tres horas al día. Merz pretende ahorrar 1.500 millones de euros anuales de los 46.000 millones que dedica el Estado a este concepto. Otro plan de difícil encaje para los socialdemócratas, ya que por debajo de ese monto no puede garantizarse una existencia digna.
¿A qué edad podrá retirarse de verdad un jubilado?
A los aproximadamente 21 millones de jubilados de Alemania se les sumarán anualmente otro millón de ‘boomers’, que próximamente cumplirán los 67 años, la edad para acceder al retiro sin penalizaciones. La jubilación media en Alemania está en los 1.623 euros. El estereotipo del jubilado germano ‘rico’ es cosa del pasado. Aproximadamente un 14 % de los jubilados de entre 65 y 74 años siguen laboralmente activos. En Alemania no hay restricciones para seguir trabajando, siempre que se cumpla con las obligaciones fiscales y contando con que alrededor de un 40 % de lo que se percibe con esos ingresos adicionales irá a Hacienda. El gobierno se propone ‘motivar’ tanto a los ‘boomers’ como a los ya jubilados a seguir trabajando tanto como deseen o necesiten, con una fórmula teóricamente atractiva: la posibilidad de ingresar hasta 2.000 euros al mes sin cargas adicionales, a cambio de seguir en activo. Se paliaría así parcialmente la falta endémica de personal cualificado, que el Instituto de Estudios Económicos (IW) se agrandará hasta 2028 con otros 700.000 vacantes por cubrir.
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