Desde la Redacción de El Diario de Carlos Paz
A pocas horas de nuestras sierras, el Parque Nacional más nuevo de Argentina se consolida como un tesoro de la biodiversidad mundial. Su desarrollo no solo redefine el turismo provincial, sino que presenta una oportunidad estratégica y una pregunta fundamental sobre el futuro del sector turístico.
Hay un lugar en Córdoba donde el horizonte se vuelve una línea abstracta, un espejo de sal que se confunde con el cielo, donde el silencio es tan profundo que se puede oír el batir de alas de miles de aves y donde el atardecer tiñe de rosa no solo las nubes, sino el propio suelo. El Parque Nacional Ansenuza, es el mar de los cordobeses, y aunque para muchos aún suene lejano, hoy resuena en los foros de conservación más importantes del planeta.
Este gigante de agua y sal —el quinto lago salino más grande del mundo— se posicionó como un santuario de importancia global y es el hogar de las tres especies de flamencos que habitan Sudamérica y una parada crucial para cientos de miles de aves migratorias que conectan nuestro continente de punta a punta.
Para la comunidad científica internacional, Ansenuza es más que un paraíso para el avistaje, sino un termómetro natural de una precisión alarmante: un ecosistema hipersensible que actúa como barómetro de los efectos del cambio climático, y eso, lo conecta directamente con las sierras de Córdoba, pero particularmente con Villa Carlos Paz, por ser la mayor referente de la cuenca del lago San Roque, o si se quiere del río San Antonio.
El mundo, en resumen, está mirando a Ansenuza. Lo mira con el interés del ecoturista que busca experiencias auténticas, con la preocupación del científico que mide el pulso del planeta y con la esperanza del conservacionista que ve en su protección un modelo a seguir.
Y todo esto, que parece tan lejano, ¿qué tiene que ver con nosotros, aquí, en el corazón del Valle de Punilla? La respuesta es: todo. Tiene que ver con nuestra visión de futuro, con nuestra identidad como polo turístico y con nuestra capacidad de adaptarnos a un mundo que cambia a una velocidad vertiginosa.
Durante décadas, hemos construido con un éxito innegable el «Modelo Carlos Paz»: un turismo vibrante, popular, centrado en el entretenimiento, los teatros, la gastronomía y la noche. Somos la capital del espectáculo y el epicentro de la temporada estival argentina. Frente a nosotros, emerge ahora el «Modelo Ansenuza»: contemplativo, silencioso, basado en el valor intangible de la naturaleza prístina y la experiencia de bajo impacto.
Sería un error histórico verlos como rivales. Son, en realidad, las dos caras de una misma moneda: la Córdoba del siglo XXI. Son la oferta turística más potente y diversa del interior del país, capaz de atraer a un visitante internacional que busca exactamente eso: la combinación de una infraestructura de servicios de primer nivel como la nuestra, con la posibilidad de sumergirse en una experiencia natural de categoría mundial.
La pregunta, entonces, ya no es si Ansenuza es importante, sino cuál será nuestro rol en su historia. ¿Seremos meros espectadores de su crecimiento o nos convertiremos en sus socios estratégicos? ¿Será Carlos Paz la puerta de entrada inteligente a ese santuario, el centro logístico y de servicios que complemente su oferta? ¿Sabremos dialogar con ese gigante silencioso que crece en el noreste, creando corredores turísticos, promocionando paquetes combinados y entendiendo que su éxito también es el nuestro?
El futuro del turismo cordobés, y por ende el nuestro, quizás ya no se decida solo a orillas del San Roque. Puede que se esté definiendo también en la lejana y salina costa de nuestro propio mar interior. Estar a la altura de ese desafío es la gran interpelación que Ansenuza nos hace hoy.