¿Comparar con qué clase de biología, la de Iggy Pop? A los 78, torso desnudo desde antes de que la mayoría de nosotros hubiera nacido, todo lo sólido de su musculatura de chamán-estibador del rock suspendido en colgajos propios de la edad y de una película de David Cronenberg, el pelo largo natural, la renguera que en cada una de sus tantas visitas a Buenos Aires recrudece y desarticula su despliegue, sigue siendo el frontman mayor del rock.
Su némesis bien puede haber sido Freddie Mercury, el apasionado y vocalmente dotado cantante de Queen, que disparaba sobre su público un domo aspiracional de atleta olímpico, de voz de opereta, de closet sexual entreabierto. Sus coreografiados 21 minutos en el festival Live Aid 1985 le han parecido a tanta gente el sumum de lo que debe ser una performance que existe un Día del Rock a partir de aquella presentación.
Un día en la oficina de Iggy Pop, en cambio, es la Noche del Rock, un caos inconcluso, aunque no deje de estar, también, coreografiado. Teatro de la crueldad.
Iggy Pop muere (y vive) por nuestros pecados, frustraciones y represiones. «Soy lo que queda de un ser humano» le decía tres décadas atrás a este cronista en este mismo diario. Como un pararrayos de la mugre humana, su barítono barriobajero y su desprecio por las formalidades, llega a la iluminación por el camino del despojo, la indolencia y la abyección.
Desde ese fango, incluso, le cuesta formar bandas. En tal caso, la única y mejor que alguna vez presentó fueron los históricos Stooges, conformada con vecinos de comunidad, todos infestados en la misma condena y vicio.
Una banda con novedades
Ayer viernes por la noche volvió a presentar, como cada vez que vino (1988, 1992, 1993, 1996, 2006, 2016) una banda con muchas novedades, y con las guitarras alternadas de Ale Campos (hija de un argentino y una cubana) y Nick Zinner, que a principios de siglo tuviera su momento como mano derecha de Karen O en los Yeah Yeah Yeahs.
Junto a ellos, vientos, teclados, bajo y batería acometen un repetorio cargado de clásicos de los Stooges, a los que atosigan en la ejecución. Como si queriendo sublimar intensidad y fuego, los afixiaran y soplaran todos al mismo tiempo.
Mejor les va cuando asumen cada uno un papel, y es en los temas más nuevaoleros del Iggy solista, como Some Weird Sin y I’m Bored, que está entre lo mejor de la noche, igual que los pasajes donde visitan la obra que su patrón compusiera en Berlín bajo el ala de David Bowie, como el cabaretero y breve Nightclubbing o la sarcástica Funtime.
Tiempos de vivir de un lado del muro, leer a Dostoievski en una noche y titular a su histórico debut solista en consecuencia: The Idiot. Otros frutos del período aquel, como Lust for Life y The Passenger, salen igual de atolondrados, pero como son favoritos del público, la ola de calor perdona las imprecisiones.
Iggy, que empezó el show atacando el himno TV Eye y un pie de micrófono tan alto como él, asemeja a un Capitán Ahab con la escoliosis al aire, recreando sus propios monstruos en escena. El repertorio de los Stooges, que revisitaba a reglamento en los años ‘90, ahora es central en el show.
Rescata hasta los títulos clásicos que nunca fueron grabados en discos oficiales como el atronador I Got a Right, que a mediados de los años ‘70 adelantaba el hardcore.
Se sube a la lascivia de I Wanna Be Your Dog y la contagia a 15 mil personas que internamente parecen jadear a golpe del wah wah de la guitarra. Y cuando enciende la tromba bélica del Search and Destroy (1973), alguien hace flamear una bandera de Palestina en el campo y lo que entonces era una alusión a la guerra de Vietnam hoy puede corporizarse en otros conflictos y otras formas de buscar y destruir.
El tema siempre será como aquel titular de diario que rondaba a Mafalda mientras miraba el globo terráqueo con duda y angustia: “Se lucha por ahí”.
James Newell Osterberg, así figura en el pasaporte, llegando el final, se calzará una camiseta de la Selección Argentina y se permitirá abordar el himno genérico del rock de garage (Louie Louie) con espacio para los solos del invitado local Gaspar Benegas (hacha de Los Fundamentalistas del Aire Condicionado del Indio Solari).
Luego de arrojar otra bomba de los Stooges, Loose –de Funhouse (1970) uno de los mejores discos de la historia del rock, o la 2da Sinfonía de Osterberg para sus fans– desaparecerá mientras su banda intenta apagar el fuego con más fuego y caos. El instigador del incendio ya no estaba más en su hábitat natural, el escenario, y que podamos volver a verlo alguna vez ya dependerá más de su orgánica voluntad que, incluso, de la ciencia.