Marc Márquez, Campeón del Mundo de MotoGP. / Redacción
Los deportistas de élite son, habitualmente, una fuente de citas de autoayuda. Detrás de cada historia de redención hay una foto de un libro de liderazgo, con letras grandes y reseñas que convierten la portada en un anuncio publicitario. A Marc Márquez nunca le ha hecho falta la literatura barata. Ha escrito su propia historia conviviendo con la frustración, sin delegarla. A lo largo de los años, aquel niño que no tocaba suelo con su primera moto ha desarrollado el arte de levantarse.
Llegaba a Indonesia con la sonrisa reconstruida después de coronarse como campeón en MotoGP. El noveno cetro, pero no uno más. El que le permitió dejar atrás el bruxismo que desarrolló durante cuatro años de tortura, sangre, sudor y lágrimas. Un calvario que empezó en Jerez 2020, cuando se fracturó el húmero derecho. El comienzo de una descomposición que le llevó a convivir con el dolor como un compañero de vida que le impedía, como él mismo confesó, hasta llevar las bolsas de la compra.
Cuatro operaciones y más de 1.000 días de calvario tras un regreso prematuro, lo único de lo que se ha arrepentido en una carrera eterna. Son tantas las veces que ha echado la rodilla a tierra que Márquez debería haber perdido el sentido del equilibrio. Sin embargo, pocos tienen los pies tan hundidos en la tierra como él. Su forma de vida, siempre al límite, con el riesgo al mismo nivel que la recompensa, hizo que, solo una semana después de volver al Olimpo en Motegi, volviese a caer para irse urgente a Madrid en busca de respuestas médicas.
«Parece que hay algo en la clavícula, los ligamentos rotos…«, aseguró después de ir al suelo en Indonesia, esta vez, por culpa de Bezzecchi en Mandalika. Pero Marc, porque Márquez es ya un apellido de campeón compartido con su hermano Álex, sabe que la culpa es un argumento muy corto. Durante meses tuvo encima el peso de flagelarse, sobre todo al ser incapaz de mantener el ala dorada de Honda en pie, la marca de su vida y la que tuvo que abandonar para ser de nuevo campeón. Como en El arte de la guerra, Márquez ha aprendido a anticiparse para evitar la frustración de los días en los que la vida está del revés.
Siempre ha tenido muy mal perder. Hasta con su hermano, al que le decía: «si tan bueno eres, dedícate a esto», cuando jugaban por las calles de Cervera, donde Rosario se pasaba la semana preparando la caravana para que sus hijos se fuesen a las carreras. Márquez sabe que solo sabrá lo que ella ha sentido durante estos años cuando sea padre. Por inercia genética, debería ser el padre de un campeón, pero su carrera ha sido el resultado de tantos golpes y situaciones que escapan a la planificación que es imposible que se transmita en el ADN. Para una herencia efectiva, el vástago o la sucesora necesitará clases de refuerzo.
Para coger la estela de Márquez hace falta ser un inconsciente. Él mismo ha admitido que si estuviera delante del niño que quería ser como Dani Pedrosa no le creería ni media palabra. En su primera carrera en MotoGP, en Catar, logró el podio más joven de la historia con Rossi, Jorge Lorenzo y su ídolo en liza. A los 15 días, les ganó a todos en Texas. El motor siempre ha tenido un componente de saltarse las jerarquías gracias al poder que dan los vehículos que potencian las virtudes de los que los pilotan.
En el caso de Márquez, cada moto ha sido una montura para ser un guerrero enmascarado que ha llenado las gradas del mundo con el número de su nacimiento. El ‘93’, su año de nacimiento, es la expresión de una generación millennial que ha vivido mil crisis y que se quedó empantanada entre los títulos que le obligaron a sacar para un futuro mejor que nunca llegó. Márquez rompió los esquemas impulsado por los mejores. Desde su sempiterno ingeniero Santi Hernández hasta Alberto Puig, jefe del Repsol Honda, pasando por José Luis Martínez, su asistente de toda la vida. Una nómina de amigos que compusieron su red de seguridad.
Entonces apareció el doctor Sánchez Sotelo para armar el mayor regreso en la historia del deporte que se ha producido. «Señor Márquez, solo le pido que vaya con cuidado cuando vuelva a competir porque, si se cae otra vez, esto puede ser un desastre«, le imploró el cirujano que volvió a dar vida a un campeón que solo pudo responder: «No puedo garantizarle que no me vaya a caer si quiero competir al más alto nivel, porque si me opero es ir a por todas». Y el diagnóstico final fue el de siempre: una sonrisa que va del húmero hasta los ojos, donde sufrió una diplopía que le hizo ver doble y hasta nueve veces lo mismo: él subiéndose a lo más alto del podio en la categoría reina del motociclismo.