viernes, 14 marzo, 2025
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Escalada sin rastro: lo que hacemos en la montaña importa más de lo que crees

La escalada ha pasado de ser una práctica minoritaria a un fenómeno en auge, con más aficionados en roca que nunca. Este boom ha traído consigo una creciente presión sobre los ecosistemas. La erosión del suelo, la alteración de hábitats y la presencia humana en zonas frágiles están poniendo en riesgo la naturaleza que tanto disfrutamos. Y no solo ocurre con los escaladores: senderistas, ciclistas de montaña, incluso aquellos que simplemente disfrutan del entorno, también contribuyen a este desequilibrio.

Pero, ¿podemos disfrutar de la montaña sin poner en riesgo su equilibrio?

Porque, ¿somos realmente conscientes del impacto de la escalada en el medio natural? Para aclarar todas estas cuestiones y entender mejor qué ocurre, hemos hablado con Natalia Pleite, cofundadora de Nexonatura y experta en medio ambiente. Graduada en Ciencias Químicas, actualmente está en proceso selectivo para formar parte del Cuerpo de Agentes Forestales de la Comunidad de Madrid y cursa la formación como Técnico Deportivo de Montaña. Su conocimiento ofrece una perspectiva única sobre la repercusión de las actividades al aire libre en los ecosistemas.

¿Conocemos nuestro impacto?

Como explica Natalia, «Todavía hay mucho por hacer, tanto entre los más jóvenes, que se sienten más desconectados de la naturaleza, como entre las generaciones más adultas, que menos educación ambiental recibieron durante su juventud”. Por eso nace su proyecto —Nexonatura—, para transmitir toda esta educación de manera rigurosa, pero accesible a todos los públicos, y siempre con una base científica. Su misión divulgativa busca visibilizar los efectos de nuestras acciones, a menudo inocentes o fruto del desconocimiento, sobre la naturaleza. Solo con mayor conciencia de lo que ocurre a nuestro alrededor, podremos cuidar nuestra flora y fauna.

El conocimiento de nuestro entorno y su fragilidad es clave para garantizar su conservación

Los escaladores y, en general, los amantes de la montaña son muy respetuosos con el entorno, pero a veces no son completamente conscientes de cómo pequeños gestos, que pueden parecer inofensivos, afectan a la biodiversidad. Acciones tan simples como dejar una cáscara de fruta o alimentar a los animales de la montaña —sin mala intención— pueden alterar el equilibrio natural y provocar diferentes problemas; entre ellos, “una dependencia de los animales hacia el ser humano, así como problemas intestinales e incluso de crecimiento”. Estas prácticas, además, conllevan otras consecuencias como el aumento de atropellos cuando los animales cruzan en zonas cercanas a los parkings en busca de comida”, señala la experta.

Lo ideal es disfrutar de la montaña sin dejar rastro alguno a nuestro paso

Mujer observando un rebaño de cabras montesas en Gredos (España) / Shutterstock

Este impacto en la fauna no se limita a la montaña. Un ejemplo que te sonará familiar: los patos alimentados con pan en ríos o estanques. ¿Quién no le ha dado alguna vez migas? Parece inofensivo, sin embargo, muchos de estos animales desarrollan el «síndrome del ala de ángel», una condición que les impide volar, debido a una dieta inadecuada y un aporte calórico desajustado. Su cuerpo evoluciona de manera diferente a la natural. Así como el pan afecta a los patos, los restos de comida que se dejan en el monte pueden modificar el comportamiento y la salud de la fauna sin que lo percibamos.

El lado vulnerable de la roca

Las paredes rocosas son el refugio de una flora y fauna única, pero muy vulnerable. La vegetación rupícola, aquella que habita en grietas y rocas, incluye líquenes, musgos y plantas adaptadas a condiciones extremas. Estas especies sirven de hábitat para invertebrados y pequeños animales y son esenciales para mantener un delicado equilibrio ecológico. Cualquier daño, como retirar vegetación al abrir o mantener rutas de escalada, puede destruir estos microecosistemas y poner en peligro especies endémicas y protegidas, como la clavelina de roca. Por eso, es esencial seguir protocolos establecidos, «como solicitar autorización e informe técnico previo por parte del gestor del espacio natural, especialmente si se trata de zonas protegidas”, comenta Natalia.

Ella explica que, a menudo, los escaladores no son conscientes de cómo sus acciones pueden afectar estos ecosistemas: «Veo musgos levantados o gente que corta las zarzas y rosales a pie de vía, pudiendo llevarse por delante alguna especie protegida, sin reparar en ello».

La vegetación rupícola, vital para el equilibrio ecológico de las paredes rocosas / Shutterstock

La escalada responsable empieza con conocer a quienes habitan la roca

De la misma forma, aves rapaces amenazadas, como el buitre, el halcón peregrino o el águila real, sufren también la presencia de escaladores durante la época de reproducción y cría. El más mínimo ruido o movimiento cerca de sus nidos puede provocar que los abandonen y, en consecuencia, dejen de alimentar a sus crías,  lo que pone en grave riesgo la supervivencia de los pollos.

Estas aves son especialmente vulnerables, en parte, debido a la exposición de sus nidos, ubicados en repisas amplias y abiertas en la roca. Como apunta Natalia: “aves más pequeñas como las chovas piquirrojas o los roqueros se resguardan en agujeros y recovecos más pequeños. Sin embargo, un buitre o un águila real tienen un nido enorme, de hasta 2 metros cuadrados, completamente expuesto, y no se sienten tan protegidos como las aves de menor tamaño«.

La reproducción y cría de aves rapaces comienza en enero y termina en julio, dependiendo de la especie

Natalia ejemplifica la importancia de respetar las regulaciones con un caso real en Vizcaya. En 2010, se estableció una normativa para proteger las paredes rocosas de la provincia, debido al descenso de la población de alimoches —especie de buitre ibérico— y su baja tasa de éxito reproductivo. Antes de esta medida, una pareja de alimoches en el municipio de Marquina había fracasado durante 11 años consecutivos en la cría de sus pollos, debido a la perturbación causada por la escalada en las proximidades. Sin embargo, desde la implementación de la regulación, cada año lograron sacar un pollo adelante, demostrando el impacto positivo de respetar las normas para proteger la fauna.

¿Cómo disfrutar de la escalada con conciencia?

No dejes rastro: evita dejar comida, residuos o cualquier tipo de desecho.

Evita el ruido: los gritos y la música pueden alterar la fauna local y, en consecuencia, el ecosistema.

Modera el uso del magnesio: el exceso de magnesio puede modificar la composición de las rocas, especialmente la caliza, y perjudicar a los pequeños animales y sus hábitats. Además, las precipitaciones pueden arrastrarlo hacia los arroyos, afectando aún más a la naturaleza.

No marques los agarres: evita utilizar clecas o adhesivos, ya que estas marcas pueden dañar la roca y la fauna.

No instales vías de escalada sin permisos: instalar equipamiento —o equipar— en la roca sin permisos adecuados puede alterar el ecosistema. Hazlo solo en las zonas habilitadas con regulaciones claras, y solo con conocimiento.

Mantente en los senderos: sigue los caminos señalizados. Abrir atajos o sendas alternativas contribuirá a la erosión del suelo y al daño de la flora local.

Convive respetuosamente con la flora y fauna: observa sin intervenir.

Informarte de las regulaciones locales: para ayudar a su conservación, antes de visitar un área natural, consulta las normativas y restricciones en las webs de parques naturales, zonas de escalada o autoridades locales, como Parques Nacionales y ayuntamientos.

Informa si observas algo irregular: si encuentras un nido o algún indicio de peligro para la fauna, contacta con los servicios de gestión medioambiental (agentes forestales, gestor del Parque Natural y Seprona) para dar aviso.

Promover la educación ambiental: Fomentar la conciencia mediante talleres, mesas redondas y actividades organizadas por las administraciones, involucrando a escaladores, asociaciones y clubes.

La responsabilidad individual y colectiva es clave para mantener el equilibrio con la naturaleza. «No se trata de dejar de escalar, sino de hacerlo con conocimiento y respeto», concluye Natalia. Así, podemos disfrutar de este deporte y, al mismo tiempo, cuidar de los entornos que tanto nos inspiran.

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