Debía el armisticio devolver la paz y el martes han continuado los reproches y las balas. Tailandia ha acusado a Camboya de «violar deliberadamente» el acuerdo alcanzado el lunes por el que se comprometían a cesar sus ataques a medianoche. Lo ha negado Phnom Penh y tras un tormentoso intercambio dialéctico parece que ambos países siguen aferrados al armisticio. La jornada, en cualquier caso, subraya tanto su fragilidad como la desconfianza sedimentada en los dos vecinos del sudeste asiático tras décadas de fragorosas disputas territoriales.
Sus ganas de zurrarse quedan acreditadas por los feroces intercambios de artillería durante el tiempo comprendido entre la firma del acuerdo, en la tarde del lunes, y la medianoche del martes. Según Bangkok, su Ejército cesó sus actividades con puntualidad británica. Esperaba lo mismo del bando enemigo y se equivocó. «Las fuerzas militares camboyanas han violado el acuerdo con continuos e indiscriminados ataques en territorio tailandés a lo largo de varias zonas fronterizas incluso después del momento pactado para el armisticio», ha lamentado el mando militar de Bangkok. Su Gobierno, además, se preocupará de que la comunidad internacional conozca «la falta de sinceridad» camboyana. Y mencionó a China, aliado de Phnom Penh; Malasia, principal impulsor del acuerdo de ayer; y Estados Unidos, presente en las negociaciones.
A la denuncia le siguieron desmentidos de «enfrentamientos armados» desde el Gobierno y el Ejército camboyano. Y a estos, la virulenta reacción de las Fuerzas Armadas tailandesas, que dijeron contar con evidencias irrefutables de los ataques enemigos. «La teniente general Maly Socheata (también portavoz de Defensa) no sólo está engañando al pueblo camboyano sino también a sí misma, atrapada en la ilusión que ha fabricado. Sus acciones van más allá de la desinformación, son un deliberado intento de construir una falsa realidad para tapar su mala conducta y evadir sus responsabilidades», ha expuesto el Ejército tailandés.
Prevenir más bajas
Las horas han traído cierto sosiego. Los jefes militares se han reunido el martes, tal y como se había pactadoel lunes, a pesar de que el clima no parecía el más idóneo. De ahí han salido los compromisos de detener los movimientos de tropas en el frente y permitir que el otro bando recoja sus cadáveres. El Gobierno tailandés ha ordenado a sus tropas que protejan la soberanía y la seguridad de su pueblo y ha reafirmado su compromiso con el armisticio «para prevenir más bajas de civiles y soldados».
El armisticio ya se intuía endeble pero ha sorprendido que ni siquiera aguantara unas horas. Las próximas semanas, sostienen los analistas, serán claves para determinar las intenciones de ambos. Sus disputas territoriales nacen en la descolonización con un mapa de los franceses, ocupadores de Camboya, al que Bangkok le niega legitimidad. En los más de 800 kilómetros de frontera no escasean las reclamaciones compartidas, especialmente en templos que han atraído durante siglos a los fieles.
Un soldado camboyano muerto en un intercambio de disparos y cinco tailandeses heridos por bombas enterradas reavivaron las pasiones nacionalistas en ambos países en las últimas semanas. Tailandia cerró sus fronteras, expulsó al embajador camboyano y llamó de regreso al suyo en Phnom Penh. De las hostilidades políticas se pasó la semana pasada a la artillería, con más de una treintena de muertos, sobre todo civiles, y más de cien mil desplazados. Hasta que ayer en Kuala Lumpur, con el padrinazgo de Ibrahim Anwar, líder malasio, estrecharon sus manos el primer ministro camboyano, Hun Manet, y el tailandés, Phumtham Wechayachai. Ambos habían sido advertidos por Donald Trump, presidente estadounidense, de que no negociaría con ellos mientras siguieran los enfrentamientos. Sin un acuerdo con Washington, tanto Tailandia como Camboya sufrirán aranceles del 36 % a partir del viernes.
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