jueves, 9 octubre, 2025
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Patti Smith en el Teatro Real: una espectacular noche de rock, lucha y poesía en el ópera

Había un ambiente distinto en el Teatro Real: más camisetas y vaqueros estrechos de lo habitual, más melenas en las cabezas de ellos y bisutería en los cuellos de ellas, más desarreglo en general del que se suele ver en las funciones de ópera, al menos en el patio de butacas y los primeros pisos. Y no es que la estrella de la noche no mereciera los mismos honores, más incluso, que las grandes divas de la lírica. Simplemente, el ‘dress code’ era distinto. No todos los días se ve a un icono, a un nombre fundamental de la historia de la música, o del arte con mayúsculas, como Patti Smith, la primera mujer que consiguió hacerse respetar entre los hombres del rock y la que casi se inventó todo un género musical, el punk, sin siquiera saberlo. Un público intergeneracional, los que fueron modernos en los 80, en los primeros 2000s y ahora, se hacía selfies con el sobrio escenario de fondo para recordar, algún día, que a Smith se la vio celebrando en directo el cumpleaños del más célebre de sus hijos, un álbum tan endiabladamente mítico como ‘Horses’.

Que había ganas de celebrar fue evidente desde que la cantante salió al escenario siguiendo a su banda, el paso firme, el traje oscuro a medida y la melena blanca extendida por sus hombros como si se tratase de un fular: en cuanto la vislumbró, el público se puso en pie y le dedicó el aplauso y la ovación entusiastas con los que se piden los bises en la ópera. No hacía falta haber visto la ejecución para agasajar a una mujer a la que se idolatra por mucho más que por su música. Casi tuvo que ordenarles sentar la cantante para poder entonar la primera del álbum que sería también la primera de la noche: esa ‘Gloria’ que antes cantaron Van Morrison y sus Them, aquí convertida en un perfecto trallazo rock que volvió a ser saludado por la audiencia en pie.

Caerían los cortes de ‘Horses’ casi en el orden en el que figuraron en el disco original. El reggae de ‘Redondo Beach’, el rock garajero de ‘Free Money’ y la estructura freejazzera con recitado de ‘Birdland’ demostraban la amplitud de miras de aquel álbum que se atrevía a cruzar con libertad diferentes estilos. Sonaba contundente en los compases rápidos y elegante en los más tranquilos su banda de siempre, o casi: Lenny Kaye (guitarra) y Jay Dee Daugherty (batería) están con ella desde el principio y fueron parte fundamental de aquel álbum-joya. A los teclados y guitarra rítmica, Tony Shanahan, que lleva tres décadas tocando a su lado, y al bajo y guitarras, Jackson Smith, el hijo que tuvo junto a su compañero de vida, el MC5 Fred ‘Sonic’ Smith. Que no se diga que Patti no es fiel a los suyos.

Sonaba todo redondo, su voz algo más grave y rasposa que en su día, su presencia imponente en escena con el punto de drama justo en momentos que lo requerían. Nadie ha tenido la capacidad de sonar a la vez punk y sofisticada como Patti Smith lo hizo en este disco legendario con el que debutó en 1975, cuando ya tenía casi 30 años y una carrera como poeta a la que quería ponerle algo de emoción porque los recitales le parecían aburridos: el picante lo encontró en los tres acordes del rock. Ese álbum mágico era el que este miércoles disfrutaban en Madrid los 1.800 privilegiados que podían permitirse unas entradas muy caras, como este jueves lo harán en A Coruña los pocos cientos a los que Zara haya invitado a su fiesta privada.

Parecía poco habladora la Patti Smith que se presentaba en la capital, aunque luego se soltaría. La primera vez que abrió la boca para hacer otra cosa que cantar fue para soltar un chiste. “Ahora es el momento en el que le damos la vuelta al disco”. Tocaba cantar ‘Kimberley’, la primera de la cara B, una canción que le dedicó a su hermana pequeña y que aquí introdujo con un precioso parlamento sobre la vida rural y la infancia que podría haber sido entonada en una de esas lecturas públicas que los escritores americanos hacen en librerías y bibliotecas. “No hay nada más preciado que la sonrisa de un niño”, dijo recordando cuántos de ellos sufren en el mundo en este momento. “Ayudemos a los niños a encontrar el camino hacia el futuro”, pidió. De nuevo ovación cerrada.

A partir de ahí habló más: contó la historia del sueño con Jim Morrisson y la estatua que dio lugar a ‘Break It Up’, que escribió con Tom Verlaine. La guitarra solista, aquí una Telecaster en manos de su hijo, se movía en esa canción en las sonoridades de la del líder de Television, y el piano hacía de apoyo fundamental en su parte dramática. Ella suspiraba y no respondía a las provocaciones simpáticas de alguno entre el público que trataba de llamar su atención. Se reservaba, impasible, para los recitados muy ‘spoken word’ de ‘Elegy’ y de ‘Land’, canciones que demuestran que ha sido una de las mejores escritoras del rock. Fue en el momento en el que esta última pasa de la calma a la tormenta al repetir espasmódicamente «Horses» cuando el Real se puso en pie, y lo que había sido un concierto contemplativo se convirtió por fin en una velada rockera. Ya no valía solo con escuchar, había que bailar y sacudirse al demonio de encima como fuera. Metió en la canción a las calles de Madrid y a su querido Museo Reina Sofía, y le ordenó al público («¡motherfuckers!») que se moviera y corease con ella de nuevo «Gloria» para celebrar la libertad y la diversión.

Pero Patti tiene casi 80 años, y rematada la faena ‘Horses’ se tomó un descanso y dejó a su banda sola para que homenajeara a los amigos de Television, con Shanahan y Kaye alternando voces en un ‘medley’ deSee No Evil’, ‘Friction’ y ‘Marquee Moon’. Cuando la lideresa volvió al escenario para cantar ‘Dancing Barefoot’ ya no había chaqueta, tan solo un chaleco encima de la camiseta y su melena recogida en dos coletas, como si de repente estuviéramos en el Village de 1969 por el que ella merodeaba de joven. Recordó a Gay Mercader, su amigo y promotor español, que tantas veces la ha traído a España desde los 70, sacó su lado chamánico para entonar ese homenaje a los nativos americanos que es ‘Ghost Dance’, y emocionó cuando recordó, antes de cantarla, que ‘Peaceble Kingdom’ la escribió hace 20 años en homenaje a una activista americana que murió aplastada por un buldózer israelí cuando intentaba salvar la casa de un profesor en Gaza. “Qué bonito sería si la letra de esta canción pudiese apelar ahora a todo el mundo”. Sonaron entre el público, como era de esperar, gritos de «Palestina libre».

Pero como la solemnidad nunca es demasiada cuando la maneja Patti Smith, la traca final fue la fiesta que se esperaba. Primero con ‘Because the Night’, el himno romántico que escribió con Springsteen y que aquí dedicó a Fred ‘Sonic’ Smith («lo siento chicas, tuve el mejor novio del mundo») sin terminar de entonarla bien, aunque daba igual porque es una de esas canciones más grandes que la vida. Después, ya en la propina, la cosa se incendió con ‘People Have The Power’, canción de lucha que tanto ha resonado desde que la publicó en los 80. Hora y media larga había transcurrido desde el inicio cuando, terminada la canción, Patti volvió a entonar el grito de guerra para que el pueblo ejerza su poder frente a quienes lo oprimen. Un grito que, lanzado en el escenario de un lustroso teatro de la ópera, tenía algo de poética revancha.

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