El Barça va de mal en peor, pero Lamine Yamal, el mismo al que insisten en disfrazar de demonio, es quien le salva la cara. De no haber sido por él, el equipo de Flick hubiera pagado caro su horrible desempeño defensivo ante el Brujas, el segundo clasificado de la liga belga y contra quien el equipo azulgrana jamás había perdido. Lamine sacó a sus compañeros del agujero y, al menos, rescató un empate con aroma a azufre. No perdió porque el VAR invitó al árbitro Anthony Taylor a que anulara por falta el gol del triunfo al Brujas tras una grave imprudencia de Szczesny ante Vermant.
Prometió Laporta en su garbeo flamenco que él cuidará del adolescente Lamine. Que ya lo está haciendo. Y que estando bajo su regazo, «el genio» –así le llamó el presidente– podrá seguir siéndolo por puñeteras que sean las tentaciones. En Brujas o en Montjuïc, en Milán o en Croacia, en las discotecas de la calle Tuset, en esa Rocafonda que tan dentro lleva, en el apartamento de soltero con sus coleguitas, o en esa mansión a lo Scarface donde Piqué y Shakira zurcieron y destrozaron su amor. Que haga lo que le venga en gana porque, con o sin pubalgia, continúa siendo el gran elemento diferencial de este Barça. Más aun con Pedri y Raphinha fuera de combate.
Por momentos pareció que había dos partidos jugándose en Brujas. Uno en el que los futbolistas de Flick se quedaban quietos, sin saber dónde ponerse, dónde pasar y hacia dónde correr. Y todo, con la línea defensiva en el centro del campo. El otro partido dependía de las apariciones marianas de Lamine, que sin haber alcanzado todavía la punta de velocidad necesaria para la salida de los regates, se las apañaba para reconstruir en la nada. Ingenió un gol, marcó otro y provocó el de Tzolis en propia meta.
El papel de Flick
Ya en el tenebroso primer acto barcelonista fue Lamine el punto de partida al que Fermín y Ferran Torres dieron continuidad, y también quien hizo la vida imposible a su defensor, Seys, incapaz de detenerlo, pero aliviado al ver cómo el propio Ferran erraba el uno contra uno frente al portero en la última jugada antes del descanso. Hubiera sido el momentáneo empate. Y a Flick se lo llevaban los demonios. Con razón.
Porque si bien es responsabilidad del entrenador ofrecer soluciones a sus futbolistas y orientarles en un posicionamiento que en Brujas fue caótico y sin sentido alguno, poco puede hacer Flick cuando hay quien no hace una carrera de más, quien no asisten al compañero en la emergencia o quien no hace faltas cuando debe [De Jong y Casadó, la última frontera antes de llegar al celofán de la defensa, estaban apercibidos y se jugaban no estar en Stamford Bridge]. Luego, claro, sigue sin haber solución alguna a la huida a Arabia de Iñigo Martínez, sin que haya manera de que alguien tome su liderazgo. O mala leche.
Flick ha sacado a Cubarsí de la ecuación –tampoco anda muy fino muscularmente– y, como ante el Elche, fueron Eric Garcia y Araujo los responsables del centro de la defensa. Con un crepuscular Koundé en una banda, y un Balde lento y de escasa responsabilidad defensiva en la otra, aquello fue una verbena que comenzó con barra libre para el Brujas. Tiempo suficiente para que los belgas tomaran dos goles en transiciones con nula oposición:en el 1-0 marcado por Tresoldi, Koundé rompió el fuera de juego y a Szczesny le pasó el balón bajo la tripa; en el 2-1, el tanto de Carlos Forbs llegó tras un córner mal botado por Lamine. Nunca antes alguien había marcado y asistido tan rápido contra el Barça en la historia de la Champions. Lo hizo en 17 minutos Forbs, un portugués de 21 años que en su día asomaba con fuerza en la cantera del Manchester City y que, en el segundo tiempo, siguió haciéndole la vida imposible a Balde. El VAR le salvó de un penalti, pero Forbs siguió corriendo más que Balde para marcar otra vez.
Si bien el Barcelona hizo golpear tres veces la pelota en los palos (Fermín, Koundé y Eric), de poco sirvió que Flick regara su mustia planta con Olmo o Lewandowski. Tampoco hubo rastro de Rashford.
Lamine, que se alió con Fermín, asombró en su gol. Obligó al Brujas a marcarse en propia meta. Pero no fue capaz de tapar todas las vergüenzas de un equipo que va desnudo.
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