martes, 12 agosto, 2025
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De Amelia Earhart a su futuro marido

Hay cartas que dan ganas de volver a escribir cartas. No wasaps apresurados, ni correos llenos de emojis, ni mensajes que se borran al abrirse. Cartas de verdad. Con papel, tinta y tiempo. Que piden ser leídas más de una vez. Tan bien escritas que uno intuye los silencios y hasta las palabras no dichas.

Como la que escribió la piloto Amelia Earhart la madrugada de su boda. Dan ganas de volver a nacer, hacerse piloto y negociar el amor con una claridad que impone respeto. Una carta que descoloca porque no responde al amor romántico habitual —hablamos de una carta que pronto cumplirá cien años— y emociona por la honestidad y madurez que desprende.

Esta es la primera entrega de la serie veraniega ‘Las cartas son para el verano’, aunque lo más común ya es no recibir ni una postal. Pero en este tiempo suspendido, entre calor y pausa, leer cartas antiguas puede iluminar el presente. Y la de Amelia es muy buena.

Hablamos de la pionera de la aviación, la primera mujer que cruzó en solitario el Atlántico en 1932. Un año antes, la mañana de su boda, escribió a George Palmer Putnam, editor y futuro marido: “Hay algunas cosas que deberían quedar por escrito antes de que nos casemos (…) De nuevo te hago saber que me caso con reticencia”. Así, sin rodeos, empieza la carta.

Casarse le preocupaba, no por falta de amor, sino por amor a su independencia. Su carta no pedía permiso ni ofrecía excusas: exponía una manera de entender el amor que, casi un siglo después, sigue siendo revolucionaria. “Evitemos interferir en el trabajo o el placer del otro y no permitamos que el mundo sea testigo de nuestras alegrías o desacuerdos. Tal vez me vea obligada a conservar un lugar al que poder ir para ser yo misma, de vez en cuando”. Ella quería volar, y lo dejó claro desde el minuto uno.

Algún lector se preguntará por qué casarse si tenía tantas dudas. La respuesta está en la carta. No es amor romántico, sino amor maduro. Le pide libertad y comprensión. Un matrimonio sin ataduras: “No te exigiré ningún código medieval de fidelidad ni me consideraré atada a ti”. Pacto entre iguales: compartir la vida sin dejar de ser uno mismo.

Incluye incluso una cláusula de salida: “Me dejarás marchar dentro de un año si no encontramos la felicidad juntos”. Sin dramatismos ni trampas. Sinceridad radical. Un contrato emocional, sin maquillaje.

Y entre tanta franqueza, ternura: “Haré cuanto pueda para darte esa parte de mí que conoces y deseas”. No promete más de lo que puede cumplir. Tal vez sea más amor que cualquier ‘forever and ever’.

Leída hoy, sorprende que no haya llegado antes a nuestras manos. El matrimonio de Earhart y Putnam, al parecer, fue feliz, pero duró pocos años. En 1937, Amelia desapareció sobre el Pacífico intentando dar la vuelta al mundo. Nunca se hallaron restos. Si hubiera podido elegir cómo morir, quizá lo habría elegido así.

Pero esta carta sí sobrevivió. Un manifiesto de libertad íntima y radical que merecería leerse en cursos prematrimoniales, en el registro civil o colgarse en la nevera.

Este verano puede ser buen momento para recuperar el placer de decir las cosas por escrito. En mi adolescencia, en los 90, las cartas eran para el verano: escribíamos a las amigas del colegio todas las aventuras de esos dos meses. Algunas, como la de Amelia, pueden durar toda la vida.

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